martes, 8 de enero de 2008

La trágica verdad de Gracita Morales (IV)


ESCENA SEGUNDA

Sale GRACITA completamente vestida de negro, con una boina y unas gafas de sol oscuras. Mira a todos lados, atenta a cualquier movimiento. Tras comprobar que no hay nadie, se acerca despacio al borde del escenario y mira al público.

GRACITA.- Soy yo. (se quita las gafas de sol) ¡Soy yo, Gracita! ¡Claro! No me habíais reconocido. Como voy de incógnito… Os ha costado, ¿verdad? Se acabó el delantalito y el uniforme, ya os lo dije. Hay que romper con los estereotipos. Además, este disfraz me viene al pelo. Éste fue el modelito que elegí para ir a Francia, exactamente éste. ¡Qué maravilla que no engordo aunque quiera! Hacía años que no me lo ponía. ¡Tengo un metabolismo magnífico! Rafaela Aparicio siempre me lo envidió. La pobre se comía un garbanzo y la engordaba… Bueno, no me quiero desviar del tema. Decía que me puse este modelito para ir a Francia. ¿Y qué tenía yo que hacer en Francia? (mira a todos lados antes de hablar) ¡Ponerme en contacto con las fuerzas de la clandestinidad!

Se pasea por el escenario antes de continuar

GRACITA.- Pedro y yo encontramos la excusa perfecta. Nos habían invitado al Festival de Cannes para la muestra de Cine Underground Español, y ésa fue nuestra coartada. Mientras Pedro se quedaba en la Costa Azul, defendiendo nuestra película, yo tomaba un tren que me llevaba a la estación de San Lázaro en París. Fue en el tren donde me cambié el bonito vestido que Pertegaz me había hecho para pasear el palmito por la alfombra roja por este jersey de cuello vuelto y este pantalón negro zaíno. La gente me miraba raro en el tren, no sé si por lo elegante que iba o porque resultaba extraño ir tan tapada en verano. Pero yo no podía renunciar a la indumentaria para pasar desapercibida. No me digáis que éste no es el uniforme oficial de la clandestinidad…
Modela por el escenario con soltura

GRACITA.- Pedro se había puesto en contacto con un amigo íntimo que era quien serviría de enlace. Él iría a recogerme a la estación. Yo no sabía quién era por seguridad. Me estaría esperando en la estación, me localizaría y se acercaría a mí, todo muy profesional. Pero yo estaba muy inquieta, porque a pesar de todas nuestras precauciones, yo no las tenía todas conmigo. Quizás se había filtrado que yo iba a París, quizás me seguían desde Cannes, quizás se había alertado a la Interpol para que me detuvieran al llegar. Y no es que estuviera haciendo nada malo, sino que la simple idea de lo que me disponía a hacer, era razón suficiente para sentirme amenazada. Debía ser cauta y tener cien ojos. Para calmarme, decidí ir al vagón-restaurante a tomarme un Ricard. Nada mejor que un Ricard para pasar desapercibida en un tren francés a la hora del aperitivo.

GRACITA coge un vaso y bebe
GRACITA.- Como era de esperar, había muchos franceses en el vagón-restaurante. Tantos, que nadie se fijó en mí. Fumaban, bebían Ricard, y de vez en cuando alguien decía “Oh là là!” o “Oui, oui, bien sûr!”. Todo muy francés. Pero había un chico de unos doce años que me miraba fijamente. Debo decir que mi belleza siempre me ha granjeado admiradores de las más variopintas edades, así que en un principio no me extrañó. El niño estaba con un señor moreno de bigote que discutía con otro señor sobre política (tema de discusión que me parecía originalísimo, teniendo en cuenta de dónde venía yo), y el hombre no le prestaba mucha atención al niño. Pero cuando éste empezó a darle tirones de la manga, a decirle una y otra vez “Oncle Fernand, oncle Fernand”, y a señalarme con la otra mano, empecé a preocuparme. El niño, en vista de que su tío no le hacía el más mínimo caso, vino hacia mí y preguntó en un español perfecto: “Usted es española, ¿verdad, señora?”. Muy digna, le respondí: “Señorita, que todavía no estoy casada”.