lunes, 16 de junio de 2008

El diario


Otto tomó la taza de té y musitó un gracias que se escapó de su boca como el humo de un cigarro. Miep sonrió antes de ofrecerle un diminuto azucarero:
-Tenemos azúcar, ¿quieres un poco?
Otto negó con la cabeza. Ya no estaba acostumbrado a tales lujos. El té en sí suponía una novedad asombrosa. Para no resultar rudo añadió:
-Me gusta sin azúcar.
Miep se encogió de hombros. Aquella conversación estaba resultando difícil. Movió la cucharilla y se quedó mirando el remolino de su taza hasta que desapareció por completo. Otto daba pequeños sorbos a su té y lanzaba miradas furtivas a través de la ventana. Miep lo observaba de reojo. Debía ser extraño sentir de nuevo la libertad.
-Otto, tengo algo para ti. Algo que dejó una de tus hijas.
Sin esperar respuesta, Miep se levantó de la butaca. Las manos de Otto empezaron a temblar, y dejó la taza sobre la mesa. Se había formado un nudo repentino en su garganta y su corazón se estaba acelerando. Sus hijas.
-Tranquilízate.
Miep cogió una lata metálica que había encima de la consola y se la dio a Otto. Era una lata de galletas con una ilustración muy colorida: una niña y un niño sonriendo con dos galletas en sus manos. Se le nubló la vista a tomarla.
-¿Qué es?
-Ábrela, Otto.
No tenía fuerzas para hacerlo. Tras varios intentos, Miep le ayudó. Quitó la tapa y la dejó sobre la mesa.
Había una pila de papeles atados con una cinta roja. Otto tiró del lazo, despacio, y pudo ver cómo el nudo se convertía en un gurruño que acababa desapareciendo.
Reconoció la caligrafía. Respiró profundamente antes de sacar los papeles, y fue pasando páginas y más páginas de letras pulcras y ordenadas. Miep, a su lado, se mordía los labios y lo miraba en silencio.
-Es el diario de Anne.
Otto aceleró el ritmo, y las páginas desfilaron a toda velocidad hasta detenerse en la última entrada. Uno de agosto de 1944. Había un vacío después: lo que su hija no llegó a escribir. Miró a Miep y torció el gesto. No conseguía esbozar una sonrisa.
-Gracias. Al menos, podré leerla.

domingo, 8 de junio de 2008

Síndrome de domingo

Levantarse sin que suene el despertador por primera vez en 15 días: un lujo verdadero. Entrega de trabajos, viajes, clases y compromisos. En la cama a la una como muy pronto en estas dos semanas. Un progresivo avance de las ojeras. El corrector no ayuda mucho. Pierdes peso. Los pantalones empiezan a caerse pero la barriga sigue ahí.
Pero hoy da igual tener barriga. Hoy da igual el viaje de seis horas. Hoy da igual la hoja de reclamación de anoche. Has dormido casi 8 horas. Y eso sí que es un verdadero triunfo.
Te desperezas en la cama. Todo un domingo para ti. Planes para la mañana: desayunar fuera y salir a correr después de seis meses sin hacerlo. Pero antes, vas a disfrutar un minuto más de tu cama. Cierras los ojos. El minuto se convierte en dos horas. Los vuelves a abrir, y son las 11. Media mañana se ha ido. Contrariado, te convences: necesitabas descansar. De vez en cuando es bueno hacer cosas así. El cuerpo te lo pedía, estabas agotado. Sí. Pero ya es tarde para ir a desayunar a la calle. Tomas un cuenco de cereales, los mismos cereales que desayunas desde hace un año. No has tenido un desayuno diferente en tu domingo especial. Pero aún te queda día por delante.
Segundo error de la mañana: enciendes el ordenador. Tienes cuatro nuevos correos. Los contestas, y ya han pasado treinta minutos. Lees las noticias. Atentado en el "El Correo". El lunes comienza la huelga de transporte. Empiezas a pasar de artículo en artículo, de link en link y pasas una hora más leyendo sobre el asunto. No era la forma más divertida de pasar tu domingo, pero siempre es bueno estar informado.
Miras en ese momento la mesa de tu habitación. Más de quince libros amontonados, cartas de banco, recibos de cajeros, tickets de compra, revistas de Círculo y periódicos atrasados, notas, apuntes y postales gratuitas. Quizás sea el momento de arreglarla un poco.
Preparas un café y organizas los libros que estás leyendo. Apartas los que ya has leído. Ordenas en una balda de la librería los que vas a leer a continuación. Te sientas en la cama y terminas 84, Charing Cross Road. Sólo te quedaban 20 páginas. Te acuerdas de W.G. Sebald en ese momento. Otra equivocación. Buscas información sobre él en internet. Lees un artículo de la Universidad de Massachusetts acerca del escritor. Piensas en lo que has leído. Te acuerdas de tu novela, atrancada en el capítulo cinco. Piensas en la novela, y piensas, y piensas.
Suena el teléfono. Tus padres te están esperando para comer fuera. ¿Ya son las 2? te duchas a todo correr y sales a la calle.
La comida es larga y pesada. Tardan casi media hora en traer la cuenta. Te estás desesperando, porque están haciéndote malgastar tu domingo especial sólo para ti. Cuando por fin vuelves a casa, son las 4.30. Estás cansado, y te duele el estómago. Has comido demasiado. Te sientas en el sofá y te duermes.
A las 5 suena el teléfono de nuevo. Más interferencias. El día antes habías quedado para ir al cine. Lo habías olvidado. Vas a tu cuarto y colocas todo lo que no has terminado de ordenar de nuevo en la mesa. Aunque al menos la papelera está llena a rebosar. Luego lo terminarás, tienes tiempo.
La película es una porquería. Comes muchas palomitas, y te empachas. A la salida, tus amigos te proponen ir a su casa a tomar algo. Te da apuro decir que tienes que ordenar tu habitación y que quieres leer un poco del ensayo sobre traducción. Vas mirando el reloj para calcular a qué hora estarás de vuelta.
Se impone cenar pizza, lo mismo que has cenado seis días en la última semana. Decides que sólo vas a tomar un trozo, pero al final te comes cinco. Veis Aída y te despides cuando termina el programa.
Camino de casa, te maldices. El domingo ya ha terminado. Aún tienes que escribir un artículo para el trabajo y preparar la comida para el día siguiente. Llegas a las 11.30. te sientas delante del ordenador y empiezas a bostezar. Alguien te habla en el messenger. Te habías olvidado de apagarlo. Un amigo que hace meses que no ves. No puedes negarle una charla. Dan las 12.30. Tu amigo se va a la cama. Acabas el artículo de mala manera y te acuestas. No has hecho nada en tu domingo, y es la 1.15. Mañana comerás cualquier cosa, un sándwich o una hamburguesa. Si te da tiempo, ya prepararás esa carne que tienes congelada.
Qué ganas tienes de que llegue el próximo domingo y tengas de nuevo todo un día para ti, por fin.