jueves, 24 de julio de 2008

La trágica verdad de Gracita Morales (V)

GRACITA.- El niño era moreno y tenía unos ojos enormes, lo que acentuaba la sensación de sentirme observada. No desistió en seguir insistiendo: “Yo la conozco a usted”. “Lo dudo, hijo”. “Usted es la maîtresse”. Lo miré como si hubiera dicho una palabrota. “¿Qué dices que soy?”. “Usted es la doncella, yo la he visto a usted en el cine”. Me quedé a cuadros. ¿Tan famosa era yo que hasta en Francia me conocían? Un poco más calmada, (porque a quién no le gusta que la adulen un poco), me acerqué al niño un poco más: “¿Y en qué cine me has visto tú, cordero?”. “En el teatro Victoria, en el pueblo de mi tía”. “¿Y qué pueblo es ése?”. El niño puso los ojos en blanco y levantó las manos: “¿Pues cuál va a ser? ¡Jerez, tonta!”

GRACITA hace un requiebro melodramático

GRACITA.- Me contuve para no darle un cachete y explicarle que así no se le hablaba a una persona mayor, porque no quería llamar la atención de nadie más en el vagón. Simplemente conté a cinco y sonreí de nuevo. (Para que luego digan que yo no valgo para un papel dramático). “¿Y qué hacías tu en Jerez, tesoro?”. El niño me contestó sin tapujos. “Voy todos los veranos a estar con los abuelos y con la tía Engracia. Mi papá nació en Jerez”. Eso lo explicaba todo. Entonces nadie podía reconocerme aparte de aquel chaval que había tenido la grandísima suerte de ver una de mis películas. La verdad, por un lado me sentí aliviada, pero por otro, mi ego de artista se resintió un poquitín. ¡Por un segundo había soñado con ser la nueva María Casares de Francia! Pero el niño tampoco me dejó reflexionar mucho tiempo: “¿Y qué haces aquí?” “Voy a París”, le expliqué muy correcta. Aunque la contestación del niño, estuvo otra vez completamente fuera de tono: “Claro, tonta, este tren va a París, ¿a dónde ibas a ir si no?” De nuevo tuve que contenerme. Aquel niño le tenía demasiada afición a los insultos. “Voy a París a promocionar una película”. El niño enarcó las cejas antes de añadir: “¿Y por qué no te has quedado en Cannes para promocionarla? Allí es donde la gente va a promocionar películas”. Con una de mis mejores sonrisas, le expliqué que mi querido director estaba en Cannes para dicha labor. Pero el niño no cejaba en su empeño: “Entonces, ¿para qué has venido tú a Francia si ya está aquí el director?“ Aquel niño era peor que el Tribunal de la Inquisición. Había que sorprenderle con una respuesta que no se esperaba. Me atusé el pelo y le hice un mohín con la nariz. “Porque yo pongo el glamour y la elegancia”. El niño me miró de arriba abajo con cara de decepción. “Yo no sabía que las maîtresses tuvieran de eso”. Ya no me pude aguantar más. “Eres un poco impertinente para ser tan pequeño, ¿sabes? Yo soy una actriz, no una chacha”. El niño se cruzó de brazos indignado. “Mentira. Tú no eres una actriz. Tú siempre eres la maîtresse en todas las películas”. Me estaban entrando ganas de agarrotarlo, pero no podía dar un espectáculo (en el sentido metafórico del término, ya me entendéis), porque eso pondría en peligro mi misión. Sólo me quedaba una salida: actuar.


GRACITA sonríe como la baronesa Thyssen

GRACITA.- Le puse una mano en el hombro, y le acaricié la barbilla. “¿Quieres un refresco, tesoro?”. Su respuesta me dejó muerta: “No. Quiero veinte francos”. ¡Veinte francos! Eso era mucho dinero en aquella época, no estamos hablando de moco de pavo… No podía derrochar dinero así como así. “¿Veinte francos? ¡Estás loco! Si quieres un refresco, te invito. Pero no te voy a dar ni un franco”. El niño sonrió malévolamente. “Sí que me los va a dar”. Aquello se pasaba de castaño oscuro. “¿Y por qué iba a tener que dártelos?” Ese demonio, (porque realmente no era niño, un niño no tiene tanta malicia, o al menos no en España), puso cara de mártir. “Para que no abra la boca”. Menudo pájaro el francesito. Empezaba a comprender por dónde iba, pero me hice la sueca. “¿Para no abrir la boca? ¿Y qué tendrías que callarte?” “Pues que la he visto a usted en el tren”. “¿Y por qué no querría yo que me reconociera la gente?”. El niño rio por lo bajini. “Pues porque no he hecho más que insultarla todo el tiempo, y usted no me ha pegado aún. Eso significa que tiene algo que ocultar”. Hay que reconocer que su lógica era aplastante.