lunes, 13 de diciembre de 2010

Lo que facebook me ha enseñado (II)


Decíamos ayer que facebook es el mayor y el peor invento de este siglo, pero no entré en materia para demostrarlo. Me limité a preparar el marco contextual y a contar un par de anécdotas sobre mi primer contacto con el medio. Pero creo que ha llegado el momento de tratar el asunto con seriedad.

Del mismo modo que las fotos de Erika estuvieron visibles durante unas horas, también las fotos de un compañero del departamento, gravemente perjudicado por los efectos del alcohol en una mítica fiesta de españoles, estuvieron al alcance de cualquiera un fin de semana hasta que el afectado se dio cuenta de que estaba etiquetado en el álbum de un conocido y le pidió que las quitara. El caso no trascendió más allá, pero teniendo en cuenta la aversión que por el alcohol tiene la sociedad puritana, podría haberle causado problemas. Porque... ¿quién ve tus fotos? Este es el primer punto negativo.

1. Tus fotos y tus datos están disponibles en facebook. Sí, puedes proteger tu perfil para que sólo accedan tus amigos; pero si tus amigos cuelgan sus fotos y tú sales en ellas, ¿quién te ve? ¿Sus amigos? ¿O también los amigos de los amigos? Ya se sabe: los seis grados de separación de Duncan Watts pueden ser menos. Y es seguro que tu jefe está a menos de tres, porque siempre hay un colega pelota que lo ha agregado. Y no se trata sólo de que tú controles lo que cuelgas, sino que también tendrías que controlar qué cuelgan los demás. Y hay gente muy imprudente.
Conozco el caso de una amiga que estuvo luchando para que quitaran sus fotos de facebook hasta que lo consiguió, y en esa ocasión se trataba de su prima. Si existen esas dificultades con alguien de tu familia, ¿qué pasará con un simple conocido? De acuerdo, acepto que se puede denunciar, que la Ley te da la razón, pero las fotos han estado expuestas y ya han sido vistas. ¿Existe solución para eso? Y sí, puedes controlar quién ve tus fotos, pero también hay modos de copiarlas aunque muchos no lo sepan. Ahora mismo es posible que una foto tuya en paños menores esté flotando por la nube cibernética... O disfrazado de Rambo, o de libélula, o de Leviatán. Escalofriante.
Por otro lado, ya se sabe que no hay que dar datos personales, ni bancarios, ni telefónicos, pero hay gente que cuelga cosas que te dejan boquiabierto, como fotos de su nueva tarjeta de crédito customizada o comentarios acerca de sus próximas vacaciones explicando los días que van a estar fuera de casa. Luego se sorprenden si al volver a casa les han desvalijado. Así que si tienes perfil en facebook cuidado con lo que pones porque estás vendido al público. Facebook es la hermana pequeña de wikileaks.
2. Te encuentra gente que no querías encontrar. Es muy agradable dar en facebook con viejos amigos a los que habías perdido el rastro. Hace diez años, la gente tenía correo electrónico, pero no todo el mundo lo abría; y había cuentas que caducaban. Podías perder el contacto con amigos que se mudaban de ciudad, que se iban de erasmus. Pero con facebook los puedes encontrar. Lo malo es que también aquellos de los que huyes pueden encontrarte a ti.  Aquel pesado compañero de instituto, la ex acosadora que tiene su dormitorio forrado con fotos tuyas, el colega de trabajo al que nadie invita a tomar una cerveza, tu primo el de Cáceres que es un arquetipo de "Mujeres, hombres y viceversa", las amigas de tu hermana de quince años. ¿Compensa reencontrar a un viejo amigo todo esto? Absolutely not. Si nuestros caminos se separaron, el destino nos volverá a reunir, si es que así está previsto. Porque es muy fácil decir: basta con no añadirlos. Pero no es tan fácil si ves a tu compañero de trabajo todos los días, y te repite todos los días que te ha mandado una invitación de facebook para que te hagas su amigo. No valen excusas del tipo: es que entro poco, es que en realidad lo tengo por mi hermano que está en Italia... No. Porque un día, cuando menos te lo esperes, vendrá el compañero por la espalda cuando estés abriendo tu facebook en horas de trabajo y te pillará desprevenido con un: mira, ahora que lo tienes abierto, agrégame. Y no tendrás más remedio que hacerlo si no quieres resultar borde en tu sinceridad. Facebook fomenta la hipocresía.

3. Te enteras de cosas que preferirías no haber sabido. Y viceversa (es decir, que los demás se enteran de cosas que no querrías que se hubiesen sabido). Esta tercera razón es mucho peor que la anterior, porque el disgusto de enterarte de que tu ex está saliendo con ese tío que te caía tan mal es mucho más dañino que tener a tu primo el de Cáceres mandándote mensajes cada semana. Y quieras o no, te enteras de cosas, porque todos somos humanos. Aunque hayas roto y no tengas a tu ex como contacto, sabes que basta con asomarte al muro de los amigos comunes para enterarte de cosas, y ya tienes una mala leche el resto de la tarde que no te la quita ninguna invitación a un grupo del tipo "Yo también veía Barrio Sésamo", "Berto for president" o "100.000 firmas para que Paulina Rubio deje de cantar". Y del mismo modo, tu facebook es una prueba delatora de tus movimientos. No avisas a tus amigos de Madrid que vas un fin de semana de escapada y se acaban enterando porque ven tus fotos en la Puerta de Alcalá. Eso te pasa por tener que hacerte fotos con cada maldito paso que das. Por no hablar de la cara de palo que se te queda cuando ves que varios amigos comentan la superfiesta a la que fueron la noche anterior a la que nadie te invitó. ¿Puedes sentirte ofendido? Te has enterado por leer las actualizaciones de tus contactos, que aparecen aunque tú no quieras al abrir tu facebook. Ese es el problema, que lo lees todo aunque no quieras... Ya lo dice el Eclesiastés: "Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor" (1,18). Así que mejor no decir lo que haces y mantenerte calladito en facebook, no se vaya a enterar quien no quieres. Facebook fomenta la falsedad.


...y seguiremos mañana porque aún hay mucho que decir. El entrante de la polémica está servido.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Lo que facebook me ha enseñado (I)



El sábado mi amigo Joaquín me envío el link de un vídeo de Alex Droner, "A life on facebook" que recomiendo encarecidamente. Tenéis el enlace aquí. Es necesario visitarlo antes de seguir leyendo.

Cuando terminé de verlo me entró un vértigo horrible y me tuve que quedar en el sofá sentado unos minutos, mirando como un estúpido el mosaico de vídeos de youtube. Sí, era un vídeo muy gracioso, me había reído un par de veces, me había sentido identificado con algunas cosas, pero el ritmo trepidante del final sólo podía generar en mí una desagradable sospecha: el día que me muera no podré decirlo en facebook, y la gente seguirá pensando que estoy vivo, dejando comentarios en mi muro, etiquetándome en fotos sacadas del baúl de los recuerdos o inexistentes (¿a quién no le han etiquetado alguna vez en una foto donde no está en realidad?) o mandándome mensajes privados del tipo "Hemos kedado ste sabado. T apuntas?".

Mi amigo Joaquín, que es muy sabio, tiene una relación de amor-odio con facebook, y he de decir que comparto en parte su opinión, y que me inquietan sus pokes, sus hugs, sus I like it. Facebook es el mayor y el peor invento de este siglo, y explicaré por qué lo pienso.

Tuve la suerte de estar viviendo allí cuando se desató la fiebre facebook; necesitabas tener una cuenta de correo en una Universidad americana para poder acceder, y como el invierno era muy largo, y mi compañera de piso Alejandra y yo estábamos muy aburridos, decidimos acceder. En realidad, mi principal motivación fue poder aprenderme los nombres de mis alumnos. Suena extraño, pero es la pura verdad. Cada semestre tenía 75 alumnos, y siempre había tres Kaylyn, dos Christine, cuatro Kathyn, cinco Andrew, seis Anthony, y ninguna fotografía. Nos daban una lista con los nombres, y el único modo de conseguir asociar cada nombre a su cara era entrar en facebook y buscarlos. Y así conseguí memorizar los nombres y reconocer a sus dueños antes de que llegara la última semana de curso.

Alejandra y yo pasábamos la tarde entera en facebook, perdidos en el inextricable mundo de los hipervínculos: un nombre nos llevaba a otro, de allí saltábamos a su hermana, nos dábamos cuenta de que la conocíamos de vista, Alejandra encontraba a un compañero de su clase de inglés antiguo, rastreábamos a la gente del departamento... Básicamente, lo mismo que hace hoy todo el mundo. Pero entonces era nuevo, era algo que sobrepasaba nuestra imaginación, era casi magia. Además, por aquel entonces facebook no estaba saturado de publicidad y gadgets inútiles. Muro, estado, fotos, amigos y mis gustos era todo; tu perfil no estaba incrustado de utilidades absurdas ni tus amigos te bombardeaban con cuestionarios, descubre a qué película te pareces o quién de tus amigos es tu alarma gemela. Era como asomarse por un pequeño agujero a las vidas de los demás (apenas había seguridad y casi todo el mundo tenía el perfil abierto) y resultaba fresco, simpático, y muy entretenido. La mejor forma de pasar las tardes de invierno.

Cuando mis compañeros de departamento se enteraron de que tenía facebook, se rieron de mí. (Lo mismo que si ahora se enteraran de que tengo tuenti). Cuando les dije por qué me lo había hecho (asociar nombres con caras), se rieron de nuevo. Cuando les dije que era en serio, dejaron de reírse y me pidieron que les enseñara facebook. Cuando vieron las fotos y los perfiles abiertos, cambiaron de expresión.  Diez minutos después, toda la población masculina del departamento tenía facebook.

A veces peco de inocente. Claro, en facebook también se podía ligar. Y mirar. Y cuando Erika, una alumna de Spanish 231 se fue un sábado de fiesta con sus amigas, se emborrachó y colgó las fotos de la juerga en facebook, no resultó raro que las fotos fueran prohibidas dos horas después. El lunes me costó trabajo mirarla a la cara (esa cara que yo ya no tenía dificultad en asociar a su nombre) y cuando me dijo que le dolía la cabeza, que había estado enferma durante el fin de semana y que no había podido estudiar, le sonreí y le dije que la comprendía perfectamente: hay resacas peores que una neumonía.

Pero como me estoy alargando y aún no he llegado al quid de la cuestión, ni a justificar mis razones, lo dejo aquí porque la reflexión antropológica vendrá mañana.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Parada de metro


Por supuesto que sí, puedo contárselo con detalle. Yo estaba sentado en el banco de ahí, esperando que llegara el metro. Faltaban dos minutos. Lo sé con tanta exactitud porque al llegar al andén se estaba marchando el anterior y no pude cogerlo, así que me senté, miré el reloj y me dije: "Sólo tendré que esperar dos minutos".

 Había más gente alrededor, a esa hora hay mucho movimiento en las estaciones. Unos van al trabajo, otros a la universidad, a los institutos... Hora punta, ya sabe. Entonces llegó el hombre por las escaleras de la izquierda. Estaba borracho, eso seguro. Se tambaleaba, iba dando zancadas de un lado a otro del andén. Iba despeinado y con el abrigo mal puesto. Una señora me dijo después que olía a vino, lo cual no me extraña.

Un señor mayor que estaba a mi lado murmuró al verlo pasar: "Qué vergüenza", y otra señora que se encontraba sentada a su lado dijo: "Desde luego. No deberían dejar entrar en el metro a la gentuza". Se puede imaginar el rechazo de todos los que estábamos aquí esperando para ir a nuestro trabajo, a cumplir con nuestras obligaciones como buenos ciudadanos.  

En ese momento, el hombre se acercó mucho al borde y se cayó. ¿Se da cuenta? Se cayó a la vía. Enseguida pensé: "Por culpa de este hombre voy a llegar tarde a la reunión". ¿Sabe? Si hubiera cogido el metro anterior no me habría visto involucrado. Pero bastaron diez segundos de diferencia para tener que esperar dos minutos más.

El hombre no se levantaba, y ya me veía yo que aquello acabaría mal. La señora sentada en el banco empezó a protestar. "¿No se va a levantar el borracho, o es que pretende dormir la mona ahí tirado?". Varias voces se quejaron, y un chico le gritó que saliera de allí, que el metro estaba a punto de llegar. Pero el hombre no se movía. Alguno gritó, el señor mayor se indignó diciendo que aquello era aberrante, y el vagón hizo entrada en la estación. Lógicamente, no le dio tiempo a frenar. Y ya conoce usted el resto.

Sepa usted, agente, que aunque le hayan informado de que el hombre no estaba borracho y que entró tambaleándose en la estación porque acababan de atracarle en la calle, yo no me lo creo. Es más, me da igual que sea verdad, porque ¿le parece usted razonable su comportamiento? ¿No podría haberse quedado fuera y esperar a que alguien llamara a la policía? ¿Para qué tenía que entrar en la estación? Ya ve, llevo dos horas aquí. Me he perdido la reunión, y no sé cuándo podré marcharme, con tantas declaraciones y burocracias. Y encima, dígame, ¿quién va a pagarme a mí los gastos de la tintorería, quién? ¿La familia del muerto? ya se sabe que la sangre no sale tan fácilmente... 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amores ¿imposibles?



A veces me vuelvo monotemático, pues ésta será otra entrada sobre cine, pero comprenderéis que tengo mis razones, porque las dos últimas películas que he visto me han hecho reflexionar sobre el asunto. Además, ya sabéis que esto no es más que una excusa para hablar de otras cosas, de lo que hay underneath (qué bonita palabra y qué fea suena traducida al español).

Curiosamente, las dos películas son musicales aunque de muy distinto género; una es irlandesa, Once, y cuenta de forma muy realista y con un formato muy sobrio la historia de un músico que toca la guitarra en la calle en sus ratos libres. Allí conoce a una emigrante checa con la que traba amistad y de la que acaba enamorándose. La chica convence al chico para que grabe sus canciones e intente hacerse un hueco en el mundo musical. A lo largo de la película, las canciones se insertan de manera natural a medida que los personajes se reúnen para cantar, ensayan, o tocan en la calle, consiguiendo emocionar por su sencillez y sinceridad (no en vano una de las canciones, Falling slowly, ganó el Oscar a la mejor canción).

La otra película es francesa (¡cómo no! Yo sigo con mi ciclo...) Se titula Les chansons d'amour y es como la versión francesa de Los dos lados de la cama: historia de parejas, de parejas que se cruzan, de parejas que se vuelven a cruzar, aunque con dos salvedades: no se destrozan clásicos del pop galo, sino que las canciones fueron compuestas para la película, y no hay coreografías absurdas que parecen cunas meciéndose en lugar de bailes. Por lo demás, muchas coincidencias: una pareja (Julie e Ismaël) se amplía para convertirse en trío gracias a Alice. Los celos y tensiones del ménage a trois desaparecen al morir Julie repentinamente de un infarto, y el trío se rompe por completo. Ismaël comienza entonces su deambular parisino en busca de consuelo, cruzándose con varios personajes en su historia, incluyendo la familia de Julie, Alice, su nuevo novio y el hermano de éste. Producción muy cuidada, con muchos guiños a la tradición cinematográfica francesa, y una música compuesta por Alex Beaupain en consonancia con todo esto: melancolía, lluvia y rastros de chanson. Una muestra, Au parc, la mejor canción de la película para mi gusto. 

Aunque las dos películas son muy distintas, me han hecho reflexionar sobre esas historias de amor imposibles a las que nos tiene acostumbrados el cine, y que han creado un lugar común sobre el asunto. Distancias insalvables, diferencias de clases, maridos e hijos que no se pueden abandonar... la lista de tópicos y motivos es interminable: Breve encuentro, El paciente inglés, Estación Termini, Casablanca, Lost in traslation, Ha nacido una estrella son sólo algunos ejemplos. Y aún así, siguen convenciendo. Aunque si tuviera que elegir entre una de las dos películas, me quedo con la francesa. Me gusta más Once (con diferencia), pero Les chansons d'amour encierra toda una filosofía pese a su inconsistencia, a su falta de credibilidad y a su cúmulo de acciones sin sentido. La última frase del protagonista lo dice todo: "aime moi moins mais aime moi longtemps" (ámame menos pero ámame mucho tiempo). Extensión antes que intensidad.

Ya no tenemos quince años, y aunque más de uno se lamente, para mí es un alivio. Se acabaron las tragedias, levantarse a medianoche para ir a comprar tabaco y llamar desde una cabina, llorar desconsoladamente de vuelta a casa como si el mundo se estuviera descomponiendo a cada paso, sobreactuar y melodramatizar. Lo cual no quiere decir que no haya acabado el dolor, que no se llore, que no se sufra con las rupturas, que no se ame. Pero de otra manera. Todos nos hemos puesto en evidencia alguna vez (o varias), a todos nos han dejado y todos hemos dejado, todos hemos perdido los papeles por alguien, todos hemos sabido sobreponernos a una despedida, a una pérdida, a un adiós. Y con eso hemos aprendido. O hemos vuelto a aprender cuando una lección nos ha costado pagar varias veces la matrícula, si sabéis a qué me refiero. Porque todos andamos en espiral, aunque algunos crean que son círculos. Porque los buenos recuerdos son nuestros y nadie podrá quitárnoslos. Porque la vida continúa, pese al invierno. Porque, como dice Calamaro, debería estar prohibido haber vivido y no haber amado. Porque quedan sorpresas inesperadas. Porque afortunadamente no somos Anjelica Houston en The Dead, una de las películas más tristes que conozco que sí encierra una desconsolada visión del amor y de la vida. Porque tampoco somos ya quien éramos hace quince años.

Por todo eso, hoy quiero dar las gracias a quienes me dejaron, a quienes me hicieron sufrir, a quienes me traicionaron. Quizás tuvieron sus razones, tal vez también tenían entonces quince años o les gustaban demasiado las películas románticas. A lo mejor esperaban escuchar un trémolo de violines que nunca sonó. O simplemente, yo no les gustaba lo suficiente. O nada. También es buena una cura de humildad. Y quiero del mismo modo pedir disculpas a quienes correspondí con la misma moneda. A quienes hice daño. A quienes enterré en le patio de mi casa. A quienes negué para siempre. A quienes no quise escuchar. Sin ironía ni rencor. Sin justicia poética. Por poner las cosas en su sitio. Porque Once es muy bonita. Pero en el fondo, Les chansons d'amour me convence más. Y es más real en su irrealidad.

martes, 23 de noviembre de 2010

Mis ciclos de cine


Los ciclos temáticos de cine son un entretenimiento masoquista que inauguré en los inviernos michiganenses. Masoquistas porque sólo a mí se me ocurre hacer una integral "Todo Bergman" en el largo invierno del Midwest, o hacer coincidir la temporada de lluvias con el terror japonés, tan dado a utilizar el agua como elemento perturbador.

Aún así, creo que ha llegado el momento de recuperar el hábito, pues San Roque es un exilio a la altura de las circunstancias, y es la mejor forma de evitarles a mis amigos el suplicio de ver películas que sólo me gustan a mí.

Como no podía ser menos, y para que se note que me está costando un esfuerzo sobrehumano abandonar el calor (eléctrico) de mi hogar para ir a clase de francés, uno de los ciclos será "Cine francófono" (que de hecho he iniciado con resultados desiguales: Il y a longtemps que je t'aime me ha parecido fantástica, Le déclin de l'empire américain me ha parecido que ha envejecido fatal y que ha sido superada con creces por su segunda parte, Les invasions barbares). El otro ciclo, y que Dios nos coja confesados, será "Todo Buñuel". Tengo pendientes algunas que no he visto nunca (La vía láctea entre ellas) y otras, que me apetece ver de nuevo. Además, en algunas haré doblete porque serán en francés y de Buñuel, para rizar el rizo.

Ya os iré contando, porque la cosa promete. Tengo L'amour à mort en lista de espera...

viernes, 19 de noviembre de 2010

Camino de ida y vuelta



En su libro Habitaciones separadas (1994), Luis García Montero incluyó el poema "Aunque tú no lo sepas":

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.

El cantautor Quique González, basándose en este poema, escribió la famosa canción del mismo título que cantó Enrique Urquijo:


Vídeo de Los Secretos

El poema de Montero también sirvió de inspiración a su mujer Almudena Grandes, que escribió el relato "El vocabulario de los balcones" contenido en su libro Modelos de mujer (1996), que transformaba el poema en una historia de amor entre una chica burguesa y un joven del extrarradio madrileño, que vuelven a encontrarse veinticinco años después de haberse conocido en el último año del instituto.

Por si fuera poco, el relato fue adaptado al cine en la película Aunque tú no lo sepas (2000) de Juan Vicente Córdoba, que protagonizan Silvia Munt y y Gary Piquer, y que no tuvo demasiado éxito.

Un largo camino que aún puede rizarse aún más si un escritor escribe una novela donde sus protagonistas leen el poema, escuchan la canción y ven la película. 

martes, 2 de noviembre de 2010

"Enemigos públicos", de Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy



Me encantan las correspondencias (y cuando digo correspondencias no me refiero a equivalencias, sino a  epistolarios), y son mi debilidad: Gil-Albert y Emilio Prados, Stefan Zweig y Richard Strauss, Zenobia y Juan Ramón, Unamuno y Machado, Henry James, madame de Sévigné...  Así que un libro que nace como crrespondencia electrónica entre Houellebecq, el poeta maldito del siglo XXI, y Lévy, modelo del intelectual comprometido, no me puede dejar indiferente.

Dos voces, dos pensamientos, dos puntos de vista irreconciliables que se van desgranando a través del contacto mantenido por estos dos representantes de la cultura francesa contemporánea, y que a modo de partida de ajedrez, va desmadejando su hilo para atrapar al lector y atraparse ellos mismos en una dialéctica lucha donde cada respuesta es un nuevo asalto.

Si el diálogo nació como herramienta didáctica, este libro es un buen ejemplo de su utilidad. Cada tesis tiene su antítesis, cada afirmación provoca una réplica argumentada, y a medida que uno va leyendo, va comprendiendo que hay razones para ser un intelectual comprometido y también para no serlo, que hay motivos para vivir en el exilio y para quedarse a vivir en el terruño, que dependiendo del carácter, la personalidad y las experiencias vividas, un mismo hecho puede provocar reacciones contrapuestas.

Todos hemos conocido alguna vez a esa persona brillante, inteligente y reconocida en nuestro entorno, pero que tenía una manera de pensar diametralmente opuesta a la nuestra, y que a pesar de las cosas que pudieran unirnos, hemos preferido mantener alejada de nosotros. ¿Qué ocurriría si un día se nos planteara la posibilidad de mantener una correspondencia con esa persona, para discutir esos puntos que nos alejan e incidir en los que nos acercan? ¿Nos enriquecería la experiencia, nos permitiría conocernos mejor? Así es esta correspondencia. Sólo queda decidir si seremos un Houellebecq o un Lévy.

miércoles, 20 de octubre de 2010

La carta de recomendación



Un despacho de la Facultad de Letras. Decoración rancia en madera oscura. Ambiente sombrío. DON ESTEBAN está sentado, leyendo un libro. Llaman a la puerta.


DON ESTEBAN.- ¡Adelante!

Se abre la puerta. Asoma SAMIR.

SAMIR.- Buenos días, Don Esteban.
DON ESTEBAN.- ¿Qué quiere?
SAMIR.- Está en sus horas de consulta, ¿verdad?
DON ESTEBAN.- (molesto) Sí, ¿no ha leído el cartel de la puerta?
SAMIR.- Sí, sí, era sólo…
DON ESTEBAN.- Entonces, ¿para qué pregunta? (en voz baja) Qué estupidez… ¿Qué desea?
SAMIR.- Verá, quería pedirle un favor…Han publicado ya la convocatoria de las becas de investigación…
DON ESTEBAN.- (interrumpiendo) Sí, sí, ya lo sé. Ande, entre y cierre la puerta.

SAMIR cierra la puerta y se sienta en la silla vacía delante de DON ESTEBAN

SAMIR.- Pues verá… Es necesario presentar tres cartas de recomendación si se quiere solicitar una beca…
DON ESTEBAN.- Ya lo sé, el procedimiento es siempre el mismo. ¿Me va a decir a mí qué documentación hay que presentar?
SAMIR.- No, no, no es eso. Es que… había pensado que tal vez podría usted escribirme una de las cartas.
DON ESTEBAN.- ¿Yo?
SAMIR.- Sí… He cursado con usted “Tradición poética”, “Géneros literarios” y una optativa de quinto, “Poesía francesa simbolista”. Y como tengo pensado solicitar la beca para estudiar en el Departamento, pues me ha parecido…
DON ESTEBAN.- Usted lo que quiere es aprovecharse de que soy el Catedrático del Departamento.
SAMIR.- No, Don Esteban, es sólo que me parece que lo más lógico es pedirle las cartas a los profesores del área en la que voy a trabajar.
DON ESTEBAN.- Así que pretende entrar como investigadora en nuestro Departamento.
SAMIR.- Así es.
DON ESTEBAN.- ¿Y con quién pretende trabajar?
SAMIR.- Con la profesora Patricia Serrano.
DON ESTEBAN.- Ah… (pensativo, para sí) La profesora Patricia Serrano… Sí, literatura femenina, literatura de la experiencia… Ya… Paparruchas. (a SAMIR) Y dígame…
SAMIR.- (un poco cohibida) ¿Sí?
DON ESTEBAN.- Me resulta curioso… Así que me pide una carta de recomendación para trabajar en el Departamento, pero no se le ocurre pedirme a mí que dirija su investigación.
SAMIR.- Es que el campo de estudio de la profesora Patricia me atrae más.
DON ESTEBAN.- (para sí) Otra oportunista. (a SAMIR) Le gusta la teoría feminista y esas tonterías del género porque están de moda, ¿no?
SAMIR.- (tímida) No, es algo que me interesa verdaderamente. Tengo la intención de hacer un estudio intercultural.
DON ESTEBAN.- (sarcástico) ¡Qué maravilla! ¡Estudios culturales, identidades femeninas! Apasionante. A este paso, no sé quién va a enseñar la tradición latina o la poesía renacentista. (SAMIR guarda silencio). Claro que me acuerdo de usted, señorita… señorita… tenía un apellido extranjero, ¿verdad? Marka, o Malak…
SAMIR.- Marrak.
DON ESTEBAN.- Eso, eso es. Samir Marrak, ¿no? (ella asiente. DON ESTEBAN se queda pensativo unos instantes) Mire, voy a ser completamente sincero: no me gusta usted lo más mínimo. Nunca me ha gustado; desde la primera vez que la tuve en clase, me ha resultado molesta su presencia, y eso a pesar de que he tenido la suerte que tenerla matriculada tres veces. No hacía falta que me lo recordara, lo tenía fresco en mi memoria; es más, le diré que usted se sentaba siempre en la tercera fila, a la izquierda, con esa amiga suya… Fátima. Siempre las dos sentadas en la tercera fila, juntas. Intervenía continuamente con sus comentarios puntillosos, con sus salidas de tono, con sus tonterías de la perspectiva femenina. Así que como comprenderá, no voy a escribirle ninguna carta de recomendación. No da usted la talla.

SAMIR.- (a la defensiva) Tengo uno de los mejores expedientes de mi promoción.
DON ESTEBAN.- Ya lo sé. ¿Y eso qué? (pausa) Usted no es de aquí, ¿verdad?
SAMIR.- ¿Cómo?
DON ESTEBAN.- Digo que usted no es de aquí, que no es española.
SAMIR.- Sí soy española. He nacido aquí.
DON ESTEBAN.- Pero su familia no es española, ¿verdad? Marrak no es un apellido español. Usted es árabe. ¿Me equivoco?
SAMIR.- Mis padres llevan viviendo treinta años en España. Tienen la nacionalidad española.
DON ESTEBAN.- Parece que usted no comprende… ¿Dónde nacieron sus padres?
SAMIR.- ¿Qué tiene eso que ver?
DON ESTEBAN.- Dígame, ¿de dónde son sus padres?
SAMIR.- De Marruecos.
DON ESTEBAN.- Entonces… ¿Por qué no ha estudiado Filología Árabe, que es lo suyo, en lugar de Hispánica?
SAMIR.- Porque lo mío es Filología Hispánica. No me interesa la Filología Árabe.
DON ESTEBAN.- (tras una pausa) ¿Conoce usted a Joaquín Martínez?
SAMIR.- Sí.
DON ESTEBAN.- Es becario de nuestro Departamento.
SAMIR.- Lo sé.
DON ESTEBAN.- Usted sabe mucho, como siempre. A ver, si tanto sabe, dígame cuál fue la nota media de Joaquín en la carrera.
SAMIR.- No lo sé.
DON ESTEBAN.- ¡Hombre, por fin, algo que usted no sabe! Pues se lo diré. Un siete con tres. Una nota mucho más baja que la suya, por supuesto. ¿Cómo es posible entonces que consiguiera la beca?
SAMIR.- Quizás su proyecto era muy bueno…
DON ESTEBAN.- ¡No sea ingenua! ¿Usted cree que alguien se lee la documentación? Nadie supervisa los proyectos. Se recogen, se guarda, y se sellan. Para conseguir la beca bastó una llamada al Ministerio. Uno tiene amigos influyentes, algo que también es importante. Tras mi llamada, le concedieron la beca inmediatamente. Así de simple. (sonríe, y hace una pausa) Yo podría volver a hacer una llamada este año y conseguirle la concesión de la suya, ¿eh? Mire qué fácil. Pero, ¿sabe una cosa?
SAMIR.- ¿Qué?
DON ESTEBAN.- Pues que no la voy a hacer. ¿Y sabe por qué?
SAMIR.- Porque no le caigo bien.
DON ESTEBAN.- Aparte de por eso… Porque hay demasiados marroquíes en este país.
SAMIR.- Yo soy española.
DON ESTEBAN.- Usted en el fondo sabe a qué me refiero. Es mejor que se queden donde les corresponde, en el campo, en esas tiendecitas tan cutres que montan y que son como almacenes, en la construcción, si es que encuentran algo. O mejor aún, lo preferible es que se vuelvan a su país. Aquí tenemos muchos problemas ya. Y las becas son para los españoles, y no para los que vienen de fuera.

SAMIR lo mira fijamente sin decir una palabra. Se lee la indignación en su cara.

DON ESTEBAN.- Se ha quedado sin habla… Milagroso, he conseguido callarla. Aprovecharé para darle otro consejo: desista de solicitar la beca porque no se la van a conceder. Las solicitudes tienen que pasar primero por el criterio del Departamento, y le digo desde ya que su proyecto no se va a adscribir a nuestras líneas de investigación. Tendrá fallos de forma, o incumplirá alguna cláusula de la convocatoria. Ya me encargaré yo de ello…

La indignación de SAMIR aumenta aún más.

DON ESTABAN.- Y por supuesto, no creo que sea necesario decirle que esta conversación que hemos mantenido sobre su carta de recomendación es absolutamente confidencial, y que quedará entre usted y yo. No vaya a cometer la equivocación de pensar que puede acusarme de algo. No ha sido más que una saludable conversación entre un catedrático y su ex-alumna. (pausa, con intención) Sería su palabra contra la mía. (en otro tono) Y ciertamente, ¿quién podría creer semejantes acusaciones contra el Presidente Honorífico de la Organización de las Tres Culturas? (abre el libro que había abandonado sobre la mesa, y comienza a leer. Habla sin mirarla) Buenas días, ha sido un placer hablar con usted. No olvide cerrar la puerta al salir.

sábado, 16 de octubre de 2010

Tazas de té


"Los habitantes de esta urbe... no podrán comprender nunca qué sutilísima diferencia poética existe entre una taza de té caliente y otra taza de té frío"
                                                                                            F.G.L.

¿Acaso se puede decir algo más?


miércoles, 29 de septiembre de 2010

4309


Quería la habitación 2046, pero estaba ocupada. Tampoco pude quedarme en la 2047: acababa de cometerse un suicidio en ella. No me quedó más remedio que alojarme en la 4309.

Mi vida puede resumirse así: por más que me empeñe en conseguir algo, nunca lo consigo. Siempre me quedo con la segunda opción, con el premio de consolación que nadie quiere. Y lo peor no es quedarse en un segundo plano. Lo peor es desaparecer, confundido con el escenario.

Quería la habitación 2046 porque sabía que en ella iba a ocurrir algo; y si yo estaba en esa habitación, era muy probable que yo fuera parte de la historia. Pero no pudo ser. Y tampoco conseguí la de al lado, que de una forma u otra, también se vería metida en la historia. Las habitaciones vecinas son los testigos mudos de muchos secretos, y se ven implicadas aunque no lo deseen.  Mejor ser comparsa que personaje mudo, identidad a la que me relegó la habitación 4309.

Para escapar de la soledad de mi cuarto, a veces paseaba por los pasillos de la segunda planta. De la habitación 2046 me llegaba el sonido de las canciones de Nat King Cole cantadas en español. No entendía la letra, pero algo me decía que era importante comprenderla. Pregunté a una chica que era traductora alojada en la tercera planta si entendía las canciones, pero no sabía español. Nunca pude saber de qué trataban. Me limitaba a tararearlas cuando me afeitaba por las mañanas.

Al sonido de las canciones se unió pronto el de una máquina de escribir, que sonó durante meses con insistencia. Alguien golpeaba con furia las teclas, descargando la ira contenida, como si de ese modo exhorcizara sus miedos y rencores. Las sesiones terapéuticas continuaron durante meses, hasta que un día la máquina de escribir enmudeció. Y también la música.

Entonces todo mi interés por los paseos desapareció. Mi ánimo se vino abajo, y me encerré en mi habitación, la 4309. Empecé a alimentarme únicamente de piña enlatada. Y ya se sabe que no hay nada más triste que una lata de piña, especialmente si uno es actor secundario de su propia vida.

viernes, 27 de agosto de 2010

Los beneficios de viajar en autobús (y II)


Bueno, parece que la siesta ha surtido su efecto. Se podría decir que he sufrido cierto tipo de hibernación, pues ya comentamos que el frío produce esta clase de reacciones. Perterchado bajo mi abrigo, mi manta eléctrica de viaje y mi gorro peruano, puedo decir adiós al frío para seguir con mi crónica.

Porque llegamos a la segunda entrega de este pequeño compendio, centrado ahora en otro elemento fundamental de los viajes en autobús: la compañía. Ya hemos hablado largo y tendido de los asientos, los reposa-cabezas y el aire acondicionado, pero ¿qué sería de nuestros viajes sin esos inolvidables momentos vividos en compañía de absolutos desconocidos que ponen la sal a nuestro insípido tránsito entre ciudades? Nuestros viajes serían recuerdos difusos de malestar, mareos y angustia, superpuestos unos sobre otros, sin nada que los identificara e hiciera únicos. Y es precisamente la presencia humana, los recuerdos asociados a cada una de esas experiencias inolvidables, lo que hace que no olvidemos mientras vivamos cada uno de nuestros viajes.
La tipología permite establecer categorías (me encantan las listas) y se puede establecer la siguiente distinción:
a) El viajero testimonial-trascendente: de mediana edad, generalmente de sexo femenino, aprovecha el viaje para proyectar en ti sus desengaños. Entabla una amistosa conversación, te cuenta su vida en un tono de voz lento y apasionado y te pide que vivas la vida al máximo (Carpe diem!) y que saques jugo a lo poco que te queda de juventud. Dependiendo de tu estado de ánimo, puede ser como una patada en la espinilla, como una revelación, o si te coge en uno de esos días, te puede amargar lo que te queda de viaje o incluso de semana.
b) El viajero dormilón: como su nombre indica, se pasa la mayor parte del viaje dormido, lo cual es de agradecer y lo convierte en uno de los compañeros de viaje ideales si no cae en la desagradable manía de apoyarse en ti para dormir. Con él no valen las sutilezas; por mucho que escurras el hombro, por mucho que lo empujes levemente hacia su asiento, como no optes por ser desagradable y lo estampes contra la ventana, no te dejará en paz.
c) El viajero cotilla: una de las maldiciones de viajar, sea en el medio de transporte que sea. Son personas de ambos sexos que han olvidado comprar una revista antes de subir al autobús o que siempre encuentran más verde la hierba del vecino, como dicen los ingleses. Tienen el cuello superdesarrollado, lo que les permite articularlo como si de un periscopio se tratara para leer lo que lees, ver los mensajes que escribes en el móvil, e incluso olisquear la comida que sacas de tu mochila. No entables nunca conversación con ellos, pues son muy peligrosos; son capaces hasta de sacarte el pin de tu tarjeta de crédito por medio de preguntas inquisitivas. Lo mejor es no mirarlos a los ojos e ignorar su presencia.
d) El viajero con niño: otra joyita de los viajes. Por lo general son madres, aunque es igual el sexo del acompañante, pues lo molesto es la carga: bebés y niños de hasta dos años, que van encima de sus progenitores durante el trayecto. Al parecer, muchas personas no han comprendido que los viajes nocturnos no han sido diseñados para los bebés, y que los berreos que el resto de los viajeros deben soportar todo el viaje habrían sido más llevaderos de día. Si son un poco más mayores, entonces la molestia es otra: te tocan con manos manchadas de comida y/o babas, te dicen impertinencias, saltan, te golpean, y a todo ello debes poner buena cara en lugar de maldecir al padre/madre por no haber pagado otro billete para su vástago hiperactivo al que tú no tienes por qué soportar.
e) El viajero poco higiénico: compuesto por mochileros, perroflautas o simplemente individuos que desconocen los beneficios del desodorante; está muy bien la naturalidad y los tejidos orgánicos, pero también existe la piedra de alumbre, que quita la peste y además es muy alternativo. Son peor que los cotillas, porque tu pituitaria no puede evitar sentirse atrapada por sus efluvios. Se recomienda llevar un bote de Vick VapoRub para untarte el labio superior como los forenses cuando realizan una autopsia.
f) El viajero musical: preadolescente, adolescente o postadolescente (o que se cree serlo con treinta años), viaja con unos auriculares que sobrepasan el límite de gálibo permitido en cabezas, y que en ocasiones puede invadir tu espacio vital. Por si fuera poco, el problema es que quiere compartir contigo sus gustos musicales, imponiéndotelos por encima de la película que a duras penas consigues oír o del libro que intentas leer. Solución: tapones para los oídos o llevar tus propios auriculares espaciales para una batalla de decibelios.
g) El viajero telefónico: uno de los grandes mostruos de la sociedad actual. Al democratizar el acceso a los móviles, hemos creado criaturas enganchadas al telefóno como a la teta materna que necesitan hacer uso de él en todo momento: "Estamos pasando por La Carlota", "Acabamos de parar en Despeñaperros", "Me estoy comiendo un Phoskito manido y me estoy rascando la pierna al mismo tiempo". Para más inri, estos sujetos tienen acceso a internet y están además enganchados a quinientas redes sociales, tienen twitter,flickr y blog (o lo que es peor, videoblog), y deben actualizarlos cada quince segundos para evitar los ataques de ansiedad, por lo que escucharás sus comentarios en voz alta, sus respuestas, las llamadas de teléfono en las que comentan lo que acaban de colgar, y los comentarios que Pepita y Antoñito le acaban de hacer, si no eres objeto de una foto que ilustre tu identidad como "El compañero raro de al lado" del que está hablando sin pudor con uno de sus ochenta mejores amigos. Además, este especimen puede combinarse con el "Viajero musical" cuando decide mostrarnos a todos los presentes que su móvil tiene radio y que puede ponerlo a todo trapo para que el autobús entero disfrute del reaggeton o de lo último de Bustamante. Apabullante. Solución: comprarse un inhibidor de móviles y viajar en paz junto a un enemigo desarmado.
h) El viajero perfecto: esa mujer u hombre, (según preferencias) que desde el segundo que descubres su presencia en la estación te hizo sentir cosquillas en el estómago y que acabó sentándose a tu lado, ("Increíble, esto no me está pasando a mí"), y que tras unas tímidas miradas que sólo te atreves a lanzar tras una o dos horas de viaje, descubres que sienten el mismo nerviosismo que tú y que también te miran cuando creen que no estás atento, y que se apartan al sentir el roce de tus muslos, pero que al poco vuelven a establecer contacto y tocan su piel con la tuya; ese viajero o viajera cuyo libro de lectura resulta ser una de tus novelas favoritas y que está escuchando el último disco de tu grupo, y que huele tan bien, y que parece tan interesante, que todo aquello no puede ser más que un sueño, como efectivamente se atestigua al abrir los ojos y descubrir que a tu lado el asiento está vacío, única alternativa posible a toda la tipología anterior.
Y otro día ya hablaremos de lo que ocurre con el asiento de delante y el asiento de atrás (el que quiere dormir la siesta y se reclina, el que te clava las rodillas en la espalda, el niño que tira de tu asiento, etc...)

jueves, 26 de agosto de 2010

Muß es sein?


Casa de campo en Gneixendorf, Austria. Tarde cálida de verano. Corre el año 1826. Sala espaciosa con una ventana al fondo que permite ver un prado. Decoración lujosa y cálida. Un piano a la derecha, y una puerta a su lado.

BEETHOVEN está sentado en una mesa delante de unas partituras. Una CRIADA está limpiando los cristales de la ventana, y al frotarlos con un trapo húmedo los hace rechinar, poniendo los pelos de punta. Lógicamente, eso no molesta a BEETHOVEN, que está sordo como una tapia.

El músico está muy concentrado en lo que está haciendo, y repiquetea con los dedos sobre la mesa. Eso sí parece molestar a la CRIADA, que se acerca al músico, y se coloca a su espalda para ver qué está escribiendo.

BEETHOVEN.- (en un susurro) Muß es sein?*

La CRIADA fija la vista en las partituras, y canturrea el motivo con voz de contralto.

BEETHOVEN.- (en el mismo tono) Muß es sein?

LA CRIADA se acerca un poco más y entonces BEETHOVEN se da cuenta de que está sobre su hombro. Da un brinco sobresaltado.

BEETHOVEN.-Großer Gott!**

La CRIADA no le hace caso; le coge la partitura de la mano y se va al piano. BEETHOVEN se queda estupefacto. Ella se sienta y empieza a tocar el motivo y a repetirlo.

CRIADA.- (cantando) "Muß es sein, muß es sein"...

BEETHOVEN se ha acercado al piano y observa cómo la CRIADA repite una y otra vez el motivo hasta que ella levanta las manos del piano. La CRIADA guarda silencio unos segundos, pensativa, e improvisa el segundo motivo, respuesta al anterior.

CRIADA.- Ja, natürlich! Es muß sein!***

Repite el motivo varias veces. BEETHOVEN mira el teclado del piano, porque lógicamente no lo escucha pero lo ve. Está entusiasmado. Ella se levanta y le cede el sitio a él. BEETHOVEN toca varias veces el motivo que la CRIADA ha improvisado, coge la partitura y vuelve a su mesa. La CRIADA ha vuelto a su ventana y a su trapo, ahora que por fin BEETHOVEN no está repiqueteando con los dedos sobre la mesa. Él mira la partitura varios minutos, pensativo.

BEETHOVEN.- (volviéndose hacia ella) Du Recht hast.****
CRIADA.- (sin dejar de limpiar y sin girarse) Gewiss!*****

BEETHOVEN empieza a escribir en la partitura el motivo de la CRIADA. Ella ni se inmuta.

En ese momento se levanta MILAN KUNDERA del público con una libretita en la mano. Sale del patio de butacas escribiendo algo. En el escenario comienza a atardecer.



*¿Debe ser?
** ¡Dios Mío!
***¡Sí, por supuesto! ¡Debe ser!
****Tienes razón.
*****¡Cómo no!

lunes, 16 de agosto de 2010

"Origen" de Christopher Nolan


Desde su primer cortometraje, Doodlebug, Nolan ha mostrado su interés y su inclinación por la mise en abyme. Esta figura retórica, que literalmente significa "puesta en abismo" hace referencia a las historias dentro de historias, a la manera de cajas chinas o muñecas rusas. Lo que en su primer cortometraje es un simple juego (el hombre que persigue al bicho), a medida que avanza en su carrera está cada vez más justificado por el contenido. Following profundiza en esta idea, y no deja de resultar irónico si se analiza en comparación con su primer corto (y no digo nada más para que aquellos que no hayan visto ni una ni otro). Memento es el ejemplo clásico de montaje al servicio de la historia, y al igual que Origen, cuando uno sale del cine, no sabe con qué interpretación quedarse: ¿Había matado Leonard ya al asesino de su esposa? ¿Existió realmente Sammy y su esposa diabética? ¿Había inventado Leonard toda la historia?

Las películas de Nolan son siempre una apuesta segura. En ellas recurre a sus obsesiones personales, que se repiten de película en película, y presenta un discurso complejo y ambiguo, lo que da mayor riqueza a la interpretación. Son "sugerentes", en el sentido más literal del término. Origen, que crea todo un mundo increíble de manipulación, me hace dar rienda suelta a mi imaginación y reinterpretar muchos de los acontecimientos vividos en mis sueños. ¿Quién no ha soñado alguna vez con su padre, o un amigo, pero que en el sueño tenía otra cara, y aún así sabíamos que era él? ¿No sería quizás alguien que intentaba usurpar su identidad para sonsacarnos algo? ¿No nos hemos despertado a veces inquietos, angustiados, sin saber qué nos ha provocado esa sensación y sin poder recordar lo que hemos soñado? Pero más allá de estas ensoñaciones sugestivas, me ha gustado Origen por dos razones: porque no sabemos si al final cae el trompo y porque es más difícil hacer una inception que una extraction.

La discusión sobre si toda la película es un sueño de Cobb o si por el contrario el final supone una vuelta a la realidad me resulta insustancial. Algunos de mis amigos se han visto involucrados en acaloradas polémicas sobre una interpretación u otra, alegando una escena u otra (cuando Cobb sale del sueño en Mombasa y se lava la cara en el baño, usa el trompo pero no se llega a ver si cae o no; los dos niños aparecen en la misma postura en la escena del recuerdo que se repite insistentemente y al final de la película, lo que resulta un poco artificial - ¿simple decisión estética del director, o constatación de que en realidad sigue estando dentro del sueño? - Nada impide tampoco imaginar que Cobb puede soñar que está en la realidad y por eso el trompo cae...) La lista es interminable, pero no creo que sea necesario llegar a tanto; Origen no es un "whodunit" al uso donde las piezas deben encajar para hallar al culpable y que el espectador debe recolectar y repasar minuciosamente, y donde las fisuras son como trofeos que los diseccionadores colocan en la sección de fallos del imdb. Origen es mucho más que eso. ¿Qué vemos al final de la película? Que Cobb ha vuelto casa, que está en paz y es feliz después de haberse perdonado por lo que hizo. Sea real esa vuelta a casa, o sea todo un sueño, es un buen final donde el conflicto se ha resuelto. ¿Qué nos importa saber si está despierto o dormido si por fin puede ver a sus hijos? Nuestras vidas son así; ¿qué me importa si estoy en la cueva y todo son reflejos y sombras? Yo no lo sé, y por tanto no me incumbe descubrir si existe una realidad superior. Distinto sería si Cobb supiera que en el fondo todo no es más que un sueño y lo aceptara; ¿por qué hace girar el trompo y luego lo abandona? Podréis decir: es que al ver a sus hijos sale corriendo por la emoción. Sí, pero también lo hace porque en el fondo le da igual; no quiere saber si está despierto o dormido. Es feliz, puede ver sus caras y eso le basta.

Podría también hablar de la desafortunada traducción del título ("origen" desorienta mucho, porque aunque es sinónimo de "inception" en inglés, no posee el matiz de "acción y efecto de" que sí tiene extracción, el otro concepto clave de la cinta), pero prefiero hablar de ambos procesos, extracción e "incepción", (permítaseme el neologismo) que sustentan toda la historia. Ya he comentado al principio que me encanta la idea de que la extracción sea más fácil que la incepción, (además, de no ser así, no habría película); pero me gusta por una razón subjetiva al máximo: la creación es más complicada que la destrucción. Ya sé que parece una verdad de perogrullo, pero es mucho más fácil tomar algo de la cabeza de alguien (acción pasiva), que introducir algo en su interior para que germine (acción activa). El proceso de la incepción se parece mucho a la labor creativa: se parte de una noción básica, sencilla, para a partir de ella alimentar la idea hasta convertirla en un proyecto complejo, en un plan de vida, en una firme resolución. Frente a eso, destrozar el portátil de un diseñador, o quemar una biblioteca de incunables, o bombardear Sarajevo se resuelve en un minuto, con todas sus dramáticas consecuencias. Nada lo resume mejor que las palabras de la madre en Bodas de sangre: "Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años".

Para rizar más el rizo, (nunca mejor dicho), acabo de leer que Hans Zimmer, para la composición de la banda sonora (segura candidata al Oscar de este año) se leyó Gödel, Escher, Bach, de Hofstadter para inspirarse. El ensayo, premio Pulitzer en 1980, trata sobre matemáticas, perspectiva y música, y es uno de mis libros de cabecera (no en vano estoy obsesionado con los bucles y las bandas de Moebius). Un motivo más para considerar que Origen, a pesar de todo lo que se pueda alegar, es una de las mejores películas que he visto en años, y que me reafirma en mi convencimiento de que Nolan tiene aún mucho que ofrecer.

miércoles, 11 de agosto de 2010

"Mi vecino Totoro", un caso especial de Doppelgänger (I)


Cuando era niño y veraneaba en un pueblo de la costa, había un entretenimiento que me encantaba: ir al cine de mi calle a ver la cartelera. Por aquel entonces, como no existía internet, uno iba a la puerta del cine, echaba un vistazo al cartel de la película y a los fotogramas de promoción que colgaban en las vitrinas y se hacía una idea aproximada del contenido (idea muchas veces equivocada). Si la película era para todos los públicos, le pedías a tus padres que te dejaran dinero para ir a la sesión de las seis; y si era para mayores de trece, y dependiendo del criterio familiar, podías ir acompañado de un adulto o quedarte en casa jugando.
Independientemente de que te dejaran ver la película, el placer der ver los carteles y los fotogramas era de por sí suficiente para despertar tu imaginación (de casta le viene al galgo). Enseguida me imaginaba el argumento a partir de cuatro fotografías inconexas que se suponía reflejaban su espíritu. Persecuciones, raptos, aventuras fantásticas, seres monstruosos, viajes al centro de la tierra. En un momento había montado toda una saga nórdica. Un verdadero ejercicio creativo.

En ocasiones, ver la película constituía un baño de decepción, porque tan grandes habían sido mis expectativas, y tan magnífica había resultado mi historia alternativa, que la realidad me golpeaba con sus limitaciones. Y de manera especial, cuando faltaba en la película uno de los fotogramas que había visto previamente en la puerta.
Mientras veía la película, me complacía reconocer las instantáneas que ya me había aprendido de memoria y que había contextualizado de forma diferente a como de hecho aparecían en la proyección. A veces, me agradaba el cambio; otras, pensaba que mi previsión era más acertada. Pero en cualquier caso, me pasaba toda la película esperando a que saliera ese beso entre los protagonistas, ese bicho misterioso o el viaje en barco. La extrañeza se producía, y el temor, cuando uno de los fotogramas no aparecía ni por asomo. ¿Dónde estaba esa mujer vestida de blanco, cuándo había sido perseguido el héroe por un tanque? ¿Me había quedado dormido? ¿Se habrían saltado un trozo? ¿Qué había ocurrido? A la salida de la sesión, me pegaba al cristal de la vitrina y volvía a mirar la foto, buscando una respuesta que no llegaba. La imagen estaba ahí, delante de mis narices, pero en la película se había volatizado. Esa sensación aún me produce escalofríos. Comenzaba a intuir la certeza de que nuestras más firmes convicciones pueden ser erróneas, y que la percepción humana es engañosa. No sabía entonces que existen las llamadas "fotos de promoción", ni las "escenas eliminadas", ni los "finales alternativos" a los que el mundo del DVD ya nos ha acostumbrado.
Precisamente ayer sentí uno de esos escalofríos con una imagen de "Mi vecino Totoro", de Miyazaki. Comparen ustedes los dos fotogramas que aparecen aquí arriba. Niña con el pelo corto a la izquierda sosteniendo a su hermana a la espalda; niña sola con dos coletas a la derecha. Los que hayan visto la película sentirán que una de las dos imágenes chirría. ¿Por qué?


martes, 3 de agosto de 2010

Reiniciando el sistema


Terminando la primera ronda de lecturas pendientes, ahora empieza la segunda. Algunos afortunados se van de viaje, pero yo me quedaré en casa.

Aún es pronto para hablar de libros, pero apuntaré que Herta Müller ha sido un descubrimiento. Deslumbrante.

Adelante con el trabajo de investigación y las lecturas de la Edad de Plata. Agosto es el mes más plácido.

Seguiré por aquí...

jueves, 15 de julio de 2010

La libertad


La libertad es un estado, y para mí significa poder leer y escribir. El hombre es un gran faisán del mundo, The dogs of Riga, El desierto de los Tártaros, Bilbao-New York-Bilbao, Conversaciones con Deleuze, Indignation, Los señores del límite, Años de guerra... Todos esperan a ser retomados, reiniciados o leidos tras una espera de meses. Los dos primeros ya están listos. Y a Roth he tenido que empezarlo desde el principio (fue en octubre cuando me leí las primeras 50 páginas). Nada que no se solucione en un par de horas sentado junto a la piscina.


Y la novela en curso ha arrancado de nuevo. Veremos a dónde nos lleva.


Esto sí son vacaciones...

lunes, 5 de julio de 2010

Weird memories


Llevaba años sin escuchar aquel disco. Se lo presté a alguien que nunca lo devolvió, y cada vez que lo veía en una tienda me planteaba si debía confiar en la honradez de los conocidos y esperar a que volviera a casa o si era preferible adoptar una pragmática resolución y comprarlo por segunda vez. El debate interno duraba siempre unos minutos, hasta que otro disco atraía mi atención y era él quien se venía conmigo. Así somos, nos puede más un amor nuevo, que promete mucho más de lo que ofrece, que uno antiguo que conocemos y nos ha dado satisfacción pero ya no nos puede conceder el aliciente de la novedad.

El caso es que cierto día leí un artículo en el periódico sobre el disco en cuestión, y fue como avivar las brasas de un fuego que creía apagado. Con la lectura fui recuperando el significado subjetivo de cada una de sus canciones, a las personas a las que iban asociadas y la historia privada que se escondía detrás de cada una de ellas, pues los discos de nuestra vida no se limitan a un single, sino que adquieren esa categoría particular porque cada una de sus canciones nos han acompañado en un momento especial y se han quedado grabadas en nuestro recuerdo con asombrosa individualidad.

Al terminar el artículo, los escoldos se habían transformado en un fuego devastador, y dejé el periódico abierto sobre la barra de la cafetería y la tostada a medias para correr a la tienda de discos má cercana.

Como es habitual en estas situaciones, durante meses te has encontrado con el disco en los expositores de todas las tiendas, y cuando vas a comprarlo, está agotado. Lo achaqué al artículo del periódico, que suelen tener ese efecto expansivo: escribe sobre un disco, un libro o una película, y los lectores correrán como perros de Pavlov a comprarlos. Sí, ya sé que yo también había corrido, pero en mi caso iba en busca de un viejo amor al que había abandonado en manos de otro y que no había tenido el valor de reclamar.

Recorrí varias tiendas, grandes superficies y centros comerciales con el mismo resultado. Las últimas copias habían volado a primera hora de la mañana. Soy una persona muy firme en mis decisiones (o habría que decir "mis caprichos") porque en el momento que resolví que necesitaba el disco como el aire, como internet, como mi dosis de chocolate diaria, también resolví que lo necesitaba de forma inmediata. Así que tras recorrer todas las tiendas convencionales, me dirigí a las dos o tres de segunda mano que conocía; no me gusta comprar discos manoseados por otros, pero ante la posibilidad de tener o no tener mi disco de nuevo, se imponía el mal menor: mejor mancillado que perdido para siempre.

Tuve suerte esta vez: en el segundo intento lo encontré, con su portada psicodélica en color salmón y verde y unas palmeras fluorescentes. Estaba deseando llegar a casa para escucharlo, pero mi impaciencia me llevó a abrirlo para ojear y hojear el libreto. Cual no sería mi sorpresa al descubrir que el antiguo dueño del disco tenía la misma costumbre que yo había tenido unos diez años atrás. Empezaba a estudiar inglés entonces, y subrayaba con lápiz las palabras que no entendía en las letras de las canciones. El ex-amante del disco había hecho lo mismo, y a medida que fui pasando las páginas, mi estupor fue creciendo, pues las palabras subrayadas eran las mismas que yo recordaba haber subrayado. La confirmación llegó en la última página. Tres gotas de tinta delatoras me recordaron una de mis patéticas muestras de amor: le copié la letra de la canción final del disco, una típica balada melosa, a una chica con la que salía por aquel entonces. Lo hice sobre un caro papel de carta y cometí la imprudencia de hacerlo a pluma para darle más prestancia. Pero mi dominio de las técnicas tradicionales no ha sido nunca mi fuerte, y en el proceso mi mesa, el papel y el propio libreto quedaron marcados de por vida. Tres gotitas, con una curiosa disposición triangular, que volvían a estar frente a mí tras años de ausencia.
Temblé al volver a repasar cada una de las páginas, reconociendo a mi amor perdido, no una copia o un sustituto, sino el original, el primero, el único. Tras el asombro y la epifanía vino el enfado. Pensé en mi amigo o conocido que había tenido el valor de vender mi disco. Tenía que llamarlo y maldecirlo, amenazarlo con denunciarlo. Luego mi parte racional se impuso. A lo mejor no había sido él; a lo mejor habían robado en su casa y los ladrones habían vendido los discos; a lo mejor había represtado el disco (algo por otra parte imperdonable) y había sido el segundo prestatario quien había mancillado la confianza de mi amigo o conocido. Dejé las suposiciones para otro momento, porque lo importante era que había recuperado mi disco, que había vuelto a mis brazos sano y salvo. Había llegado a casa y urgía volver a escucharlo.
Apagué las luces, encendí velas y creé el ambiente propicio para el reencuentro. Me senté en el sofá y encendí el equipo de música, preparado para reanimar las llamas.
Los sintetizadores que abrieron la primera canción me chocaron; no recordaba que el disco sonara tanto a los años ochenta. Luego fue la batería simplista y repetitiva la que me resultó extraña, y después la voz del cantante, en exceso vibrante, y lo que fue peor, la melodía. Aquella canción era nueva para mí.
Encendí las luces y comprobé que la funda coincidía con el disco, no se hubieran equivocado en la tienda al guardarlo; no había error. Miré minuciosamente el libreto otra vez. Sí, eran las letras de aquellas canciones que me había aprendido de memoria, pero la música no se ajustaba a mi recuerdo. Algo pasaba. Puse la segunda canción, y el extrañamiento se repitió. Lo mismo con la tercera, con la cuarta, con el disco entero. No podía ser. Aquél era mi disco, no había duda, pero aquellas canciones no eran las que yo había tarareado miles de veces, las que recordaba con cariño y devoción; y lo peor era que, aunque no se parecieran a la imagen que atesoraba de ellas, tampoco me gustaban. Música pasada de moda, oportunista, que había envejecido mal. Incluso la balada final, Weird memories, no era una balada sino una canción acelerada de dos minutos con un estridente estribillo que repetía:
"Weird memories
Weird memories
That's all I got from you"
"Irónico", pensé. Haces mal en fiarte del poder distorsionador del recuerdo. Borra los elementos molestos y maquilla las imperfecciones. Idealiza el pasado hasta hacerlo irreconocible. Tiñe el pelo de tu ex-novia y pone en tu boca palabras que nunca llegaste a decir. Inventa escenas y encuentros sólo imaginados. Altera completamente la realidad hasta el punto de hacerte olvidar que fuiste tú mismo quien vendió el disco en la tienda de segunda mano, cuando te hiciste grunge y dejó de gustarte el pop de la década anterior.

sábado, 12 de junio de 2010

Creo en el destino


No soy una persona especialmente trascendente (no en el sentido religioso del término), ni tampoco soy un seguidor new age de conglomerados budistas-ecologistas-panteístas tan de moda hoy en día. Pocas veces reflexiono sobre cuestiones religiosas aunque sí me preocupa la ética y los cuestionamientos morales; para mí son la base del comportamiento, y como persona, me interesan en mí y en los demás. Creo moderadamente en el ser humano (cómo no ser crítico), en la gratuidad de la amistad y en la vida interior. Converso con el hombre que va conmigo, que acaba resultando yo mismo. Menos mal que a veces lo escribo, si no olvidaría lo que me digo.

Pero si tuviera que decir en qué creo, no tendría más remedio que responder que creo en el destino. Y no me refiero al destino marcado en el telar de las parcas, noiras o nornas (¡oh fato cruel!), ni el destino trágico del romanticismo decimonónico (¡qué daño ha hecho a la literatura!). Hablo del destino como aceptación de que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, de manera que siempre se debe intentar ver el lado positivo de las cosas que suceden.

Rebobinemos. Si me hubieran dado la beca FPU no me habría ido a Estados Unidos: las cosas habrían sido muy distintas. Nunca habría sabido lo que era a spread-out city, el oatmeal ni el frío, entre otras muchas cosas. Con la perspectiva que dan los años, me alegro de que los misteriosos criterios del Ministerio (eso sí que es algo oscuro, enigmático y que requiere una fervorosa credulidad) me negaran la beca.

Igualmente, aunque en el fondo me acuerde mucho de Ann Arbor, volver fue la decisión correcta. A pesar de que el máster de Comunicación Corporativa no haya dado los frutos esperados (si no contamos ciertas amistades que ahora me son imprescindibles), a pesar de que las expectativas generadas en Heineken sólo quedaran en eso, a pesar de que me haya pasado tres años simultaneando trabajos, clases en la academia, dos másteres y la preparación de unas oposiciones. No me gusta imaginar en qué me habría convertido si me hubiese quedado a vivir en un mundo donde la máxima aspiración es amasar dinero para el día de mañana poder jubilarte.

Come what may, en menos de un mes habré terminado mis exámenes. Y tendré que sonreír porque al menos habrá terminado este curso. Y sé que algo bueno me espera, independientemente del resultado. Llámame neoestoico, llámame oportunista, llámame reescritor de la historia. No se trata de justificarse a cada momento para así no admitir que en ocasiones se cometen errores. Mistakes were made, ¿quién puede negarlo? Hay tantas cosas de las que me arrepiento... Pero no se trata de fustigarse en público; eso queda para cada uno.

Me he dado cuenta de que estos tres años, a pesar de todo, no han sido un período transitorio, que era como yo mentalmente me justificaba mi existencia para no enloquecer. No existen los períodos transitorios. Aunque no nos haya gustado el final de Lost, por desgracia voy a tener que darle a razón a J.J. Abrams (damn him!): lo importante no era el resultado sino el proceso.

Así que esperemos a ver qué nos trae el destino, que siempre ofrece giros inesperados que ni los mejores guionistas de Hollywood podrían imaginarse (¿un embarazo no deseado? ¿una chica chilena? ¿un trabajo en la NASA? ¿la ex de mi mejor amigo? ¿un papel en Cats?) y dejadme que os invite formalmente a mi vida: work in progress.



viernes, 28 de mayo de 2010

lunes, 26 de abril de 2010

Everything in his right place


Hasta después de mi operación no empecé a percibir los patrones.


Creí al principio que eran una consecuencia normal de la intervención; el médico había dicho que me sentiría confuso las primeras semanas, así que atribuí al shock post-operatorio esas presencias difusas que veía a mi alrededor. Eran como piezas de puzzle tridimensionales, etéreas, transparentes, que flotaban encima de las personas. No les di más importancia y dejé que continuaran levitando.


El día que me visitó mi tía Engracia las cosas empezaron a encajar - nunca mejor dicho - porque siempre me había llevado muy mal con ella y su visita me ayudó a entenderlo. Es de las típicas personas que vienen a visitarte cuando estás convaleciente pero que lo hacen recordándote en todo momento que es una obligación para ellos y que se lo debes agradecer. Estaba dándome la tabarra con sus dolores y preocupaciones triviales, repitiéndome que lo mío no era para tanto comparado con su artrosis y sus cataratas, cuando vi que sobre ella flotaba una pieza con aristas puntiagudas y dos huecos triangulares; evadiéndome de la conversación, elevé la vista a mi propia pieza y me encontré con una pieza de contornos redondeados y tres huecos cuadrados. Lo comprendí perfectamente; nunca me había caído bien mi tía Engracia porque nuestras fichas no encajaban. Y algo me decía que el sentimiento era mutuo.


Esa tarde, cuando la tía se marchó, salí a pasear y observé la forma de las piezas que encontraba en mi paseo. Curvas, con aristas angulosas, cuadradas, esféricas, parabólicas. Infinidad de formas y oquedades, tan diferentes como cada individuo. Pasé por delante de la cafetería del barrio y entendí por qué me llevaba tan bien con la camarera, a la que todo el mundo tachaba de antipática: compartíamos una extraña irregularidad curva en uno de los lados de nuestras fichas que encajaba a la perfección. Lo mismo me pasó con el tipo del puesto de periódicos, que era proverbialmente agradable pero seco y distante conmigo: nuestras fichas eran como el día y la noche.

Valiéndome del recién adquirido super-poder, no me costó encontrar a Lucía, una chica simpática, atractiva e inteligente cuya ficha era absolutamente complementaria a la mía. Empezamos a salir, y nos iba tan bien y éramos tan felices que a los seis meses nos casamos.

Pero como existe la justicia poética y de algún modo actué de mala fe al acercarme a Lucía sabiendo que no me rechazaría, el destino se volvió contra mí. Una mañana me la encontré en la puerta de casa con una maleta y los ojos rojos de haber llorado. "Te dejo", me dijo. Y entonces me di cuenta de que su ficha había cambiado de forma y ya no encajaba con la mía.

Tan seguro había estado de la compatibilidad que no me había preocupado de analizar si los patrones cambiaban. También el mío había cambiado; se había vuelto estirado, hinchado de sí mismo, con una forma difícil de encajar.

Me quedé paralizado sin saber qué hacer. Sólo pude asomarme a la ventana y ver cómo Lucía se alejaba de mí, acompañada de un desconocido que llevaba su maleta, mientras sus fichas se fusionaban en el aire.



miércoles, 14 de abril de 2010

Canapé de boletus


Cogió un pequeño canapé de boletus y se colocó bien las gafas de sol antes de contestar:

-Por supuesto, querida, sé de lo que hablo. Yo he vivido en Londres cinco años.

Lo dijo con una autoridad y arrogancia que más bien quería decir "Londres es de mi propiedad", como si la mera presencia temporal en un cúmulo de calles y barrios innumerables condujera inevitablemente a su posesión.

-Ah, yo también he vivido en Londres - intervino una incauta que se encontraba en el pequeño grupo y que no imaginaba la repercusión de un comentario así.

La hembra alfa la miró con desdén por encima de las gafas de sol. Escaneó sus rasgos y le dio un significado antropológico a cada arruga, a cada lunar, a cada pestaña. De manera unilateral, el análisis concluyó en una presuposición: claro, aquella chiquilla había vivido también en Londres. Pero en un Londres diferente. Había trabajado de lavaplatos o haciendo camas en un hotel. Como mucho, había sido camarera. La típica estancia juvenil con la excusa de aprender inglés. Pero no había vivido en Kensington and Chelsea, y en sus días libres, se habría dedicado a emborracharse con cervezas baratas en casa de inmigrantes ilegales.

La miró de nuevo antes de sentenciarla. ¿Quién la habría invitado a la recepción del embajador? Había llegado el momento de marcar distancias con un golpe de efecto. Mordió el canapé y añadió:

-Ya. Pero yo vivía en casa del embajador.

La chica sonrió extrañada:

-Yo también, pero no me suena para nada tu cara.

La hembra alfa observó a su audiencia antes de replicar:

-¿Y qué hacías allí? ¿Trabajabas en el servicio doméstico?

La chica hizo un gesto ambiguo con las manos.

-Más o menos. Soy la hija del embajador. Y tú eres... ¿quién? No recuerdo haber oído tu nombre.

El canapé se quedó a medias sobre la mesa.

miércoles, 17 de marzo de 2010

La sedimentación


Al principio no te das mucha cuenta. Las crecientes obligaciones reducen tu tiempo libre y llegas muy cansado a casa. Empiezas por dejar de ir al gimnasio, que te quita tiempo y para el que estás demasiado agotado. Las pocas veces que te esfuerzas en ir, haces diez minutos de bicicleta y te duchas, completamente exhausto.

Los viernes por la tarde, tu único plan es tumbarte delante de la tele, cenar cualquier cosa y desplazarte de la horizontalidad del sofá a la horizontalidad de la cama. Atrás quedan las salidas nocturnas y las juergas con tus amigos, que te asedian para que no te quedes en casa y salgas con ellos.

Entras en una rutina cada vez más enfermiza que se compone de dos únicos escenarios: tu casa y tu trabajo. Dedicas pequeños momentos robados al día a comprar en el supermercado y a poner lavadoras. Sales muy temprano de casa, coges el metro, llegas en la oficina y sales a última hora de la tarde para volver a casa. Vives sin ver la luz del sol.

Tus horas de ocio se diluyen entre programas de televisión que no ves, discos que no terminas de escuchar y libros que se te caen de las manos. Dedicas mucho tiempo a seguir trabajando desde casa. Te falta concentración y careces de energía. Así comienzan a manifestarse los síntomas.

Duermes mal. Te despiertas de madrugada y te cuesta trabajo darte la vuelta dentro de la cama. Sientes cómo tu cuerpo se ablanda y cambia de textura. A veces, cuando te levantas, ves resto de arena entre las sábanas. El proceso ha comenzado.

Empiezan a aparecer extrañas prolongaciones en tus brazos y piernas a modo de pequeños pólipos, que cuelgan de tu cuerpo con la apariencia de diminutas estalactitas. Son maleables y puedes hacer que desaparezcan, reintegrándolas en tu carne. Pero al cabo del tiempo, vuelven a surgir.

Te das cuenta de que los pólipos se agarran a las superificies con las que entran en contacto, y que si pasas demasiado tiempo sentado te resulta muy difícil arrancarlos. A medida que aumentan su tamaño, su color se vuelve parduzco como la tierra seca y van soltando arenisca.

Por las mañanas, levantarse de la cama es toda una proeza. Los pólipos han hundido sus raíces en el colchón y sólo a base de un esfuerzo sobrehumano (que a veces acaba con alguno de los tentáculos arrancados) consigues salir de la cama. Donde antes había un pólipo, ahora tienes una herida sangrante.

Delante del espejo, intentas en vano recomponer tu rostro, cubierto de picudas erupciones que buscan aferrarse a algún objeto. Dejas un reguero de barro en el lavabo, y los tentáculos inician su labor con tu propio cuerpo, enlazando tus piernas, atando tus brazos a los costados. No puedes defenderte.
Has sido preso de la sedimentación.