sábado, 12 de junio de 2010

Creo en el destino


No soy una persona especialmente trascendente (no en el sentido religioso del término), ni tampoco soy un seguidor new age de conglomerados budistas-ecologistas-panteístas tan de moda hoy en día. Pocas veces reflexiono sobre cuestiones religiosas aunque sí me preocupa la ética y los cuestionamientos morales; para mí son la base del comportamiento, y como persona, me interesan en mí y en los demás. Creo moderadamente en el ser humano (cómo no ser crítico), en la gratuidad de la amistad y en la vida interior. Converso con el hombre que va conmigo, que acaba resultando yo mismo. Menos mal que a veces lo escribo, si no olvidaría lo que me digo.

Pero si tuviera que decir en qué creo, no tendría más remedio que responder que creo en el destino. Y no me refiero al destino marcado en el telar de las parcas, noiras o nornas (¡oh fato cruel!), ni el destino trágico del romanticismo decimonónico (¡qué daño ha hecho a la literatura!). Hablo del destino como aceptación de que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, de manera que siempre se debe intentar ver el lado positivo de las cosas que suceden.

Rebobinemos. Si me hubieran dado la beca FPU no me habría ido a Estados Unidos: las cosas habrían sido muy distintas. Nunca habría sabido lo que era a spread-out city, el oatmeal ni el frío, entre otras muchas cosas. Con la perspectiva que dan los años, me alegro de que los misteriosos criterios del Ministerio (eso sí que es algo oscuro, enigmático y que requiere una fervorosa credulidad) me negaran la beca.

Igualmente, aunque en el fondo me acuerde mucho de Ann Arbor, volver fue la decisión correcta. A pesar de que el máster de Comunicación Corporativa no haya dado los frutos esperados (si no contamos ciertas amistades que ahora me son imprescindibles), a pesar de que las expectativas generadas en Heineken sólo quedaran en eso, a pesar de que me haya pasado tres años simultaneando trabajos, clases en la academia, dos másteres y la preparación de unas oposiciones. No me gusta imaginar en qué me habría convertido si me hubiese quedado a vivir en un mundo donde la máxima aspiración es amasar dinero para el día de mañana poder jubilarte.

Come what may, en menos de un mes habré terminado mis exámenes. Y tendré que sonreír porque al menos habrá terminado este curso. Y sé que algo bueno me espera, independientemente del resultado. Llámame neoestoico, llámame oportunista, llámame reescritor de la historia. No se trata de justificarse a cada momento para así no admitir que en ocasiones se cometen errores. Mistakes were made, ¿quién puede negarlo? Hay tantas cosas de las que me arrepiento... Pero no se trata de fustigarse en público; eso queda para cada uno.

Me he dado cuenta de que estos tres años, a pesar de todo, no han sido un período transitorio, que era como yo mentalmente me justificaba mi existencia para no enloquecer. No existen los períodos transitorios. Aunque no nos haya gustado el final de Lost, por desgracia voy a tener que darle a razón a J.J. Abrams (damn him!): lo importante no era el resultado sino el proceso.

Así que esperemos a ver qué nos trae el destino, que siempre ofrece giros inesperados que ni los mejores guionistas de Hollywood podrían imaginarse (¿un embarazo no deseado? ¿una chica chilena? ¿un trabajo en la NASA? ¿la ex de mi mejor amigo? ¿un papel en Cats?) y dejadme que os invite formalmente a mi vida: work in progress.