lunes, 13 de diciembre de 2010

Lo que facebook me ha enseñado (II)


Decíamos ayer que facebook es el mayor y el peor invento de este siglo, pero no entré en materia para demostrarlo. Me limité a preparar el marco contextual y a contar un par de anécdotas sobre mi primer contacto con el medio. Pero creo que ha llegado el momento de tratar el asunto con seriedad.

Del mismo modo que las fotos de Erika estuvieron visibles durante unas horas, también las fotos de un compañero del departamento, gravemente perjudicado por los efectos del alcohol en una mítica fiesta de españoles, estuvieron al alcance de cualquiera un fin de semana hasta que el afectado se dio cuenta de que estaba etiquetado en el álbum de un conocido y le pidió que las quitara. El caso no trascendió más allá, pero teniendo en cuenta la aversión que por el alcohol tiene la sociedad puritana, podría haberle causado problemas. Porque... ¿quién ve tus fotos? Este es el primer punto negativo.

1. Tus fotos y tus datos están disponibles en facebook. Sí, puedes proteger tu perfil para que sólo accedan tus amigos; pero si tus amigos cuelgan sus fotos y tú sales en ellas, ¿quién te ve? ¿Sus amigos? ¿O también los amigos de los amigos? Ya se sabe: los seis grados de separación de Duncan Watts pueden ser menos. Y es seguro que tu jefe está a menos de tres, porque siempre hay un colega pelota que lo ha agregado. Y no se trata sólo de que tú controles lo que cuelgas, sino que también tendrías que controlar qué cuelgan los demás. Y hay gente muy imprudente.
Conozco el caso de una amiga que estuvo luchando para que quitaran sus fotos de facebook hasta que lo consiguió, y en esa ocasión se trataba de su prima. Si existen esas dificultades con alguien de tu familia, ¿qué pasará con un simple conocido? De acuerdo, acepto que se puede denunciar, que la Ley te da la razón, pero las fotos han estado expuestas y ya han sido vistas. ¿Existe solución para eso? Y sí, puedes controlar quién ve tus fotos, pero también hay modos de copiarlas aunque muchos no lo sepan. Ahora mismo es posible que una foto tuya en paños menores esté flotando por la nube cibernética... O disfrazado de Rambo, o de libélula, o de Leviatán. Escalofriante.
Por otro lado, ya se sabe que no hay que dar datos personales, ni bancarios, ni telefónicos, pero hay gente que cuelga cosas que te dejan boquiabierto, como fotos de su nueva tarjeta de crédito customizada o comentarios acerca de sus próximas vacaciones explicando los días que van a estar fuera de casa. Luego se sorprenden si al volver a casa les han desvalijado. Así que si tienes perfil en facebook cuidado con lo que pones porque estás vendido al público. Facebook es la hermana pequeña de wikileaks.
2. Te encuentra gente que no querías encontrar. Es muy agradable dar en facebook con viejos amigos a los que habías perdido el rastro. Hace diez años, la gente tenía correo electrónico, pero no todo el mundo lo abría; y había cuentas que caducaban. Podías perder el contacto con amigos que se mudaban de ciudad, que se iban de erasmus. Pero con facebook los puedes encontrar. Lo malo es que también aquellos de los que huyes pueden encontrarte a ti.  Aquel pesado compañero de instituto, la ex acosadora que tiene su dormitorio forrado con fotos tuyas, el colega de trabajo al que nadie invita a tomar una cerveza, tu primo el de Cáceres que es un arquetipo de "Mujeres, hombres y viceversa", las amigas de tu hermana de quince años. ¿Compensa reencontrar a un viejo amigo todo esto? Absolutely not. Si nuestros caminos se separaron, el destino nos volverá a reunir, si es que así está previsto. Porque es muy fácil decir: basta con no añadirlos. Pero no es tan fácil si ves a tu compañero de trabajo todos los días, y te repite todos los días que te ha mandado una invitación de facebook para que te hagas su amigo. No valen excusas del tipo: es que entro poco, es que en realidad lo tengo por mi hermano que está en Italia... No. Porque un día, cuando menos te lo esperes, vendrá el compañero por la espalda cuando estés abriendo tu facebook en horas de trabajo y te pillará desprevenido con un: mira, ahora que lo tienes abierto, agrégame. Y no tendrás más remedio que hacerlo si no quieres resultar borde en tu sinceridad. Facebook fomenta la hipocresía.

3. Te enteras de cosas que preferirías no haber sabido. Y viceversa (es decir, que los demás se enteran de cosas que no querrías que se hubiesen sabido). Esta tercera razón es mucho peor que la anterior, porque el disgusto de enterarte de que tu ex está saliendo con ese tío que te caía tan mal es mucho más dañino que tener a tu primo el de Cáceres mandándote mensajes cada semana. Y quieras o no, te enteras de cosas, porque todos somos humanos. Aunque hayas roto y no tengas a tu ex como contacto, sabes que basta con asomarte al muro de los amigos comunes para enterarte de cosas, y ya tienes una mala leche el resto de la tarde que no te la quita ninguna invitación a un grupo del tipo "Yo también veía Barrio Sésamo", "Berto for president" o "100.000 firmas para que Paulina Rubio deje de cantar". Y del mismo modo, tu facebook es una prueba delatora de tus movimientos. No avisas a tus amigos de Madrid que vas un fin de semana de escapada y se acaban enterando porque ven tus fotos en la Puerta de Alcalá. Eso te pasa por tener que hacerte fotos con cada maldito paso que das. Por no hablar de la cara de palo que se te queda cuando ves que varios amigos comentan la superfiesta a la que fueron la noche anterior a la que nadie te invitó. ¿Puedes sentirte ofendido? Te has enterado por leer las actualizaciones de tus contactos, que aparecen aunque tú no quieras al abrir tu facebook. Ese es el problema, que lo lees todo aunque no quieras... Ya lo dice el Eclesiastés: "Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor" (1,18). Así que mejor no decir lo que haces y mantenerte calladito en facebook, no se vaya a enterar quien no quieres. Facebook fomenta la falsedad.


...y seguiremos mañana porque aún hay mucho que decir. El entrante de la polémica está servido.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Lo que facebook me ha enseñado (I)



El sábado mi amigo Joaquín me envío el link de un vídeo de Alex Droner, "A life on facebook" que recomiendo encarecidamente. Tenéis el enlace aquí. Es necesario visitarlo antes de seguir leyendo.

Cuando terminé de verlo me entró un vértigo horrible y me tuve que quedar en el sofá sentado unos minutos, mirando como un estúpido el mosaico de vídeos de youtube. Sí, era un vídeo muy gracioso, me había reído un par de veces, me había sentido identificado con algunas cosas, pero el ritmo trepidante del final sólo podía generar en mí una desagradable sospecha: el día que me muera no podré decirlo en facebook, y la gente seguirá pensando que estoy vivo, dejando comentarios en mi muro, etiquetándome en fotos sacadas del baúl de los recuerdos o inexistentes (¿a quién no le han etiquetado alguna vez en una foto donde no está en realidad?) o mandándome mensajes privados del tipo "Hemos kedado ste sabado. T apuntas?".

Mi amigo Joaquín, que es muy sabio, tiene una relación de amor-odio con facebook, y he de decir que comparto en parte su opinión, y que me inquietan sus pokes, sus hugs, sus I like it. Facebook es el mayor y el peor invento de este siglo, y explicaré por qué lo pienso.

Tuve la suerte de estar viviendo allí cuando se desató la fiebre facebook; necesitabas tener una cuenta de correo en una Universidad americana para poder acceder, y como el invierno era muy largo, y mi compañera de piso Alejandra y yo estábamos muy aburridos, decidimos acceder. En realidad, mi principal motivación fue poder aprenderme los nombres de mis alumnos. Suena extraño, pero es la pura verdad. Cada semestre tenía 75 alumnos, y siempre había tres Kaylyn, dos Christine, cuatro Kathyn, cinco Andrew, seis Anthony, y ninguna fotografía. Nos daban una lista con los nombres, y el único modo de conseguir asociar cada nombre a su cara era entrar en facebook y buscarlos. Y así conseguí memorizar los nombres y reconocer a sus dueños antes de que llegara la última semana de curso.

Alejandra y yo pasábamos la tarde entera en facebook, perdidos en el inextricable mundo de los hipervínculos: un nombre nos llevaba a otro, de allí saltábamos a su hermana, nos dábamos cuenta de que la conocíamos de vista, Alejandra encontraba a un compañero de su clase de inglés antiguo, rastreábamos a la gente del departamento... Básicamente, lo mismo que hace hoy todo el mundo. Pero entonces era nuevo, era algo que sobrepasaba nuestra imaginación, era casi magia. Además, por aquel entonces facebook no estaba saturado de publicidad y gadgets inútiles. Muro, estado, fotos, amigos y mis gustos era todo; tu perfil no estaba incrustado de utilidades absurdas ni tus amigos te bombardeaban con cuestionarios, descubre a qué película te pareces o quién de tus amigos es tu alarma gemela. Era como asomarse por un pequeño agujero a las vidas de los demás (apenas había seguridad y casi todo el mundo tenía el perfil abierto) y resultaba fresco, simpático, y muy entretenido. La mejor forma de pasar las tardes de invierno.

Cuando mis compañeros de departamento se enteraron de que tenía facebook, se rieron de mí. (Lo mismo que si ahora se enteraran de que tengo tuenti). Cuando les dije por qué me lo había hecho (asociar nombres con caras), se rieron de nuevo. Cuando les dije que era en serio, dejaron de reírse y me pidieron que les enseñara facebook. Cuando vieron las fotos y los perfiles abiertos, cambiaron de expresión.  Diez minutos después, toda la población masculina del departamento tenía facebook.

A veces peco de inocente. Claro, en facebook también se podía ligar. Y mirar. Y cuando Erika, una alumna de Spanish 231 se fue un sábado de fiesta con sus amigas, se emborrachó y colgó las fotos de la juerga en facebook, no resultó raro que las fotos fueran prohibidas dos horas después. El lunes me costó trabajo mirarla a la cara (esa cara que yo ya no tenía dificultad en asociar a su nombre) y cuando me dijo que le dolía la cabeza, que había estado enferma durante el fin de semana y que no había podido estudiar, le sonreí y le dije que la comprendía perfectamente: hay resacas peores que una neumonía.

Pero como me estoy alargando y aún no he llegado al quid de la cuestión, ni a justificar mis razones, lo dejo aquí porque la reflexión antropológica vendrá mañana.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Parada de metro


Por supuesto que sí, puedo contárselo con detalle. Yo estaba sentado en el banco de ahí, esperando que llegara el metro. Faltaban dos minutos. Lo sé con tanta exactitud porque al llegar al andén se estaba marchando el anterior y no pude cogerlo, así que me senté, miré el reloj y me dije: "Sólo tendré que esperar dos minutos".

 Había más gente alrededor, a esa hora hay mucho movimiento en las estaciones. Unos van al trabajo, otros a la universidad, a los institutos... Hora punta, ya sabe. Entonces llegó el hombre por las escaleras de la izquierda. Estaba borracho, eso seguro. Se tambaleaba, iba dando zancadas de un lado a otro del andén. Iba despeinado y con el abrigo mal puesto. Una señora me dijo después que olía a vino, lo cual no me extraña.

Un señor mayor que estaba a mi lado murmuró al verlo pasar: "Qué vergüenza", y otra señora que se encontraba sentada a su lado dijo: "Desde luego. No deberían dejar entrar en el metro a la gentuza". Se puede imaginar el rechazo de todos los que estábamos aquí esperando para ir a nuestro trabajo, a cumplir con nuestras obligaciones como buenos ciudadanos.  

En ese momento, el hombre se acercó mucho al borde y se cayó. ¿Se da cuenta? Se cayó a la vía. Enseguida pensé: "Por culpa de este hombre voy a llegar tarde a la reunión". ¿Sabe? Si hubiera cogido el metro anterior no me habría visto involucrado. Pero bastaron diez segundos de diferencia para tener que esperar dos minutos más.

El hombre no se levantaba, y ya me veía yo que aquello acabaría mal. La señora sentada en el banco empezó a protestar. "¿No se va a levantar el borracho, o es que pretende dormir la mona ahí tirado?". Varias voces se quejaron, y un chico le gritó que saliera de allí, que el metro estaba a punto de llegar. Pero el hombre no se movía. Alguno gritó, el señor mayor se indignó diciendo que aquello era aberrante, y el vagón hizo entrada en la estación. Lógicamente, no le dio tiempo a frenar. Y ya conoce usted el resto.

Sepa usted, agente, que aunque le hayan informado de que el hombre no estaba borracho y que entró tambaleándose en la estación porque acababan de atracarle en la calle, yo no me lo creo. Es más, me da igual que sea verdad, porque ¿le parece usted razonable su comportamiento? ¿No podría haberse quedado fuera y esperar a que alguien llamara a la policía? ¿Para qué tenía que entrar en la estación? Ya ve, llevo dos horas aquí. Me he perdido la reunión, y no sé cuándo podré marcharme, con tantas declaraciones y burocracias. Y encima, dígame, ¿quién va a pagarme a mí los gastos de la tintorería, quién? ¿La familia del muerto? ya se sabe que la sangre no sale tan fácilmente... 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Amores ¿imposibles?



A veces me vuelvo monotemático, pues ésta será otra entrada sobre cine, pero comprenderéis que tengo mis razones, porque las dos últimas películas que he visto me han hecho reflexionar sobre el asunto. Además, ya sabéis que esto no es más que una excusa para hablar de otras cosas, de lo que hay underneath (qué bonita palabra y qué fea suena traducida al español).

Curiosamente, las dos películas son musicales aunque de muy distinto género; una es irlandesa, Once, y cuenta de forma muy realista y con un formato muy sobrio la historia de un músico que toca la guitarra en la calle en sus ratos libres. Allí conoce a una emigrante checa con la que traba amistad y de la que acaba enamorándose. La chica convence al chico para que grabe sus canciones e intente hacerse un hueco en el mundo musical. A lo largo de la película, las canciones se insertan de manera natural a medida que los personajes se reúnen para cantar, ensayan, o tocan en la calle, consiguiendo emocionar por su sencillez y sinceridad (no en vano una de las canciones, Falling slowly, ganó el Oscar a la mejor canción).

La otra película es francesa (¡cómo no! Yo sigo con mi ciclo...) Se titula Les chansons d'amour y es como la versión francesa de Los dos lados de la cama: historia de parejas, de parejas que se cruzan, de parejas que se vuelven a cruzar, aunque con dos salvedades: no se destrozan clásicos del pop galo, sino que las canciones fueron compuestas para la película, y no hay coreografías absurdas que parecen cunas meciéndose en lugar de bailes. Por lo demás, muchas coincidencias: una pareja (Julie e Ismaël) se amplía para convertirse en trío gracias a Alice. Los celos y tensiones del ménage a trois desaparecen al morir Julie repentinamente de un infarto, y el trío se rompe por completo. Ismaël comienza entonces su deambular parisino en busca de consuelo, cruzándose con varios personajes en su historia, incluyendo la familia de Julie, Alice, su nuevo novio y el hermano de éste. Producción muy cuidada, con muchos guiños a la tradición cinematográfica francesa, y una música compuesta por Alex Beaupain en consonancia con todo esto: melancolía, lluvia y rastros de chanson. Una muestra, Au parc, la mejor canción de la película para mi gusto. 

Aunque las dos películas son muy distintas, me han hecho reflexionar sobre esas historias de amor imposibles a las que nos tiene acostumbrados el cine, y que han creado un lugar común sobre el asunto. Distancias insalvables, diferencias de clases, maridos e hijos que no se pueden abandonar... la lista de tópicos y motivos es interminable: Breve encuentro, El paciente inglés, Estación Termini, Casablanca, Lost in traslation, Ha nacido una estrella son sólo algunos ejemplos. Y aún así, siguen convenciendo. Aunque si tuviera que elegir entre una de las dos películas, me quedo con la francesa. Me gusta más Once (con diferencia), pero Les chansons d'amour encierra toda una filosofía pese a su inconsistencia, a su falta de credibilidad y a su cúmulo de acciones sin sentido. La última frase del protagonista lo dice todo: "aime moi moins mais aime moi longtemps" (ámame menos pero ámame mucho tiempo). Extensión antes que intensidad.

Ya no tenemos quince años, y aunque más de uno se lamente, para mí es un alivio. Se acabaron las tragedias, levantarse a medianoche para ir a comprar tabaco y llamar desde una cabina, llorar desconsoladamente de vuelta a casa como si el mundo se estuviera descomponiendo a cada paso, sobreactuar y melodramatizar. Lo cual no quiere decir que no haya acabado el dolor, que no se llore, que no se sufra con las rupturas, que no se ame. Pero de otra manera. Todos nos hemos puesto en evidencia alguna vez (o varias), a todos nos han dejado y todos hemos dejado, todos hemos perdido los papeles por alguien, todos hemos sabido sobreponernos a una despedida, a una pérdida, a un adiós. Y con eso hemos aprendido. O hemos vuelto a aprender cuando una lección nos ha costado pagar varias veces la matrícula, si sabéis a qué me refiero. Porque todos andamos en espiral, aunque algunos crean que son círculos. Porque los buenos recuerdos son nuestros y nadie podrá quitárnoslos. Porque la vida continúa, pese al invierno. Porque, como dice Calamaro, debería estar prohibido haber vivido y no haber amado. Porque quedan sorpresas inesperadas. Porque afortunadamente no somos Anjelica Houston en The Dead, una de las películas más tristes que conozco que sí encierra una desconsolada visión del amor y de la vida. Porque tampoco somos ya quien éramos hace quince años.

Por todo eso, hoy quiero dar las gracias a quienes me dejaron, a quienes me hicieron sufrir, a quienes me traicionaron. Quizás tuvieron sus razones, tal vez también tenían entonces quince años o les gustaban demasiado las películas románticas. A lo mejor esperaban escuchar un trémolo de violines que nunca sonó. O simplemente, yo no les gustaba lo suficiente. O nada. También es buena una cura de humildad. Y quiero del mismo modo pedir disculpas a quienes correspondí con la misma moneda. A quienes hice daño. A quienes enterré en le patio de mi casa. A quienes negué para siempre. A quienes no quise escuchar. Sin ironía ni rencor. Sin justicia poética. Por poner las cosas en su sitio. Porque Once es muy bonita. Pero en el fondo, Les chansons d'amour me convence más. Y es más real en su irrealidad.