jueves, 31 de marzo de 2011

El tronco (V)


Me dio mucha lástima de Pinocho, y no sabía de qué manera animarlo. Si tal y como decía, no había forma de recuperar sus brazos ni sus piernas, era evidente que su problema era de envergadura. Sólo se me ocurría una solución, pero preferí saber qué pensaba él:

-¿Y qué vas a hacer ahora?
-No lo sé. No tiene sentido que vuelva a mi casa. Sin Geppetto, no puedo valerme por mí mismo.
-¿No tienes familia ni amigos?
-No. Tenía un amigo, pero se convirtió en burro. Estoy solo en el mundo.

Miré a Pinocho, y contemplé por unos instantes mi casa vacía. Desde que mi mujer murió, la casa se había quedado muy grande para mí. Había varias habitaciones sin usar, incluyendo aquellas selladas. En la casa podían vivir cinco o seis personas perfectamente; había tres cuartos de baño, un aseo y una amplia cocina. Sabía que se trataba de una gran responsabilidad, pero no me importó plantearlo, porque veía que Pinocho necesitaba un amigo.

-Pinocho, ¿te gustaría quedarte a vivir conmigo?

Los ojillos diminutos de Pinocho se abrieron todo lo que los dos pequeños agujeros negros daban de sí, y su voz, alegre y risueña, exclamó llena de entusiasmo:

-¡Me encantaría quedarme a vivir en esta casa! Es preciosa, y muy luminosa... Además, y eso es lo más importante, tú eres una persona muy amable y atenta. ¡Sería genial vivir aquí en tu compañía!

La energía de Pinocho me contagió. Daba gusto compartir la mañana con alguien que hablaba, opinaba y se exaltaba con tanta facilidad. Hacía tanto tiempo que nadie me hacía sentir bien que me sorprendí al notar como poco a poco mis labios se curvaban, mis mejillas se levantaban y sentía una pequeña tensión en los músculos de la cara: estaba sonriendo. 

En ese momento Pinocho me preguntó algo que mi falta de habilidades sociales había pasado por alto:
-Por cierto, ¿cómo te llamas?

Se notaba que llevaba solo mucho tiempo, porque hasta había olvidado presentarme adecuadamente. Remedié el despiste respondiendo al instante:

-Me llamo Barba Azul. Barba Azul Kekszakallu.

lunes, 28 de marzo de 2011

El tronco (IV)

Pinocho me contó que era hijo de un carpintero llamado Geppetto, aunque más exacto sería decir que había sido obra suya, pues el buen hombre lo había tallado a partir de un tronco de pino. Habían vivido muchas cosas juntos: desapariciones, raptos, perscuciones y mil travesuras de Pinocho, que en muchos casos habían acabado mal.

-Cuando desaparecí la última vez, mi padre se hizo a la mar para buscarme. Se lo comió un tiburón, y estuvo encerrado en su panza durante dos años. Por casualidad, a mí me comió el mismo tiburón y nos reencontramos allí dentro. Pero tras salir de su barriga, nos comió una ballena por error.  Y ya sabes el resto. Mi padre no sobrevivió.

Pinocho se había portado muy mal con su padre y se sentía culpable. Encogido en la toalla, empezó a llorar. Pequeñas bolitas de madera comenzaron a salir de sus ojos y rodaron por el suelo. Era lo más parecido a las lágrimas que podía producir.

-Además, me he quedado lisiado... Sin piernas ni brazos, ¿cómo voy a poder valerme por mí mismo?
-¿Qué le pasó a tus brazos y a tus piernas?
-Cuando pude huir de la ballena, la tormenta y el mar me arrastraron contra las costas de Levante. Las rocas astillaron mis brazos y arrancaron mis piernas. Se quedaron aprisionadas en varias calas perdidas mientras las mareas me llevaban a mí en otra dirección.
-¿Y no hay forma de conseguir unas extremidades nuevas?
-No creo... Si estoy vivo es porque me tallaron en un tronco mágico, y mis piernas y mis brazos también salieron del mismo tronco. Los he perdido y no podré recuperarlos nunca...
Y tras decirlo, volvieron a salir bolitas de madera rodando por su cara.

domingo, 27 de marzo de 2011

El tronco (III)

-Es un detalle por tu parte - respondió el tronco - Estoy un poco mojado, me gustaría alejarme del agua y secarme. Estoy destrozado.

No supe si esta última afirmación debía tomarla como algo literal o simbólico, porque a primera vista el tronco estaba bastante deteriorado por efecto del agua, pero me limité a ofrecerle mi modesta ayuda.

-Vivo aquí al lado; si quieres, puedo dejarte una toalla o encenderte el radiador. Sería la forma más rápida de secarse.
-¡Muchísimas gracias! Te estaría muy agradecido si lo hicieras. Sólo te pido una cosa: no me acerques mucho al radiador, porque tampoco me apetece salir ardiendo.

Así que con mucho cuidado levanté el tronco, lo cogí en brazos y volví a casa. Una vez allí, lo envolví en una toalla y lo dejé en una silla al lado del radiador, a una distancia prudente. Al tenerlo tan cerca, pude ver que en el tronco había otros agujeros aparte de la boca; había dos pequeños orificios negros que identifiqué con los ojos, y también encontré en los laterales otros, un poco más grandes y con forma cuadrada, que daba la imprensión que habían servido para introducir algo que faltaba, como un asa o una agarradera. Pero no me detuve mucho en mi observación porque me dio apuro. 

-¿Necesitas algo más?
-No, gracias, estoy muy bien. Menos mal que me has encontrado tú. Quién sabe lo que me habría podido pasar sin tu ayuda. A lo mejor el mar habría vuelto a atraparme.
-¿De dónde vienes?
-De muy lejos... He pasado meses en el vientre de una ballena. He estado allí prisionero sin poder salir.
-¿Y cómo has conseguido escapar?
-Mi padre también estaba conmigo, y aprovechó un descuido de la ballena para clavarle un remo en el paladar y pude escapar. Pero la ballena lo destrozó cuando intentó salir él. Vi su cuerpo despedazado flotando en el mar.
-¡Qué horror!
-Sí... No quiero pensar en ello... Por cierto, me llamo Pinocho.

jueves, 24 de marzo de 2011

El tronco (II)


Aparté el pie de forma instintiva, como si hubiese pisado un charco o una caca de perro. ¿De dónde venía ese grito? Me agaché y miré el tronco muy despacio. Escuché entonces un quejido muy tenue, una vocecilla que se quejaba sin hacer mucho ruido.

Me armé de valor y agarré el tronco con una mano y mucha precaución. Lo levanté despacio, y miré debajo. No había nada; sólo el surco que el tronco había dejado al avanzar. 

Miré entonces el tronco muy despacio, y cuando estaba buscando algún rastro en las grietas de la madera, un agujero oscuro que se encontraba en medio se abrió y pude escuchar una voz que decía:
-Por favor, me me muevas más que me estoy mareando.

Me quedé paralizado. ¡Aquel agujero oscuro era una boca! Pero lo más sorprendente de todo no era que fuese una boca, sino que el tronco hubiera hablado.¿Cómo era posible? Pero antes de que pudiera plantearme una explicación racional, la boca volvió a moverse:


-Por favor, ¿podrías dejarme en el suelo? Estoy intentando alejarme del agua.

Me pareció tan convincente que dejé el tronco en el suelo, y al instante empezó a arrastrarse. El tronco estaba además muy bien educado, porque al tiempo que se alejaba, me soltó un "gracias" muy sincero.

Como el suceso me parecía tan extraordinario, no quise dejar pasar la oportunidad de saber qué hacía un tronco parlante arrastrándose por la playa en una mañana de domingo, así que di unos pasos adelante y me situé a su lado.

-¿Necesitas ayuda? - pregunté - ¿Puedo ayudarte de alguna manera?

miércoles, 23 de marzo de 2011

El tronco (I)


Anoche hubo tormenta, y esta mañana, mientras fumaba en el balcón de mi casa, vi los tesoros que la marea había traído a la playa. Cañas, bolsas de plástico, botellas, y un tronco de madera de unos cuarenta centímetros con los extremos gastados.

El cielo empezaba a despejarse, y la luz de sol comenzaba a dispersar las nubes grisáceas; una brisa suave las arrastraba más allá de la bahía. Se estaba muy bien en el balcón a pesar de la humedad.

En ese momento algo llamó mi atención, pero al principio pensé que mis sentidos me traicionaban: el tronco varado se movía. Fijé la vista con cuidado, y comprobé que no me equivocaba. El tronco temblaba, y su movimiento no tenía nada que ver con la brisa, pues estaba avanzando poco a poco, dejando una huella ancha sobre la arena.

Apagué el cigarro y bajé a la playa atraído por el fenómeno. No me había engañado la vista. Efectivamente, el tronco se estaba moviendo, lento como un caracol, pero con un bamboleo firme y seguro que poco a poco lo alejaba de la orilla. No podía creer lo que estaba pasando. Miré con precaución por si algún animal escondido se estaba cubriendo con el tronco y lo aprovechaba para avanzar sin ser visto, pero no vi nada. Para asegurarme, decidí pisar un extremo del tronco para levantarlo y comprobar si algún bicho se ocultaba debajo.

Cual no sería mi sorpresa cuando, al posar mi pie sobre el trozo de madera, escuché un grito agudo que provenía del tronco:
-¡Ay! 

sábado, 5 de marzo de 2011

Get me to the church!

La gata se está limpiando, sentada en el sofá. Escucho música - Richard Strauss de fondo - mientras ordeno el ordenador (qué paradoja) y comienzo a corregir exámenes. En media hora me vestiré para ir a una boda. Es uno de esos momentos.

Como en la canción, hoy voy a pasármelo bien (aunque sin huevos en mi sartén). Y eso que no me gustan las bodas. Pero estoy in the mood.  No sé por qué. Será el café, será levantarse temprano y mirar la calle desierta por la ventana. Será la tranquilidad. Me embutiré en el chaqué, me disfrazaré de persona decente y sonreiré a todos los que me encuentre. Porque también es un día de encuentros. Hay que dejar que las fichas se muevan por el tablero y ver cómo avanzan los peones. Va a ser un día largo. Y muy productivo. Uno de esos días que hay que guardar en la nevera - en cuarentena - antes de escribir sobre ellos. Porque habrá mucho que escribir, aunque sólo sea para uso personal. Uno también posee su intimidad aunque tenga blog. O quizás lo tiene precisamente por eso.

La novela avanza. Magritte está dormido y Ernst comienza a despertar. Duelo en el OK Corral. Me gustan los puntos muertos. Y disculpen que me levanten. Me tengo que vestir. Get me to the church on time!