miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un nuevo esquema



Acababa de corregir el último examen y suspiró aliviada. Por fin había terminado: suficientes dequeísmos y anacolutos por hoy. Pasaría las notas al cuadernillo y prepararía algunos ejercicios para la clase de sexta hora, la más temible. Un reto heroico que se planteaba a diario, especialmente con los cursos más bajos.
Llamaron a la puerta del departamento, y Teresa se sorprendió. ¿Desde cuándo los alumnos daban tales muestras de civismo? Seguramente sería otro profesor, pensó, ya acompañó el pensamiento con un “sí, adelante” un poco ronco tras la hora silenciosa de corrección.
Se encontró con una cara conocida y desconocida al mismo tiempo, reminiscencia de alguien que había sido una presencia frecuente, como esos antiguos compañeros de colegio a los que encuentras veinte años después y que aún esconden tras las arrugas el rostro del niño que fueron.
-Hola, Teresa. ¿Se puede?
Sin duda alguna conocía a aquella chica, pero no conseguía ubicarla en el complejo entramado espacio-temporal que era su memoria. Tendría veintipocos, lo más seguro era que hubiese sido alumna suya, sobre todo si se tenía en cuenta que había venido hasta al instituto para hablar con ella. Y entonces la cara ocupó su casillero. Ana Ballestero López, 4º de ESO B, 1º de Bachillerato A (si no recordaba mal), y 2º de Bachillerato B ¿o fue C? Las letras bailaban de año en año. ¿Hacía seis, cinco promociones? Había perdido la cuenta.
-¡Hola, Ana! ¡Me alegro de verte! – se levantó sonriendo, satisfecha de su capacidad de reacción. No andaba tan mal como pensaba.
-¿Te interrumpo?
-No, terminaba de corregir. ¿Qué tal estás?
-Muy bien, ¿y tú?
-Aquí seguimos, ya ves.
Ana había sido una alumna modélica; educada en el trato, siempre dispuesta a ayudar a sus compañeros, suplía sus limitaciones con una gigantesca capacidad de trabajo y una voluntad firme para dedicar horas y más horas al estudio. Era capaz de memorizar veinte folios de un día para otro, pero las actividades que requerían una abstracción mayor (como los comentarios de texto) habían sido su caballo de tortura. Teresa recordó los recreos que había pasado hablando con ella, explicándole los errores cometidos y animándola a perseverar, así como los múltiples esquemas, guiones y guías que le había facilitado para indicarle de qué manera enfrentarse al análisis de textos. A base de mucho sacrificio, Ana había conseguido grabarse a fuego un modelo general que había aplicado con no pocas dificultades. 
-¿Has terminado ya la carrera?
-Sí, terminé en septiembre. Se me atravesó Estadística de primero, y me ha costado la misma vida quitármela de encima.
De nuevo una asignatura que requería cierta abstracción y el uso de las matemáticas, el otro terror con el que Ana había tenido que lidiar para poder estudiar Psicología.
-Me alegro mucho, ¡enhorabuena! Y ahora, ¿qué es lo que piensas hacer?
-Por eso he venido a verte – la chica hizo una pausa tímida y le entregó un papel a Teresa - ¿Te acuerdas de esto?
La profesora reconoció su letra en el folio doblado que le entregaba y leyó el contenido: se trataba de una lista con los pasos que había que seguir para rellenar la inscripción de la universidad, los plazos de entrega y reclamación, el período de matriculación una vez publicada la lista de admitidos, los horarios de las ventanillas de información de la Universidad, así como una detallada enumeración de todos los papeles que debían acompañar a la matrícula. Sí, lo recordaba perfectamente. Su deformación profesional y los nervios de Ana la llevaron a escribirle ese pequeño esquema para que la chica tuviera claro en todo momento cuál era el camino que debía seguir. Se lo devolvió asintiendo.
-Sí, me acuerdo. Te lo hice a final de curso, después de Selectividad.
-Exactamente. Me ayudó mucho, Teresa. Como los esquemas que me dabas para hacer los comentarios.
-Esa era la intención. Nos costó mucho trabajo pero lo conseguimos, ¿no?
-Sí, muchas gracias – de nuevo guardó silencio y la miró con ojos suplicantes – He venido para pedirte un favor.
-¿De qué se trata?
-Quiero que me hagas un esquema, por favor.
-¿Un esquema? ¿De qué?
Ana agachó la cabeza y respondió en voz baja.
-De lo que tengo que hacer ahora.
Por un segundo Teresa creyó que la chica le estaba gastando una broma, pero al notar su inquietud y su azoramiento, comprendió que Ana hablaba completamente en serio.
-¿Ahora? ¿A qué te refieres?
-No sé qué hacer ahora con mi vida. Ya he terminado la carrera. ¿Y ahora qué?
-Pues a buscar trabajo, Ana. Tendrás que trabajar, ¿no?
-Pero... ¿cómo lo busco? ¿No podrías hacerme un esquema, diciendo lo que tengo que hacer?
Teresa no daba crédito a sus oídos.
-Ana, ¿no te han enseñado nada de eso en la Universidad? En Psicología hay asignaturas sobre eso, me parece recordar. ¿Por qué no pides orientación allí?
-Es que no sé qué hacer... ¿debería irme de casa de mis padres? ¿Busco el trabajo aquí o me voy a otra ciudad? Me han dicho que en el extranjero hay muchas oportunidades, pero no sé... No sé mucho inglés, el francés se me daba mal. Mi novio tampoco lo tiene claro. Si me voy, a lo mejor rompemos, y no sé... ¿No podrías ayudarme?
Teresa se sentó, un poco mareada. ¿En qué se había equivocado? Había subestimado la importancia que Ana daba a sus opiniones y consejos, y en algún momento había dado por sentado que la profesora contaba con una receta mágica, con un esquema ideal creado para solucionar la vida de los mortales. ¿Había sido culpa suya, por ser excesivamente protectora? ¿O acaso los años en la universidad no la habían despertado? ¿Se estaban equivocando los profesores en general, al facilitarle tanto el trabajo a los estudiantes? Se encogió de hombros, buscando una respuesta que no resultara hiriente para la chica que había acudido a ella con total franqueza.
-No sé, Ana. Creo que para la vida no existen ese tipo de esquemas. Tendrás que intentar solucionar esto por ti misma.
La chica, sin levantar la cabeza, se dio la vuelta y salió del departamento. Teresa se quedó sentada sin saber qué hacer. Flotaba en el aire cierto aroma a fracaso.