viernes, 27 de septiembre de 2013

"The Grandmaster" (2013), de Wong Kar-wai


Los seguidores de Wong Kar-wai estamos de enhorabuena; hacía nueve años que el director no dirigía una película en chino desde 2046 (2004); aparte dejo la experiencia americana de My blueberry nights (2007), que causó cierta decepción a la crítica y a mí mismo. También es verdad que una segunda oportunidad dada a la película me hizo apreciar algunos detalles que me habían pasado desapercibidos (como siempre ocurre en el cine de este autor tan minucioso), pero sigo pensando que su estilo y el distanciamiento que imprime a sus personajes es inequívocamente oriental, y no resulta tan convincente en Las Vegas o California.

Cuando escuché que Wong Kar-wai estaba dirigiendo una película de artes marciales, al principio me extrañé, pero luego recordé su Ashes of time, que no es para nada adscribible al género de manera ortodoxa pero que es una película fantástica. Aunque el argumento de su nuevo proyecto girara en torno a la vida de Ip Man, uno de los padres de wing chun moderno (que fue maestro de Bruce Lee), sabía que no se trataría de una película de "kung-fu" al uso. 

La película sigue sin estrenarse en España, y no se tiene fecha prevista de estreno. Ya ha sido vista en Francia, Estados Unidos, Alemania, Canadá, y en Italia se estrenó la semana pasada. Ante este vacío, se impone buscar alguna alternativa para no perdernos esta cita ineludible con el autor chino. Eso sí, es importante hacer una puntualización: la versión estrenada en China para uso "nacional" dura 130 minutos; la versión presentada en el Festival de Berlín de este año, 123 minutos; y la que se ha lanzado al mercado internacional, ha quedado en 108 minutos. Ni que decir tiene que, al igual que ocurría en In the mood for love, muchas escenas no adquieren su verdadero significado en una versión reducida, por lo que se recomienda ver la copia china (que siempre es mejor por otra parte porque los doblajes de estas películas a veces son complicados de encajar...).

La experiencia no me ha decepcionado: el impecable estilo visual, la cuidada producción, la banda sonora, las luchas rodadas a cámara lenta, el característico movimiento de cámara del autor, las elipsis narrativas, la repetición de planos...  Todas las marcas de la casa acompañadas además del actor fetiche del director: Tony Leung, que por una vez parece un hombre un poco menos atormentado de lo habitual (tras Happy together, In the mood for love y 2046) pese a que su sempiterna sonrisa a lo largo de la historia oculta una tristeza contagiosa, y un plantel de grandes estrella chinas, entre las que sobresale Zhang Ziyi, que demuestra una vez más su increíble capacidad para transmitir de forma sutil las mayores emociones.

Ni que decir tiene que cuando la estrenen iré a verla en pantalla grande, pero mientras tanto, y ante la posibilidad de que pase directamente a DVD, sugiero que no os la perdáis. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

El escritor que hizo la comunión conmigo


Sí, sí, sí, así es. Como se lo estoy contando. No deja uno de sorprenderse ante tanto descaro, pero ocurrió así. Como para fiarse de alguien... Y mire que ha pasado tiempo desde entonces.

Yo hice la comunión con aquel chico que luego se ha hecho escritor. Era uno más del grupo, tampoco es que yo tuviera una amistad con él, lo típico en una clase. Hablábamos en los recreos, alguna vez jugamos a las canicas, tiramos piedras a las ventanas del director... Vamos, lo que cualquier niño de esa edad. Cuando dejamos el colegio le perdí la pista; yo fui a un instituto, él a otro, y como tampoco éramos de la misma pandilla, no lo volví a ver. 

Pero dio la casualidad que yo hice la comunión con él, y nos sentaron juntos en la iglesia. Durante los ensayos nos asignaron un sitio a cada uno y a nuestras familias, para que luego no hubiera peleas por los bancos (por tener un buen sitio para las fotos de su niño la gente es capaz de cualquier cosa). Y caímos el uno junto al otro. En los ensayos la cosa fue muy bien, hasta que llegó el día de la celebración. Cada uno de nosotros debía tomar parte de una forma u otra: uno hacía una lectura, otro leía una oración, y a mí me tocó leer unos agradecimientos al final. Claro, a mi compañero le tocó la primera lectura, y en cuanto la hizo, se relajó y se sentó a mi lado. Pero a mí me entraron los nervios, y como no salía hasta el final, estuve toda la ceremonia atacado. Y cuando me pongo así, me da por hablar. Así que me pasé toda la comunión hablando. En voz baja, claro, para que no me llamaran la atención. Él no decía nada, sólo escuchaba. Y como teníamos a un lado el banco de mi familia, me puse a contarle la historia de cada uno de ellos: mi tía Margarita, que tenía un altar en su dormitorio con cerca de cincuenta santos a los que pedía cada noche que le encontraran un novio; mi abuelo, aficionado al vino y que a veces desaparecía un par de días provocando el llanto de mi abuela (yo entonces no entendía el significado de aquellas desapariciones y simplemente me reía, pues encontraba muy divertido que muy abuelo fuera tan guay); mi primo Luis, de quien mi madre decía en secreto cuando creía que yo no escuchaba que lo había pillado un par de veces vistiendo la ropa de su hermana; el nuevo novio de mi tía Ana, que tenía un tic muy raro en la cara que unos años más tarde descubrimos a qué se debía... Vamos, que le conté todos los secretos e intimidades de mi familia. Y no paré hasta que llegó el momento de recitar los agradecimientos que me había aprendido de memoria. 

Me había olvidado por completo de aquello hasta que hace unas semanas vi en un escaparate la nueva novela de mi compañero. No me gusta mucho leer, y la verdad es que no me había leído ninguna de sus novelas, pero me dio el punto de comprarla para tener una idea de lo que escribía. Así que empecé a leerla, y cuál no sería mi sorpresa al ver en ella la historia de mi tía Margarita, la de mi tía Ana, la de mi primo, eso sí, con otros nombres (Olegaria, Carmecita, Lorenzo) y en los años cuarenta en lugar de en los ochenta, porque están de moda las novelas de posguerra. Me indigné y llamé a la editorial, y les amenacé con denunciarlos por plagio. Ellos me respondieron que el plagio sólo se considera si se copia parcial o totalmente el contenido de una obra, y que como yo no había escrito ninguna novela con la historia de mi familia, no se podía considerar un atentado contra la propiedad intelectual. ¿Se lo puede creer? ¡No existe el plagio si se copia la realidad pero sí si se copia de una novela mamarrachosa! Además, insistieron en que al tratarse de otros nombres y de otra época (vamos, como si fuera tan difícil cambiar unos nombres por otros y adelantar una historia cuarenta años), que no se podía considerar un atentado contra la intimidad personal y familiar. Yo no daba crédito, y lo que más me indignaba era recordar la cara de pan que había puesto el día de la comunión mi compañero, como si aquello que yo le estaba contando le estuviera entrando por un oído y saliendo por el otro, cuando el muy cabrón (con perdón) estaba grabándolo todo para emplearlo veinte años después. ¿Se lo puede creer? ¡Uno ya no va a poder hablar de nada!

Así que por eso estoy aquí, porque creo que tenemos que ponernos en contacto con todas las personas que han tenido trato con este individuo. Algo me dice que esto no es un caso asilado, y me da a mí que si rebuscamos lo suficiente, veremos que todas sus novelas no son más que otro plagio de la realidad, como esta porquería de Años de paz, que tendría que llamarse Años de poca vergüenza... No vea usted la cara que puso mi primo Luis, que es ahora fiscal, cuando le conté lo que pasaba... Sobre todo porque no sé quién se ha encargado de insinuar en varios foros de internet el origen de la historia. Vamos, una desfachatez en toda regla. ¡Para fiarse de los escritores! Si es mejor no abrir la boca delante de ellos...