miércoles, 15 de julio de 2015

La tesis (y III)


Por un momento pensé que aquello era una broma. Miré a la librera, que esperaba pacientemente mientras yo hojeaba los libros.
-Esto... esto no es posible. Este libro... ¿ de cuándo es?
La mujer tomó el volumen de mis manos y abrió la última página, donde se leía "Este libro se terminó de imprimir el 11 de enero de 2015".
-A principios de año.
-Ya veo- respondí como si aquello lo aclarara todo. Leí por encima el primer capítulo y reconocí mis palabras en esa parte que ya tenía terminada. Sin embargo, al avanzar en el libro, vi que había capítulos que yo aún no había ni siquiera empezado, pero que seguían el esquema y las ideas que tenía esbozados. Las oraciones expresaban a la perfección conceptos e imágenes mentales que yo no había verbalizado pero que estaban en mi cabeza en bruto, aún por pulir, como parte del trabajo previo  de organización, conceptualización y análisis. Reconocía mi estilo en ellas pero también me percataba de que eran el resultado de una calculada reflexión. ¿Quién había escrito que libro? O mejor dicho, ¿quién había escrito "mi" libro? En lugar de preguntarle de nuevo a la librera, que me contestaría alguna obviedad, abrí la solapa del libro, en donde una fotografía en blanco y negro de mí en pose pensativa e intelectual me contestó de forma gráfica. Abajo, unas breves líneas resumían mi trayectoria académica y profesional (qué triste, que tu vida pueda simplificarse en cuatro o cinco datos puntuales). Sin lugar a dudas, sin saber muy bien cómo ni por qué, yo era el autor del libro.
Agradecí a la librera su ayuda y me llevé todos los libros que me había mostrado, sin detenerme demasiado a mirarlos, huyendo casi como un ladrón con su botín a cuestas. El plan que empezaba a urdirse en mi cabeza me hizo sentir culpable, pero por mucho que intenté disiparlo, volvía a formarse como un nimbo denso que el viento no consigue arrastrar.
Cuando llegué a casa esa noche, tras un intenso viaje en tren que me permitió volver a repasar las maravillas que había comprado, encendí el ordenador y abrí la tesis por la página en la que me había quedado atascado unos días antes, punto en el que no conseguía expresar de forma correcta una apreciación sobre el estilo del autor que no quería que se tomara de manera categórica pero que me serviría para desarrollar el razonamiento posterior. Cogí mi libro, el que acababa de comprar, y busqué la misma página.
Allí estaba la frase perfecta. La que había estado buscando durante más de una hora sin conseguirlo y que fluía con sencillez en la página, ajena a la dificultad que había supuesto crearla. Transmitía a la perfección mi intención, dejando ver que se trataba de una suposición pero que parecía justificada, y enlazaba con la explicación que la seguía como si fuera parte del mismo desarrollo lógico. Eso era lo que yo había querido decir, y de hecho lo había dicho, pues escrito estaba. Así que sin rubor y convenciendo a mi conciencia de que no existía ningún dilema ético, fusilé el párrafo con la seguridad de que no vulneraba ningún derecho de autor más allá del mío.
Ni que decir tiene que no me detuve en aquel párrafo y que seguí hasta copiar el capítulo entero y los posteriores. Tuve que detenerme en ocasiones y buscar las referencias que se apuntaban y las obras que se citaban para comprender algunos pasajes, pero siempre, tras aclarar los comentarios y las alusiones, tenía que admitir que eran las mismas aportaciones que habría hecho yo mismo y las conclusiones a las que habría llegado.
Al terminar de copiar (y de entender) la parte final del trabajo tras una semana de intenso trabajo, hice lo mismo con todo lo anterior, ya que encontré algunas adicciones y correcciones que se me habían pasado por alto pero que mi libro sí contenía. Qué suerte tenerte a ti mismo para hacer ese trabajo tan pesado y agotador como es revisar una tesis.
Mi directora se sorprendió de que le presentara tres capítulos de golpe, y también de encontrar pocos comentarios que hacerles. Muchas de las cosas que se le ocurría apuntar aparecían dos líneas más abajo o en el párrafo siguiente, al igual que las referencias bibliográficas que me aconsejaba revisar para un apartado o sección concreta: ya estaban recogidas en las notas a pie de página o en el cuerpo del texto. Me felicitó por el trabajo y me informó de que estaba listo para defenderla.

Dicho todo esto, y sabido de antemano todo el trabajo que supone emprender un proyecto como este, recomiendo a cualquiera que esté pensando en el descabellado propósito de escribir una tesis que, antes de meterse de lleno en el proceso, se pase por la librería de Madrid por si encuentra su trabajo ya publicado y se ahorra así gran parte de la tarea.


lunes, 13 de julio de 2015

La tesis (II)


Recientemente estuve en Madrid para consultar en la Biblioteca Nacional algunos volúmenes para la tesis. Aproveché la ocasión para recorrer algunas de esas librerías maravillosas que ya conocía de visitas anteriores y varias librerías de viejo donde comprar obras del período en que estaba trabajando. En uno de esos paseos me encontré con una en la que jamás había entrado. Se encontraba en una bocacalle de la calle del Pez, oculta en un estrecho recodo entre un bar y una pequeña tienda de ultramarinos. Me llamó la atención porque los volúmenes expuestos en el escaparate no eran los más vendidos del momento sino clásicos en cuidadas ediciones, ensayos de historia y filosofía, libros ilustrados para niños de un gusto exquisito y una cuidada selección de libros antiguos de títulos atrayentes. Así que me decidí a hacerle una visita rápida.
Al entrar en la librería, me sorprendió la engañosa ilusión del escaparate, que por su estrechez hacía pensar en un local diminuto; pero en los edificios antiguos, el trazado irregular de los solares permite la existencia de insospechados espacios de una profundidad angosta e inabarcable, como si la tienda hubiera crecido sin control invadiendo el espacio disponible en edificios colindantes. Había estanterías que llegaban hasta el techo, y la disposición anárquica de los anaqueles, sin orden y aprovechando el más mínimo espacio libre, creaba una sensación de horror vacui que me resultaba placentera por deberse al alud de libros que la provocaba. Una anciana señora de mirada torva leía un libro de aportas en francés detrás del mostrador, y levantó los ojos del libro con parsimonia, convencida de que la llegada de un hipotético cliente no era motivo suficiente para abandonar la lectura.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes.
-¿Qué desea?
-No conocía esta librería- comencé de un modo estúpido, un poco cohibido por su pregunta seca y directa.
-Llevamos aquí más de cien años. ¿Busca algún libro en concreto? No tenemos muchos libros de literatura actual, no sé si podremos satisfacerle.
Me ofendió que pensara que yo era un consumidor de novelas de piscina, y respondí a la defensiva:
-Ya me he dado cuenta, por eso he entrado.
Solo entonces se quitó ella las gafas y me miró por primera vez con interés, como si yo fuera realmente una persona. Quizás sí me trataba de un cliente potencial.
-¿Sí? ¿Y qué busca usted?
-Pues, básicamente, bibliografía sobre teatro.
-¿Sobre historia del teatro, práctica teatral, teoría teatral, semiótica teatral, un período concreto, un autor determinado? ¿En español, en inglés, en francés, en alemán, en italiano, en portugués?- preguntó la retahíla sin pausa pero sin aceleración, repitiendo un listado bien aprendido que le aburría reproducir.
-Pues... sobre teatro de principios del siglo XX en España.
-¿En castellano o catalán?
-En castellano. Teatro simbolista y de inicios de la vanguardia. Teatro renovador, pero nada de Lorca ni de Valle, por supuesto.
-¿Autores?
-Pues... si tuviera algo de José Francés y Tomás Borrás... También me serviría bibliografía sobre Martínez Sierra, Manuel Abril, Sassone...  
-Déjeme ver.
Se dio la vuelta y me dejó ante el libro abierto que acababa de soltar. Mi deformación profesional me hizo fijarme en él: estaba escrito en griego con explicaciones en francés, y me entretuve intentando descifrar el texto visto del revés. A punto estaba de comprender la primera línea cuando la señora se presentó con una pila de libros que le ocultaban la cara. No dio muestras de costarle trabajo transportarlos, y los depositó en el mostrador sin esfuerzo. 
La mayoría eran ediciones desconocidas para mí, tan desconocidas como que hasta entonces había pensado que aquellas piezas nunca se habían editado y que habían quedado inéditas en vida de sus autores. Busqué los años de edición y se remontaban a la época de mayor producción de sus autores. Me temblaban las manos y la mujer me preguntó:
-¿Le interesa alguno?
Asentí sin mirarla, puesta toda mi atención en aquellas portadas descoloridas por el tiempo y en su contenido desconocido e ignorado por mí hasta un minuto antes.
-Tengo también varios volúmenes de crítica y teoría que tal vez le interesen.
Volví a asentir, apenas consciente de lo que me decía, y a los poco minutos se presentó con una nueva pila. Teatro simbolista en España. Los grandes desconocidos, El otro teatro modernista, La escuela del Teatro del Arte. (1916-1925). Autores y obras... Estaban publicados en editoriales que no había oído en mi vida, pero el contenido era muy valioso. Muchos de los autores me eran desconocidos, pero sus trabajos venían prologados por especialistas indiscutibles en la materia. Contenían abundante bibliografía, mucha de ella reciente, notas a pie de página ¡y todos los volúmenes estaban indexados! Eso facilitaría mi búsqueda una barbaridad, se agradecía enormemente. ¿De dónde habían salido aquellos libros? ¿Por qué no habían aparecido en las listas de novedades que me llegaban a diario al correo? ¿Cómo no había saltado ninguna alarma ni los había encontrado en las exploraciones que regularmente realizaba en la bases de datos? Pero la sorpresa mayor me la deparó el último volumen. Se titulaba Tendencias renovadoras del teatro español del primer tercio del siglo XX: José Francés y Tomás Borrás. El mismo título que mi tesis. Pero no acababan ahí las coincidencias. El autor era yo mismo.


Seguirá...


sábado, 11 de julio de 2015

La tesis (I)


Escribir una tesis tiene mucho de novela negra. Uno tiene que investigar, encontrar referencias, hallar pistas e indicios de otros autores, leer mucha bibliografía, seguir rastros que llevan a un callejón sin salida, volver al camino recorrido y observar de nuevo lo que tienes ante los ojos con una perspectiva distinta que te permita descubrir algo que en una primera lectura había pasado desapercibido. Y en muchos casos se consigue, tras mucho indagar, descubrir al asesino.

Una parte importante del proceso (una de las que más, precisaría yo), es la búsqueda de una bibliografía adecuada. Para encontrarla, se puede recurrir a tres métodos:

a) La recomendación de un entendido en la materia, que suele ser la más canónica y con la que habitualmente se comienza cualquier investigación. El director (o directora, que ya sabemos que el masculino es el género no marcado), sugiere una bibliografía básica para comenzar el trabajo ("toma, léete todo esto") y uno corre a la biblioteca a sacar todos los títulos listados, que suelen ser más de veinte.

b) Las citas que aparecen en la bibliografía con la que trabajamos, que nos permite ir ampliando la red de referencias que se urde a partir de las primeras que tuvimos (la lista inicial) a modo de esquema arbóreo, pues de cada volumen salen bastantes referencias útiles y libros y artículos que se pueden consultar. Sin embargo, este esquema se va complicando a medida que avanza nuestra investigación y se convierte en un diagrama de flujo complejo donde en algunos acasos las citas se cruzan, las llamadas se repiten y el entramado de vuelve confuso con tanto ir y venir de líneas; además, llega un momento en que es difícil abrir nuevas ramas en un sistema tan centrado en sí mismo que se retroalimenta de sus propias partes (i.e., el mundo académico). Es por ello que se hace necesario volver a la recomendación de un entendido que permita un injerto en nuestro esquema que le aporte savia nueva o bien pasar al tercer método.

c) La búsqueda aleatoria, libre, aterradoramente amplia. Escribir "Lope de Vega" en el catálogo de la universidad e ir revisando uno a uno todos los volúmenes, todos los artículos indexados, todas las actas de congresos que aparecen, y luego repetir el proceso en buscadores de publicaciones especializados, en otras bibliotecas, en bases de datos digitales, en repositorios universitarios, en la Biblioteca Nacional, en google, y cómo no, la última opción, la búsqueda de campo en las librerías.

Ir a las librerías en busca de bibliografía se parece a ir de rebajas. No se puede ir con una idea preconcebida ni con la firme determinación de comprarse un pantalón de vestir azul marino sin pinzas (por poner un ejemplo); solo con una mente abierta, dispuesta a aceptar que podemos encontrar cualquier cosa, permite salir airoso de una situación semejante. El concepto es "a ver qué me encuentro". Y así se encuentran tesoros inesperados.

Hay librerías donde por definición no se entra cuando se está inmerso en estas exploraciones de campo porque en ellas no se puede encontrar nada útil para nuestra investigación. Son las típicas librerías bien iluminadas, funcionales y modernas, adecuadas para adquirir el último éxito del verano, la novela histórica de moda, libros de cocina surgidos de un programa de televisión o autobiografías de famosos [sic]. En estas librerías difícilmente se encuentra algo que nos sirva para descubrir nuevas pistas. 

Son en cambio un filón las pequeñas librerías especializadas, las atestadas de libros, con poca ventilación, en calles poco transitadas y con un ingente depósito en un almacén escondido al fondo, que se estira y amplía como el estómago de Gargantúa. Encontrar por casualidad uno de estos establecimientos alegra el corazón: es una joya oculta que invita a la exploración.

Una de estas librerías ha sido fundamental para la finalización de mi tesis, pero ya hablaré de ella en la próxima entrada.


Diez meses y once días

Ha sido una ausencia larga; las circunstancias lo requerían. Acabar la tesis era una prioridad, y aunque no he dejado de leer (eso es innegociable), sí he dejado de escribir por aquí. Que no de escribir, pues se trata de una necesidad y no puede controlarse. Además, la tesis también cuenta, aunque no sea ficción (o sí), ni reseña de un libro, ni de una película, ni nada parecido. Solo que no es lo más adecuado para este rincón.

Eso sí, mi lista de escrituras pendientes es larga. He ido anotando cosas sobre las que necesito hablar, relatos, cuentos y demás. Irán apareciendo poco a poco, y recuperaremos el ritmo habitual (¿una entrada a la semana no sería perfecto?). Mi propósito para el verano es desempolvar el blog, desentumecerlo y devolverlo a la vida. Y seguir con Hiperión. Quienes lo conocéis, ya sabéis de qué se trata. El resto, ya lo verá.

Un placer estar de vuelta.