Cogió un pequeño canapé de boletus y se colocó bien las gafas de sol antes de contestar:
-Por supuesto, querida, sé de lo que hablo. Yo he vivido en Londres cinco años.
Lo dijo con una autoridad y arrogancia que más bien quería decir "Londres es de mi propiedad", como si la mera presencia temporal en un cúmulo de calles y barrios innumerables condujera inevitablemente a su posesión.
-Ah, yo también he vivido en Londres - intervino una incauta que se encontraba en el pequeño grupo y que no imaginaba la repercusión de un comentario así.
La hembra alfa la miró con desdén por encima de las gafas de sol. Escaneó sus rasgos y le dio un significado antropológico a cada arruga, a cada lunar, a cada pestaña. De manera unilateral, el análisis concluyó en una presuposición: claro, aquella chiquilla había vivido también en Londres. Pero en un Londres diferente. Había trabajado de lavaplatos o haciendo camas en un hotel. Como mucho, había sido camarera. La típica estancia juvenil con la excusa de aprender inglés. Pero no había vivido en Kensington and Chelsea, y en sus días libres, se habría dedicado a emborracharse con cervezas baratas en casa de inmigrantes ilegales.
La miró de nuevo antes de sentenciarla. ¿Quién la habría invitado a la recepción del embajador? Había llegado el momento de marcar distancias con un golpe de efecto. Mordió el canapé y añadió:
-Ya. Pero yo vivía en casa del embajador.
La chica sonrió extrañada:
-Yo también, pero no me suena para nada tu cara.
La hembra alfa observó a su audiencia antes de replicar:
-¿Y qué hacías allí? ¿Trabajabas en el servicio doméstico?
La chica hizo un gesto ambiguo con las manos.
-Más o menos. Soy la hija del embajador. Y tú eres... ¿quién? No recuerdo haber oído tu nombre.
El canapé se quedó a medias sobre la mesa.
1 comentario:
¿Cómo puede la gente comerse la casita de David el Gnomo sin ningún remordimiento?
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