miércoles, 14 de abril de 2010

Canapé de boletus


Cogió un pequeño canapé de boletus y se colocó bien las gafas de sol antes de contestar:

-Por supuesto, querida, sé de lo que hablo. Yo he vivido en Londres cinco años.

Lo dijo con una autoridad y arrogancia que más bien quería decir "Londres es de mi propiedad", como si la mera presencia temporal en un cúmulo de calles y barrios innumerables condujera inevitablemente a su posesión.

-Ah, yo también he vivido en Londres - intervino una incauta que se encontraba en el pequeño grupo y que no imaginaba la repercusión de un comentario así.

La hembra alfa la miró con desdén por encima de las gafas de sol. Escaneó sus rasgos y le dio un significado antropológico a cada arruga, a cada lunar, a cada pestaña. De manera unilateral, el análisis concluyó en una presuposición: claro, aquella chiquilla había vivido también en Londres. Pero en un Londres diferente. Había trabajado de lavaplatos o haciendo camas en un hotel. Como mucho, había sido camarera. La típica estancia juvenil con la excusa de aprender inglés. Pero no había vivido en Kensington and Chelsea, y en sus días libres, se habría dedicado a emborracharse con cervezas baratas en casa de inmigrantes ilegales.

La miró de nuevo antes de sentenciarla. ¿Quién la habría invitado a la recepción del embajador? Había llegado el momento de marcar distancias con un golpe de efecto. Mordió el canapé y añadió:

-Ya. Pero yo vivía en casa del embajador.

La chica sonrió extrañada:

-Yo también, pero no me suena para nada tu cara.

La hembra alfa observó a su audiencia antes de replicar:

-¿Y qué hacías allí? ¿Trabajabas en el servicio doméstico?

La chica hizo un gesto ambiguo con las manos.

-Más o menos. Soy la hija del embajador. Y tú eres... ¿quién? No recuerdo haber oído tu nombre.

El canapé se quedó a medias sobre la mesa.

1 comentario:

Unknown dijo...

¿Cómo puede la gente comerse la casita de David el Gnomo sin ningún remordimiento?