miércoles, 17 de marzo de 2010

La sedimentación


Al principio no te das mucha cuenta. Las crecientes obligaciones reducen tu tiempo libre y llegas muy cansado a casa. Empiezas por dejar de ir al gimnasio, que te quita tiempo y para el que estás demasiado agotado. Las pocas veces que te esfuerzas en ir, haces diez minutos de bicicleta y te duchas, completamente exhausto.

Los viernes por la tarde, tu único plan es tumbarte delante de la tele, cenar cualquier cosa y desplazarte de la horizontalidad del sofá a la horizontalidad de la cama. Atrás quedan las salidas nocturnas y las juergas con tus amigos, que te asedian para que no te quedes en casa y salgas con ellos.

Entras en una rutina cada vez más enfermiza que se compone de dos únicos escenarios: tu casa y tu trabajo. Dedicas pequeños momentos robados al día a comprar en el supermercado y a poner lavadoras. Sales muy temprano de casa, coges el metro, llegas en la oficina y sales a última hora de la tarde para volver a casa. Vives sin ver la luz del sol.

Tus horas de ocio se diluyen entre programas de televisión que no ves, discos que no terminas de escuchar y libros que se te caen de las manos. Dedicas mucho tiempo a seguir trabajando desde casa. Te falta concentración y careces de energía. Así comienzan a manifestarse los síntomas.

Duermes mal. Te despiertas de madrugada y te cuesta trabajo darte la vuelta dentro de la cama. Sientes cómo tu cuerpo se ablanda y cambia de textura. A veces, cuando te levantas, ves resto de arena entre las sábanas. El proceso ha comenzado.

Empiezan a aparecer extrañas prolongaciones en tus brazos y piernas a modo de pequeños pólipos, que cuelgan de tu cuerpo con la apariencia de diminutas estalactitas. Son maleables y puedes hacer que desaparezcan, reintegrándolas en tu carne. Pero al cabo del tiempo, vuelven a surgir.

Te das cuenta de que los pólipos se agarran a las superificies con las que entran en contacto, y que si pasas demasiado tiempo sentado te resulta muy difícil arrancarlos. A medida que aumentan su tamaño, su color se vuelve parduzco como la tierra seca y van soltando arenisca.

Por las mañanas, levantarse de la cama es toda una proeza. Los pólipos han hundido sus raíces en el colchón y sólo a base de un esfuerzo sobrehumano (que a veces acaba con alguno de los tentáculos arrancados) consigues salir de la cama. Donde antes había un pólipo, ahora tienes una herida sangrante.

Delante del espejo, intentas en vano recomponer tu rostro, cubierto de picudas erupciones que buscan aferrarse a algún objeto. Dejas un reguero de barro en el lavabo, y los tentáculos inician su labor con tu propio cuerpo, enlazando tus piernas, atando tus brazos a los costados. No puedes defenderte.
Has sido preso de la sedimentación.

jueves, 11 de marzo de 2010

Síndrome del lector empático



Cuando leí Opiniones de un payaso, me di un golpe en la rodilla y tuve una lesión que me duró varias semanas. No le di demasiada importancia, a pesar de que al protagonista de la novela le ocurría lo mismo.

Algo similar me pasó con Adiós a Berlín. A medida que me sumergía en la lectura, no sé cómo ni por qué, me vi metido en una relación afectiva a tres bandas con un hombre y una mujer, y vivimos los tres juntos durante varios meses en un viejo apartamento.

Me empecé a preocupar con La montaña mágica, pues al avanzar la lectura me fui sintiendo muy enfermo, y acudí al médico tras sufrir algunas molestias respiratorias. El médico se quedó tan sorprendido como yo al descubrir que tenía tuberculosis, y me mandó a un sanatorio en la sierra.

A consecuencia de mi enfermedad, tuve que darme de baja en el trabajo, con tan mala suerte que lo hice mientras leía El coronel no tiene quien le escriba, con lo cual nunca recibí una compensación por mis años de baja.

Extrañado ante circunstancias tan misteriosas, fui de nuevo al médico a exponerle mi caso. Tras muchas pruebas e investigaciones, fui diagnosticado de una rara dolencia: el síndrome del lector empático.
Por desgracia, no existe cura para mi mal, pero el médico, muy previsor, me ha entregado una larga lista de lecturas no recomendadas para evitar que me tire de un tren como Anna Karenina o asesine a mi actual esposa como Otelo.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cuando la realidad se basa en la ficción


Leyendo un pequeño ensayo de Michela Marzano (La muerte como espectáculo. La difusión de la violencia en Internet y sus implicaciones éticas, publicado por TusQuets), me he encontrado con un pasaje que me ha dejado francamente sorprendido, por tratarse de una vuelta de tuerca más en el proceso de simbiosis entre realidad y ficción, que es siempre bidireccional (por mucho que la gente crea que la realidad es la base de la ficción).

Durante la invasión americana de Irak, se informó a los soldados de que la Convención de Ginebra no se aplicaba allí y que por tanto, se podrían utilizar en los interrogatorios métodos y técnicas poco ortodoxos (por decirlo de alguna forma). Lo paradójico era que los militares habían sido formados siguiendo el protocolo de la Convención, y no estaban muy puestos en métodos "alterativos" de interrogación. ¿Y dónde se documentaron? En series de televisión como 24.

En las cinco primeras temporadas de 24 se recogen no menos de sesenta y siete casos de tortura (utilización de drogas, simulacros de ahogamiento, electrocución, etc.) según el Parents Television Council, lo que supone una media de una tortura cada dos capítulos. Son estos procedimientos los que se copiaron en Irak, y probablemente fue la difusión de estos hechos lo que provocó que el número de torturas se redujera considerablemente en temporadas posteriores.

Para rizar aún más el rizo, según un comunicado de los guionistas, la razón para este cambio de actitud no se debió a las protestas presentadas por muchos grupos defensores de los derechos humanos, sino a que las torturas estaban empezando a "interferir en el desarrollo de la narración". No quisieron (o no pudieron) afirmar que el movimiento se había concluido: la ficción había inspirado a la realidad, y la realidad había influido en la ficción, obligando a eliminar las torturas.

Una lástima que la realidad tenga que inspirarse en la ficción más cruda en lugar de hacerlo en una película de Wong Kar-Wai. Qué bonito sería escuchar un vals mientras nos movemos a cámara lenta por un mercado, llenando de magia nuestros momentos contidianos.

domingo, 7 de marzo de 2010

"Serenata para tenor, trompa y cuerdas" de Britten


Britten es uno de los compositores con mejor gusto literario del siglo XX. Aparte de las fuentes para sus óperas, (siempre basadas en obras de grandes autores como Shakespeare, Henry James, Thomas Mann o Herman Melville), siempre tuvo una sensibilidad especial a la hora de escoger poemas para sus canciones.

El ciclo Serenata para tenor, trompa y cuerdas es un clásico del siglo pasado, y un referente ineludible para todos los compositores anglosajones posteriores; con el hilo conductor de la noche, Britten compone un mosaico sonoro basado en poemas de Tennyson, Blake, Ben Jonson o Keats, donde la trompa y la voz de tenor comparten protagonismo.

Hay veces que una canción te atrapa y no puedes dejar de escucharla una y otra vez. Me pasó con A sip of wine (la versión que Philip Glass hizo sobre el texto de Boogie Street de Leonard Cohen) o con Sabali de Amadou & Mariam. Tienen una extraña magia que te obliga a reiterar la escucha, intentando encontrar algo que no termina de aparecer. Es el caso de una de las canciones contenidas en este ciclo, Elegy, cuyo texto pertenece a un poema de William Blake (puedes escuchar el fragmento aquí, a partir del minuto 1.25):

O Rose, thou art sick!
The invisible worm,
That flies in the night
In the howling storm,
Has found out thy bed
Of crimson joy:
And his dark secret love
Does thy life destroy.

La economía de medios de la canción es sorprendente, y aún así, consigue un efecto sobrecogedor desde la introducción de la trompa, donde los intervalos descendentes y el glissando se superponen al repetitivo motivo de las cuerdas. El texto, brevísimo, adquiere su verdadero significado al final, cuando el último verso concluye rompiendo la tonalidad (la "destroza") y comienza la coda final donde la trompa recupera de nuevo el papel principal.

¿Por qué es tan oscura esta canción? ¿De qué está hablando Britten? Debemos conocer un poco el momento de su composición para entender prefectamente su sentido. Britten había vuelto a Inglaterra en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Con su salud muy debilitada, se contagió de sarampión y pasó una larga temporada en el hospital donde compuso la mayor parte de la Serenata a comienzos de 1943. El espíritu pesimista de la época se refleja en todo el ciclo, así como la situación personal de su autor.

Pero hay otro componente que deben ser tenido en cuenta. Por aquella época, Britten había iniciado su relación sentimental con el tenor Peter Pears (relación que duraría toda su vida) y esa situación era controvertida en la Inglaterra de la época; las prácticas homosexuales estaban penadas y perseguidas, y Britten siempre tuvo problemas de aceptación. Teniendo en cuenta estos antecedentes, la rosa, la enfermedad y el gusano del poema pueden entenderse de otra forma, interpretación a la que remite también el "oscuro amor secreto" (que recuerda a los Sonetos del amor oscuro lorquianos). La canción es entonces un triste lamento sin solución: la perla ya se ha formado y no hay manera de destruirla.

Entiéndase de una forma o de otra, la hipnótica melancolía de la canción es una muestra magnífica del genio compositivo de Britten y de su innata capacidad para adaptar textos poéticos.