miércoles, 19 de diciembre de 2012

Alemania, Europa, "Weimar entre nosotros" y la cultura.



"Cuando dicen ustedes Europa, piensan: "Tierra de soldados, granero de trigo, industrias domesticadas, inteligencia dirigida". ¿Voy demasiado lejos? Pero sí sé que cuando dicen Europa, aun en sus mejores momentos, cuando se dejan llevar por sus propias mentiras, no pueden por menos de pensar en una cohorte de dóciles naciones dirigidas por una Alemania de señores, hacia un futuro fabuloso y ensangrentado. Me gustaría que captase usted bien esa diferencia. Europa es para ustedes ese espacio rodeado de mares y montañas, perforado de minas, cubierto de mieses, donde Alemania juega una partida en la que lo que está en juego es su destino. En cambio, para nosotros, es esa tierra del espíritu en la que desde hace veinte siglos prosigue la más asombrosa aventura del espíritu humano".

Este fragmento, correspondiente a una de las Cartas a un amigo alemán que Camus escribió entre 1943 y 1944, aparece reproducido en el ensayo Weimar entre nosotros de José María Ridao. Este texto, publicado en 2004, intenta ofrecer un panorama general de la situación que vivía Europa tras los atentados del 11-S y el 11-M, con la sombra del terrorismo internacional como fondo y advirtiendo de los peligros asociados a la radicalización de ciertas ideas sobre inmigración, control y seguridad. El libro, equilibrado, ecuánime y muy bien documentado, supone una reflexión muy acertada que como ciudadanos europeos y occidentales debemos hacernos todos y cada uno de nosotros. Pero lo más alarmante de la lectura del ensayo es reconocer que, cuatro años antes de la explosión de la crisis económica, muchos de las trágicos atropellos a los que estamos asistiendo ya se estaban prefigurando en Europa, y que no ha sido la crisis la causante de muchas de las decisiones que se están tomando, a nivel europeo y nacional, sino que se trata de una simple excusa para ponerlas en práctica. 

Sin ir más lejos, el texto de Camus (que se puede leer en su totalidad aquí), desgajado del contexto en el que aparece (el final de la ocupación alemana en Francia) puede ser reinterpretado desde una perspectiva actual y posee plena vigencia (si bien es cierto que ya no estamos hablando de una ocupación militar y el horror de la Segunda Guerra Mundial). Hablamos de otra situación: la supremacía del mercado.  

En la misma línea se manifiestan intelectuales como Rafael Argullol, quien en un reciente artículo publicado en El País (titulado muy elocuentemente "Cuando Alemania adoraba a Grecia") nos recuerda el papel fundamental que la cultura griega ha desempeñado en la conformación de Alemania y su identidad, y que los alemanes fueron los principales impulsores de la recuperación del mundo griego de la antigüedad. Si bien es cierto que la Grecia de Pericles no tiene nada que ver con la Grecia actual, el trasfondo del artículo es claro: Alemania, una nación que se ha caracterizado por su grandeza intelectual y cultural, que se ha autoproclamado heredera del mundo griego y sus valores, está detrás de la campaña de  desprestigio contra el país heleno, como si la nación germana, llegada ya a la mayoría de edad por derecho, decidiera que ha llegado el momento de quitar de en medio a su padre, envejecido y sin fuerza, y sin los méritos que en el pasado lo hicieron grandioso. No quiero decir que la situación de Grecia no necesitara una intervención y que no se hubieran cometido excesos. Sólo quiero destacar esta suerte de parricidio que Alemania muestra con orgullo, olvidando lo que Grecia ha significado para ellos, su cultura, su identidad y su grandeza cultural: Goethe, Schiller, Hölderlin, Hegel, Lessing, Winckelmann o Schelling son muestra de ello.

Resulta una pérdida enorme, no sólo para Alemania sino para Europa entera que sea el mercado, la banca y la bolsa los que estén dictando el rumbo de nuestra política conjunta; es indiscutible que la situación requiere medidas, que la crisis económica obliga a ciertas decisiones, pero lo que se está poniendo de manifiesto es que "esa tierra del espíritu" de la que hablaba Camus está desapareciendo para dar paso a números, déficit y deudas por saldar. La Unión Europea debería planetarse recuperar el adjetivo que dejó en el camino (económica) para convertirlo en el nuevo núcleo de la dominación (Economía Europea), donde lo adjetivo pasara a ser la constitución de un espacio de diversidad, cultura y aventura que parece que está llegando a su fin para dejar su sitio a los bancos, quizás. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un nuevo esquema



Acababa de corregir el último examen y suspiró aliviada. Por fin había terminado: suficientes dequeísmos y anacolutos por hoy. Pasaría las notas al cuadernillo y prepararía algunos ejercicios para la clase de sexta hora, la más temible. Un reto heroico que se planteaba a diario, especialmente con los cursos más bajos.
Llamaron a la puerta del departamento, y Teresa se sorprendió. ¿Desde cuándo los alumnos daban tales muestras de civismo? Seguramente sería otro profesor, pensó, ya acompañó el pensamiento con un “sí, adelante” un poco ronco tras la hora silenciosa de corrección.
Se encontró con una cara conocida y desconocida al mismo tiempo, reminiscencia de alguien que había sido una presencia frecuente, como esos antiguos compañeros de colegio a los que encuentras veinte años después y que aún esconden tras las arrugas el rostro del niño que fueron.
-Hola, Teresa. ¿Se puede?
Sin duda alguna conocía a aquella chica, pero no conseguía ubicarla en el complejo entramado espacio-temporal que era su memoria. Tendría veintipocos, lo más seguro era que hubiese sido alumna suya, sobre todo si se tenía en cuenta que había venido hasta al instituto para hablar con ella. Y entonces la cara ocupó su casillero. Ana Ballestero López, 4º de ESO B, 1º de Bachillerato A (si no recordaba mal), y 2º de Bachillerato B ¿o fue C? Las letras bailaban de año en año. ¿Hacía seis, cinco promociones? Había perdido la cuenta.
-¡Hola, Ana! ¡Me alegro de verte! – se levantó sonriendo, satisfecha de su capacidad de reacción. No andaba tan mal como pensaba.
-¿Te interrumpo?
-No, terminaba de corregir. ¿Qué tal estás?
-Muy bien, ¿y tú?
-Aquí seguimos, ya ves.
Ana había sido una alumna modélica; educada en el trato, siempre dispuesta a ayudar a sus compañeros, suplía sus limitaciones con una gigantesca capacidad de trabajo y una voluntad firme para dedicar horas y más horas al estudio. Era capaz de memorizar veinte folios de un día para otro, pero las actividades que requerían una abstracción mayor (como los comentarios de texto) habían sido su caballo de tortura. Teresa recordó los recreos que había pasado hablando con ella, explicándole los errores cometidos y animándola a perseverar, así como los múltiples esquemas, guiones y guías que le había facilitado para indicarle de qué manera enfrentarse al análisis de textos. A base de mucho sacrificio, Ana había conseguido grabarse a fuego un modelo general que había aplicado con no pocas dificultades. 
-¿Has terminado ya la carrera?
-Sí, terminé en septiembre. Se me atravesó Estadística de primero, y me ha costado la misma vida quitármela de encima.
De nuevo una asignatura que requería cierta abstracción y el uso de las matemáticas, el otro terror con el que Ana había tenido que lidiar para poder estudiar Psicología.
-Me alegro mucho, ¡enhorabuena! Y ahora, ¿qué es lo que piensas hacer?
-Por eso he venido a verte – la chica hizo una pausa tímida y le entregó un papel a Teresa - ¿Te acuerdas de esto?
La profesora reconoció su letra en el folio doblado que le entregaba y leyó el contenido: se trataba de una lista con los pasos que había que seguir para rellenar la inscripción de la universidad, los plazos de entrega y reclamación, el período de matriculación una vez publicada la lista de admitidos, los horarios de las ventanillas de información de la Universidad, así como una detallada enumeración de todos los papeles que debían acompañar a la matrícula. Sí, lo recordaba perfectamente. Su deformación profesional y los nervios de Ana la llevaron a escribirle ese pequeño esquema para que la chica tuviera claro en todo momento cuál era el camino que debía seguir. Se lo devolvió asintiendo.
-Sí, me acuerdo. Te lo hice a final de curso, después de Selectividad.
-Exactamente. Me ayudó mucho, Teresa. Como los esquemas que me dabas para hacer los comentarios.
-Esa era la intención. Nos costó mucho trabajo pero lo conseguimos, ¿no?
-Sí, muchas gracias – de nuevo guardó silencio y la miró con ojos suplicantes – He venido para pedirte un favor.
-¿De qué se trata?
-Quiero que me hagas un esquema, por favor.
-¿Un esquema? ¿De qué?
Ana agachó la cabeza y respondió en voz baja.
-De lo que tengo que hacer ahora.
Por un segundo Teresa creyó que la chica le estaba gastando una broma, pero al notar su inquietud y su azoramiento, comprendió que Ana hablaba completamente en serio.
-¿Ahora? ¿A qué te refieres?
-No sé qué hacer ahora con mi vida. Ya he terminado la carrera. ¿Y ahora qué?
-Pues a buscar trabajo, Ana. Tendrás que trabajar, ¿no?
-Pero... ¿cómo lo busco? ¿No podrías hacerme un esquema, diciendo lo que tengo que hacer?
Teresa no daba crédito a sus oídos.
-Ana, ¿no te han enseñado nada de eso en la Universidad? En Psicología hay asignaturas sobre eso, me parece recordar. ¿Por qué no pides orientación allí?
-Es que no sé qué hacer... ¿debería irme de casa de mis padres? ¿Busco el trabajo aquí o me voy a otra ciudad? Me han dicho que en el extranjero hay muchas oportunidades, pero no sé... No sé mucho inglés, el francés se me daba mal. Mi novio tampoco lo tiene claro. Si me voy, a lo mejor rompemos, y no sé... ¿No podrías ayudarme?
Teresa se sentó, un poco mareada. ¿En qué se había equivocado? Había subestimado la importancia que Ana daba a sus opiniones y consejos, y en algún momento había dado por sentado que la profesora contaba con una receta mágica, con un esquema ideal creado para solucionar la vida de los mortales. ¿Había sido culpa suya, por ser excesivamente protectora? ¿O acaso los años en la universidad no la habían despertado? ¿Se estaban equivocando los profesores en general, al facilitarle tanto el trabajo a los estudiantes? Se encogió de hombros, buscando una respuesta que no resultara hiriente para la chica que había acudido a ella con total franqueza.
-No sé, Ana. Creo que para la vida no existen ese tipo de esquemas. Tendrás que intentar solucionar esto por ti misma.
La chica, sin levantar la cabeza, se dio la vuelta y salió del departamento. Teresa se quedó sentada sin saber qué hacer. Flotaba en el aire cierto aroma a fracaso.

lunes, 13 de agosto de 2012

¿"The artist" o "La invención de Hugo"? (y II)

Definitivamente, me quedo con La invención de Hugo. Porque para hacer una película de homenaje al cine mudo no es necesario valerse de los procedimientos técnicos de la época, si no que es mucho más inteligente aprovecharse de los recursos que el cine digital nos ofrece.

La escena inicial, en la que entramos en la estación de Montparnasse con un largo plano aéreo que nos lleva por los andenes hasta el interior del reloj donde está Hugo no podría haberse hecho con grúas ni con procedimientos tradicionales, ni el posterior paseo por el interior de las maquinarias. El 3D está empleado aquí para ofrecernos la oportunidad de visitar el interior de una estación que ya no existe, recreada con todo lujo de detalles y una fidelidad asombrosa. Tal y como James Cameron ha declarado, La invención de Hugo hace un uso de los efectos del 3D mucho más efectivo y con mayor sentido que su propio Avatar, porque de eso se trata la película: de ofrecernos magia.

El cine ha sabido ofrecer a lo largo de su existencia, además de grandes historias, un espectáculo asombroso: el color, el cinemascope, los efectos especiales... Todos esos elementos sirven para crear un mundo de ilusión del que aceptamos voluntariamente sus premisas y en el que nos sumergimos cuando entramos en una sala a oscuras. El cine puede ser arte, puede ser reflexión, critica social, revolución, pero ante todo, y no debemos olvidarlo, nació como diversión. Esta película nos ilustra sobre esos comienzos fantásticos, la novedad que supuso ver el tren entrar en la estación y la reacción de terror que provocó en los espectadores. No es inocente el comienzo de Hugo, pues esa larga toma inicial nos transforma a nosotros en ese tren que, en tres dimensiones, penetra en la estación y nos lleva en un recorrido inimaginable por las entrañas del edificio: una película que cuenta la historia de Georges Méliès, el mayor mago que dio el cine, transforma al espectador en parte del truco. Ya no somos los tímidos curiosos que vieron La llegada de un tren a la estación de La Ciotat y creyeron que el tren saldría de la pantalla, sino que ahora queremos el espectáculo multimedia. Y esta película lo consigue.

La invención de Hugo, a pesar de ser una película infantil, trasciende los límites de su género (como ocurre con las magníficas producciones de Pixar) para contarnos algo más que un cuento. El homenaje al cine mudo y a su inocente encanto es una excusa para hablar del paso del tiempo, la imposibilidad de recuperar el tiempo perdido y la fugacidad de la juventud. Si bien The artist se centra en el segundo momento de crisis del cine (el paso del mudo al sonoro), La invención de Hugo vuelve la vista atrás (y además con cierta perspectiva, pues la acción no es contemporánea a las películas de Méliès) a su primera crisis: la transformación que supuso el espectáculo y la novedad de barraca de feria en una industria, en un Trust gobernado por el siempre polémico Edison que convirtió el cine en negocio. Méliès fue un soñador que pensó que podría luchar contra el mercado y las imposiciones de la Motion Picture Patents Company y que se equivocó en sus planteamientos comerciales al intentar oponerse al naciente sistema de producción. Pero más que nada, fue ingenuo al pensar que sus películas seguirían gustando eternamente a un público que poco a poco fue madurando como espectador y prefiendo historias más reales y convencionales.

De eso precisamente trata la fábula de Scorsese, de la tristeza de Méliès al descubrir que su mundo era ya del pasado; por muchos homenajes finales que recibiera, sus películas eran contempladas con los ojos reticentes de un publico que en el fondo sonreía ante la simplicidad naïf de sus postulados estéticos. Hoy en día, su cine se ve como una curiosidad anecdótica, una rareza de los orígenes del cine que puede interesar a estudiosos o cinéfilos, pero que no puede esperar el beneplácito del público mayoritario. Es como un cuento infantil que nos apasionó siendo niños y que cuando volvemos a él de adultos lo contemplamos con cierta indredulidad: ¿este fue el libro que tanto me gustó? ¿Yo leí y releí este libro hasta la saciedad? El poder de la recreación (y de la mitificación) pasa siempre por el filtro del olvido. Y deja una pesada tristeza reconocer que ese libro no se correponde a la imagen ideal que de él hemos construido, como tampoco el cine de Méliès puede satisfacer nuestras ansias de magia pasada cierta edad (y actualmente, a pocos niños podría convencer).  

Por eso insiste Scorsese en las imágenes de las películas de Méliès, que se repiten varias veces a lo largo del metraje (insistencia que se hace pesada según algunos críticos). Pero esa insistencia se hace para recordarnos ese hechizo perdido, esa espectacularidad que en un cine con 3D tiene más poder de convicción que en las pantallas planas de casa; y es también una forma de recordarnos el amor por ese cine que vimos de niños puede servirnos para transmitir nosotros esa misma pasión, como Hugo con las películas de Méliès vistas con su padre.

Scorsese decidió hacer esta película porque "quería rodar algo que pudiese ver mi hija" y fue precisamente su hija de doce años quien leyó el libro y se lo recomendó a su padre para adaptarlo.  Tal y como afirma en una entrevista, en la película "el cine es la conexión que une todos los elementos, la máquina que se convierte en el nexo emocional entre el niño, su padre, Méliès y su familia". ¿No está haciendo él lo mismo con esta pelicula y su hija? Es una historia de padres e hijos, aunque sean padres ausentes. Del mismo modo que el padre de Hugo le contagia al niño la atracción por Méliès, Scorsese está haciendo lo mismo con su hija y con ese fantástico universo cinematográfico en el que todo era posible y las ilusiones de un hombre (ilusiones en los dos sentidos de la palabra) podían conseguir cualquier cosa.

En ese sentido The artist no consigue alcanzar la trascendencia de La invención de Hugo, de la que salimos con el corazón encogido soñando cómo habrían sido nuestras vidas si hubiésemos visto esas películas al ser críos.

viernes, 27 de julio de 2012

Los milagros de internet, Nina Katchadourian y Houellebecq

Internet es un milagro y no creo estar descubriendo nada nuevo, aunque constatar a veces las realidades más evidentes es también parte de nuestra vida, y por eso he empezado así. Pero sería también necesario matizar que es un milagro caótico, inesperado, y que puede devolver a nuestras búsquedas resultados inimaginables. Como abrir un cajón a oscuras y coger tres calcetines para asegurarte de que al menos dos sean del mismo color pues sólo los tienes azules o negros. Salvo que al salir de la habitación descubres que únicamente llevas un calcetín, junto con un trozo de felpa y un guante de lana. ¿Por qué? Porque internet es así.

Buscando imágenes de retratos de la escuela flamenca para mi trabajo de investigación (y no entraré en pormenores de por qué había llegado yo a esa necesidad cuando mi tema es la literatura del siglo XX), encontré esta imagen:


Y después esta otra:



El ser humano es curioso por naturaleza, y el "Síndrome del ratón con vida propia" es conocido por todos. Pinché en las imágenes y me fui a la página donde se encontraban, un blog de información variada y curiosa. Allí me enteré que la mujer de las fotografías es una artista americana, Nina Katchadourian, que en un largo viaje de catorce horas de vuelo con destino Nueva Zelanda se había dedicado a encerrarse en un baño y, ataviada con servilletas, papel higiénico y los bonitos y prácticos cojines hinchables para el cuello, se había disfrazado de dama holandesa en sus múltiples facetas. Luego se había hecho fotos con su móvil y ¡tachán! una performance en toda regla.

Lo que en un principio más me llamó la atención fue la extraordinaria manera de entretenerse durante las catorce horas de viaje; será que los escritores no somos verdaderos artistas, porque en los vuelos transoceánicos, yo me dedico a beber vino a destajo, a leer y a escribir incongruencias (Mmmm... Bueno, eso también es muy típico de escritores). Pero es siempre más interesante que conectarse como un zombi a la pantalla de la televisión para ver un blockbuster previsible o dormir a pierna suelta.

La actuación de Nina, aunque no dejaba de ser una boutade artística (o al menos yo la interpreto como tal), me pareció original y me hizo querer saber más de ella: a veces, la provocación no es más que un reclamo publicitario para poder mostrar otras cosas. Y así fue: en su página web he podido encontrar propuestas muy interesantes, como su obsesión por los gráficos, los árboles genealógicos y la catalogación de objetos. Pero lo que más me interesó fue su trabajo con los mapas, y es aquí donde Houellebecq entra en escena.

El mapa y el territorio, la última novela del francés, trata, entre otras cosas, de la vida de un artista que centra su labor creativa en los mapas. No voy a desentrañar aquí su argumento (algunos ya lo conocéis, otros aún no lo habéis leído) pero es una lectura recomendable, como siempre ocurre con Houellebecq aunque sea para rebatirlo. Sin entrar en pormenores, sus reflexiones sobre los mapas, la cartografía y el territorio es a mi juicio lo más interesante de la novela, y al encontrar la obra de Nina Katchadourian, inevitablemente he establecido vínculos y comparaciones ; las obras más significativas de esta artista son de finales de los noventa, y es muy probable que Houellebecq ni la conozca, pero siempre es curioso encontrar en distintas partes del mundo a personas que desde campos artísticos dispares han llegado a reflexionar sobre cuestiones similares.

Lo mejor de los trabajos contenidos en la web de Nina Katchadourian es que no van acompañados de "literatura", entendida en el sentido peyorativo del término. La artista explica el proceso de realización, los materiales empleados, las medidas, pero no da ninguna clave interpretativa. Ella es artista, no critica de arte. Pero las imágenes son por sí mismas elocuentes.




 Disección de mapa I. Un mapa de los Estados Unidos del que ha diseccionado el territorio, dejando solo las redes de carreteras. A continuación lo ha introducido entre dos cristales y lo ha suspendido en la galería de arte.




Disección de mapa II. De un mapa de los Estados Unidos se han tomado pequeñas redes de carreteras que forman nudos, enlaces o racimos, y se han aislado entre dos cristales para muestras microscópicas. A continuación se han expuesto todos en vertical.

¿Arte conceptual? Sí, pero que nadie diga que es incomprensible. No voy aquí a dejarme arrastrar por la verborrea explicando todo lo que a mí me sugiere, todo lo que me hace reflexionar. En esto cada uno es libre de leer lo que quiera. Así es el arte: a disfrutarlo y a meditar.

viernes, 20 de julio de 2012

"La mujer justa" de Sándor Márai y "la regla de la primera página"


Leer a escritores hablando de escritores es una de las lecturas más sugerentes que existen, como ya demostró Borges, y el premio Nobel Coetzee no es una excepción. En su colección de ensayos literarios Mecanismos internos se dedica a comentar a autores como Bellow, V.S. Naipaul, W.G. Sebald, Svevo o García Márquez, trazando un itinerario personal de lecturas, inclinaciones y gustos que despierta el interés por releer a algunos escritores o por descubrir a otros.

A pesar del creciente interés que el húngaro Márai ha despertado en los últimos años, (y la editorial Salamandra ha jugado un papel fundamental en todo ello, aunque como muy bien analiza Coetzee en su libro, todo viene -cómo no- promovido por el éxito que el autor cosechó en Italia hace unos años con El último encuentro, novela publicada bajo el auspicio del no menos visionario Calasso), la verdad es que no me había decidido a leer ninguna obra suya hasta ahora. Y debo admitir que ha sido una lectura sumamente provechosa.

Tanto El último encuentro (también publicada por Salamandra) como La mujer justa comparten un mismo estilo narrativo, denso, dominado por la conversación (o mejor sería decir monólogo) donde los distintos personajes van desgranando en largos parlamentos sus opiniones y pensamientos. Coetzee habla de Stefan Zweig como referente, y comprendo la asociación, aunque sus estilos no podrían ser más diferentes: la sencillez y claridad del austríaco nada tiene que ver con la ausencia de aire que domina en las páginas de Márai. Pero ambos comparten un escenario y un origen común: el Imperio Austrohúngaro que a medida que avanza el siglo XX se va desmembrando y con él todo un ideal de vida que nunca volverá.

Pero La mujer justa no constituye una lectura ardua y pesada; al contrario, es un libro que no puedes dejar de leer y que se enriquece a medida que avanza la lectura. Es además un ejemplo magnífico de "la regla de la primera página".

"La regla de la primera página" consiste en coger un libro y leer su primera página. En esa primera páginas debe encontrarse el germen de la obra, una invitación a continuar leyendo, un reclamo, una interrogación, una incitación difícil de vencer. Raskolnikov sale a escondidas de su casa para no encontrarse con la casera; ¿por qué? ¿Quién es este personaje? ¿Por qué le debe dinero a la casera? Cuando quieres darte cuenta, ya estás atrapado por la historia y te adentras en la novela. La ciudad de Vetusta duerme la siesta; ¿qué ciudad es esa? ¿Por qué la contemplamos con un detalle enfermizo desde la torre de la iglesia? ¿Quién la está observando desde esa posición privilegiada? Poco a poco descubres a los protagonistas y su papel en el desarrollo de la acción, y para entonces ya has leído más de cien páginas. Aureliano Buendía, delante del pelotón de fusilamiento, recordará muchos años después el día que su padre lo llevó a conocer el hielo. En este caso, no se trata ya de la primera página sino de la primera frase: ¿quién es Aureliano? ¿Por qué estaba ante el pelotón de fusilamento? ¿Y qué quiere decir "llevar a conocer el hielo"? Entramos así en el primer círculo de la novela, que por medio de una espiral concéntrica, desarrolla su estructura mítica y nos cuenta la vida de esa familia inolvidable. 
 
 
También La mujer justa supera la prueba; en un café elegante, dos mujeres conversan cuando un hombre entra y compra unas naranjas escarchadas. La narradora, una de las dos mujeres que habla en primera persona, le pide a su amiga que no pierda detalle, que mire a ese hombre, que observe si lleva una cartera de cocodrilo. Ella no se atreve a mirar, es presa de los nervios; tiene que secarse una lágrima nerviosa. El hombre sale del café y la amiga confirma que llevaba la cartera, circustancia que la ha sorprendido. ¿Cómo lo sabía? La narradora lo sabía bien porque ella misma se la regaló al cumplir los cuarenta años. ¿Y quién es ese desconocido? Ese hombre era su marido.

De esa manera nos adentramos en la vida de ese matrimonio, y por medio de tres largos monólogos qu constituyen las tres partes de la novela, se desarrolla el trágico destino de tres personajes y por extensión, de la burguesía húngara. El recorrido comienza a principios de siglo y llega hasta la dominación comunista y refleja la desaparición de un mundo y la constatación de que Márai es uno de sus últimos representantes. Una lectura recomendable y un autor al que seguir leyendo.

martes, 28 de febrero de 2012

¿"The artist" o "La invención de Hugo"? (I)


Tras la ceremonia de los Oscars, no ha quedado duda de cuál ha sido la opinión de la Academia americana, pero como tantas veces ocurre, uno se pregunta: ¿se trata de un triunfo merecido? Los cinco premios a The artist (mejor película, mejor director, mejor actor protagonista, mejos banda sonora y mejor vestuario) dejan en muy segunda posición a La invención de Hugo (mejor fotografía, mejor dirección artística, mejor sonido, mejor edición de sonido y mejores efectos visuales). Las dos películas, que partían con diez y once nominaciones respectivamente, han sido galardonadas con el mismo número de Oscars, pero la de Scorsese se ha llevado los considerados "menores". ¿Tan fantástica es The artist?  

Mucho se ha escrito en los últimos meses sobre el éxito de una película muda y en blanco y negro en medio de la revolución digital del cine, y de cómo aún es posible entretener por medio de procedimientos sencillos. En realidad, esa sorpresa es la misma que debe causarnos el hecho de que a veces películas con bajo presupuesto pero con buenas ideas, grandes interpretaciones y fantásticos guiones se cuelen entre las mejores del año. Pasó con Juno en el 2007, pasó con Winter's bone el año pasado y seguirá pasando mientras exista gente creativa, inquieta y con ganas de trabajar. Eso sí es algo admirable, especialmente si se trata de producciones pequeñas (siete millones Juno, dos millones Winter's bone, por seguir con el mismo ejemplo).

También se ha señalado el paralelismo entre las dos grandes favoritas por centrarse en los inicios del cine y por la mirada nostálgica que ofrece sobre esos años dorados. Pero la intención, el procedimiento y los resultados son diametralmente opuestos. Y en mi opinión, sólo La invención de Hugo sale triunfadora.

Un pastiche es, según la definición del RAE, una "imitación o plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente". The artist, pese a ser una película entretenida, (verdadero), muy bien realizada (verdadero), con muy buenas actuaciones (verdadero), no deja de ser un pastiche del cine mudo. Toma las técnicas cinematográficas de la época, su formato y limitaciones, y con ello construye una película que además se basa en la estructura típica del melodrama, el género por antonomasia del cine mudo (piénsese en Las dos huérfanas o en cualquier otra de las películas de Lilian Gish). No hay zoom (no existía en aquella época), abundan los primeros planos, y los contrastes de luz son fundamentales para la fotografía en negro y blanco. La película está hecha "a la manera de", pero ¿con qué intención?

Hoy en día, un pintor puede decidir pintar un lienzo cubista, o impresionista, o fauvista, pero no por eso dejará de ser una copia de un estilo que existió en una época anterior, que tuvo su sentido entonces y que respondía a unos condicionantes estéticos. Pintar un cuadro al estilo de Goya, o Boticelli o Matisse es un ejercicio que en algunos casos puede tener una lectura crítica y paródica (uno de los ejes de nuestra cultura posmoderna) pero que desde luego no podrá tomarse como el descubrimiento de una nueva vía expresiva. Además, en el caso de The artist no se puede hablar de crítica al lenguaje del cine mudo sino de homenaje, por mucha ironía que en algunos momentos destile la historia, pues en su mayoría se dirige al star-systems y al mundo de los negocios que se oculta detrás.

Las limitaciones impuestas pueden ser un condicionante que el artista acepta para convertir su obra en un reto. Perec escribió su novela La disparition sin usar la letra e, Hitckcock filmó La soga usando sólo diez largos planos y valiéndose de trucos para que los cortes pasaran desapercibidos. Pero a veces esas limitaciones no tienen mucho sentido: ¿qué pretende demostrar Lars von Trier en las Cinco condiciones que impone a Jørgen Leth, más allá de su falta de humanidad? Nada. ¿Qué pretende Michel Hazanavicius recurriendo al cine mudo? ¿Qué intención estética sostiene? Es imposible ignorar que el cine ha cambiado en los últimos cien años; el sonido, el color, la imagen, los efectos, el 3D, el cine digital. Un director puede valerse de los avances para hacer más verosímil su historia; no se tratan únicamente de procedimientos ideados para un cine espectacular de efectos especiales, luces y música a toda potencia, como tanto se critica. Podemos hacer desaparecer edificios enteros (o recrearlos) para que los escenarios se ajusten mejor al momento histórico de la narración, que un personaje rejuvenezca o esté lisiado de manera convincente gracias al retoque digital. Y de hecho, The artist también se vale de esos procedimientos. Por ejemplo, la película ha sido rodada en color, y posteriormente, en postproducción, ha sido transformada "en glorioso blanco y negro".

¿Cuál es entonces el mérito de The artist? Contar una historia que ya ha sido contada (la película es previsible desde la primera escena, y para un admirador incondicional de Cantando bajo la lluvia, más todavía, pues  sigue en parte su línea argumental). Lógico, por otra parte, pues se trata de un homenaje, y la película está llena de ellos: a Ciudadano Kane, a Douglas Fairbanks, a los gags visuales del cine mudo, a la simplicidad maniquea de sus historias, al glamour de sus estrellas... La película es nostálgica por volverse hacia un mundo que ya desapareció, e incide en el tópico "cualquier tiempo pasado fue mejor", a pesar de que sabemos que los años míticos en Hollywood no fueron precisamente un jardín de rosas. Con obras maestras como El crepúsculo de los dioses o Dioses y monstruos sobre el destino de las estrellas del cine mudo con la llegada del sonoro, la versión edulcorada de The artist queda en evidencia; no posee la trascendencia de las otras dos, ni su poder visual, ni su riesgo narrativo, y trivializa la cruda realidad que supuso el fin de las carreras de muchas estrellas que se pensaban eternas.

¿Qué ha pasado entonces con la película de Michel Hazanavicius, un director que ya anteriormente se había dedicado a dirigir films paródicos, como es el caso de sus dos entregas del agente OSS 117, que siguen el modelo de las películas de espías de los años 60? Pues que ha tenido suerte, y ha sabido pulsar la tecla en el momento adecuado, como también le pasó a Benigni con La vida es bella, película anecdótica que jugó con la sensibilidad de los espectadores (niño + nazis + amor de un padre = taquillazo) y se llevó varios (inmerecidos) Oscars.

The artist no puede convertirse en un punto de inflexión para el cine, como si ocurrió con La guerra de las galaxias, Hitchcock o la Nouvelle Vague. Si hubiese decidido arriesgar de verdad y hacer una película muda contemporánea, sin recurrir a la imitación del cine de principios del XX, sin contar una historia bonita y muy bien producida pero sin sustancia, si hubiese decidido imponerse unas limitaciones de manera consciente que vinieran justificadas por la historia (como ocurre con el montaje de Memento), entonces sí me habría parecido que se merecía esos cinco Oscars. La única escena que me parece magnífica en la película es cuando el protagonista se queda mudo y podemos escuchar el sonido ambiente por un par de minutos: ruido de objetos, pasos, unas risas lejanas... Pero él no puede articular palabra. ¿No se podría haber explorado esa línea? Desgraciadamente, la escena concluye revelándose su naturaleza onírica.  De haberse construido así, quizás entonces habría inaugurado un nuevo camino para futuros cineastas, en lugar de crear una agradable caja de bombones que se ve con agrado pero se digiere y se olvida con la misma satisfacción.

Y como ya me alargo demasiado, seguiré mañana hablando de por qué La invención de Hugo me parece muy superior.

sábado, 18 de febrero de 2012

José Antonio y María Luisa


Al final, José Antonio y María Luisa se casaron. Habían sido novios por más de cinco años, y decidieron que había llegado el momento de dar el gran paso; se querían a pesar de las pequeñas diferencias que hay siempre entre dos personas, a pesar de algunos detalles sin importancia que dejaban pasar porque estaban enamorados.

Pero la convivencia trajo nuevas perspectivas a su relación. María Luisa descubrió que José era tierno y paciente, pero que Antonio, en cambio, era agresivo y se dejaba llevar a veces por ataques de ira que era incapaz de controlar. Él también descubrió que María era muy cínica y que siempre lo miraba con cierta condescendencia de superiorioridad, mientras que Luisa lo admiraba y lo respetaba con una actitud rígida que a veces podía confundirse con el miedo.  

Durante el noviazgo, habían ido mucho al cine y al teatro, pero la vida marital dejó al descubierto que a José no le gustaba nada, y que María y Luisa tenían gustos divergentes. La primera era consumidora masiva de comedias románticas y dramas de época, mientras que la segunda sólo veía cine oriental o de Europa del Este en versión original, gracias. Las largas conversaciones sobre política que habían llenado tardes de paseos y cafeterías desaparecieron en cuanto Antonio afirmó que era absolutamente apolítico y Luisa reconoció su adhesión a la reciente dictadura de la que el país acababa de salir. Era imposible razonar con ella sobre el tema, porque se cerraba en banda, prosélita convencida de su causa.Así que José y María tuvieron que abandonar las charlas de sobremesa y esconderse detrás del periódico.

La relación se fue deteriorando a pasos agigantados, pese a que Luisa disfrutaba con las bromas de José y que María seguía agradeciendo a Antonio los cuidados que había tenido con su familia al morir su padre. Pero la brecha que se había ido abriendo entre ellos era cada día mayor y pronto se volvió insalvable.

Sin sospechar lo que había ido gestándose a sus espaldas, una mañana se despertaron Antonio y Luisa para descubrir que José y María se habían fugado juntos, dejando a su otro yo desgajado, abandonado como una camisa sucia junto a lo que más odiaban del otro.

miércoles, 1 de febrero de 2012

"El misterio de la creación artística" de Stefan Zweig

Un hombre enamorado sólo ve por la calle caras en las que reconoce los rasgos de la mujer amada, y del mismo modo, uno encuentra donde menos se lo espera referencias a un autor muy querido sobre el que en ese momento está trabajando. No sólo en las primeras páginas de Yo confieso de Jaume Cabré (que acabo de empezar a leer y me tiene entusiasmado) aparece un referencia a un manuscrito de Stefan Zweig y a su trágico final; también el otro día me encontré un libro suyo en la biblioteca que desconocia, El misterio de la creación artística.

Stefan Zweig es siempre una lectura recomendable. En los años 20 y 30 fue uno de los escritores más famosos del mundo, pero durante mucho tiempo ha permanecido olvidado. Desde mediados de los años 90 se ha empezado a reivindicar su figura, tanto en el extranjero como en España. En ese sentido, la editorial El Acantilado está realizando una loable labor al incluir en su catálogo la mayoría de su obra.

Tanto sus novelas (La impaciencia del corazón), como sus nouvelles (Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Carta de una desconocida), sus ensayos (Momentos estelares de la humanidad, La lucha contra el demonio) o sus memorias (El mundo de ayer), son entretenidas, interesantes, amenas y fundamentales dentro de la literatura en lengua alemana.

Como decía, recientemente encontré un volumen que no había leído, editado por la editorial sequitur, titulado El misterio de la creación artística. Se trata de una recopilación de tres textos de distinta procedencia aunque tienen como referente común el arte. El primero de ellos, que da título a la publicación, en una conferencia leída por Zweig en Buenos Aires en el año 1940, viviendo ya el exilio americano. En ella, intenta desentrañar el origen de la creación artística, esa unión de inspiración y trabajo (aquí sus opiniones coinciden con la clásica cita de García Lorca) y nos ilumina con algunas apreciaciones muy interesantes. El segundo texto, que se remonta a 1929, es un elogio fúnebre dedicado a Hugo von Hofmannsthal, en que se destacan su talento y su importancia como poeta fundamental austríaco. Finalmente, la recopilación se cierra con el prólogo que escribió en 1936 a la biografía de Arturo Toscanini escrita por Paul Stefan .

Más allá de la lectura, la reflexión que provoca en mí este libro está subjetivamente asociada a la relación entre Stefan Zweig y Richard Strauss que fructificó en la ópera La mujer silenciosa. Hugo von Hofmannsthal había sido el colaborador de Strauss hasta entonces, y había escrito para él los libretos de El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos, La mujer sin sombra y Arabella, algunas de las óperas más importantes del repertorio dentro de la tradición alemana. A su muerte, Zweig lo sucederá, entablando una estrecha relación con el músico. Pero la ascensión del nazismo acabará con una amistad que podría haberse prolongado por muchos años más. Quién sabe qué habría sido de los dos y de su trabajo conjunto de no haber existido Hitler.

Toscanini también juega un papel en esa historia; cuando comenzaron las medidas anti-judías en Alemania, el director italiano se negó a dirigir Parsifal en Bayreuth como protesta, y fue Strauss quien se ofreció a sustituirlo. Zweig, como judío, vio en ello un gesto que, añadido a la condición de cargo público que Strauss ostentaba en los primeros años del regimen,  lo decidieron a acabar de una vez la relación con el músico, que estaba políticamente señalado del lado de los nazis. O al menos, eso parecía...

Tras pasar por Inglaterra y Argentina (donde firma la conferencia que hemos comentado), Zweig se asentará en Brasil, su último hogar. El 23 de febrero de 1942 puso fin a su vida en Petrópolis, incapaz de soportar el horror en que se había convertido Europa, el mundo donde había crecido y vivido y que se había trasnformado en "el mundo de ayer", desencatado título de sus memorias. En las primera páginas del volumen publicado por sequitur se reproducen algunas cartas privadas de Zweig fechadas por la misma fecha (1940) donde comenta el suicidio de Ernst Weiss, triste suceso que anuncia el fin del escritor austríaco.

De tal modo, los tres textos se pueden leer como un compendio suscinto y concentrado de los últimos quince años de la vida de Zweig, donde se documenta el antes, el durante y el después de su amistad con Strauss, relación artística única, pues consiguieron estrenar la ópera en Alemania, a pesar de la condición de judío de Zweig. Ningún otro judío consiguió ver representado en los escenarios un texto propio, convirtiéndolo en un caso insólito dentro de la trágica historia del III Reich.
   

domingo, 22 de enero de 2012

"Shadows" (1959) de John Cassavetes


El año que Ben-Hur se llevaba 11 Oscars, Con faldas y a lo loco ganaba los Globos de Oro a mejor comedia, mejor actriz de comedia y mejor actor de comedia, se estrenaba en Estados Unidos la primera película de Cassavetes, considerada uno de los principales exponentes del cine independiente americano. La comparación con las grandes películas de ese año (a las que se añaden De repente, el último verano, El diario de Ana Frank  y Confidencias a medianoche) ayuda a situarla en perspectiva y comprender la audacia cinematográfica de un experimento rodado con un presupuesto mínimo y un equipo técnico aún menor. 

Habitualmente, se ha comparado Shadows con Al final de la escapada (a Cassavetes se le ha llamado "el Godard americano"). Ambas se estrenaron con un año de diferencia, ambas son la primera película en la filmografía de dos nuevos directores, ambas suponen una ruptura con el estilo de hacer cine que se estaba haciendo por aquel entonces: el uso de la improvisación, el rodaje en escenarios naturales, la utilización de la cámara en mano, la novedad en el montaje son algunas de las características que comparten. Pero las comparaciones no pueden ir más allá. Al final de la escapada tiene un argumento desarrollado, mientras que Shadows es una película compuesta de varias anécdotas, de varias escenas enlazadas que sirven más para ofrecer un fresco sobre la vida de tres hermanos afroamericanos que para contarnos una historia. La película francesa es superior a la americana en cuanto a influencias posteriores, repercusión mediática, producción, lecturas simbólicas, y desde un punto de vista subjetivo, los personajes de Al final de la escapada están tan arraigados en mi conciencia que los protagonistas de Shadows no pueden desbancarlos.  

Pero lo más interesante de Shadows, más allá de algunas escenas memorables (la conversación entre Lelia y Tony en la cama, la oposición de las dos fiestas, donde se subrayan las diferencias socio-culturales entre los dos grupos, la actuación de Hugh) es el peso dado a la improvisación en el film y el origen de los personajes.   

Cassavetes había organizado un taller de teatro en Nueva York que comenzó a funcionar en 1956. Lelia Goldoni, que venía de Los Ángeles, se sorprendió mucho de los métodos que utilizaba y del peso que la improvisación tenía dentro de la formación. Poco a poco, los miembros del taller se fueron familiarizando con las técnicas de Cassavetes hasta que un día, el director se presentó con una serie de personajes: Lelia, Hugh, Ben, Tony, Dennis... Los repartió entre los asistentes y dio unas breves indicaciones sobre cada uno. Y después, en el set que habían montado y que sería el futuro escenario de la película (el dormitorio, el salón, la entrada), los dejó improvisar durante cuatro horas y media. Durante cuatro horas y media, cada uno de los actores desarrolló su personaje, creó su carácter y estableció vínculos con los otros. Cassavetes, al fondo, lo observaba todo en silencio. La máquina se había puesto en marcha. Una improvisación puede durar quince, veinte minutos. Pero alargar el experimento cuatro y horas y media obliga a hacer evolucionar cada identidad, a creerse esa vida impostada que se nos ha impuesto desde fuera, y a ponerla en contacto con otras. No se puede decir en un momento dado: Ya no sé qué más decir. No. Ese personaje eres tú, y no puedes decir que te has cansado de ser tú. Debes seguir adelante.

El ejercicio fue impresionante, y de aquella sesión salió a grandes rasgos el esqueleto de Shadows. Sólo hubo que perfilarlo, montar un set más convincente y rodarlo, aparte de añadir algunas escenas (ya que Cassavetes rodó dos versiones, una en 1957 y otra en el 59, la que consideró definitiva).

Mi mente calenturienta rápidamente estableció un paralelismo entre la génesis de Shadows y Synecdoche, New York, esa apabullante parábola sobre la creación. No pude menos que imaginar qué hubiera pasado si Cassavetes no hubiese detenido el ejercicio y los actores hubieran seguido interpretando sus roles para siempre, convirtiendo sus vidas en ejercicios de interpretación. Aunque si lo pensamos, hay más de uno que ha convertido su vida en eso: la interiorización de un personaje que en realidad no es.

Pero más allá de mis neuras mentales, recomiendo el visionado de Shadows: no ha perdido su frescura, y es una experiencia altamente recomendable, como la mayor parte de la filmografía de Cassavetes.

viernes, 20 de enero de 2012

Cazar venados ya cazados


Siempre había vivido entre algodones. Procedía de una acaudalada saga de empresarios dedicados a las altas finanzas. Su existencia era sencilla y llevadera porque todos a su alrededor se habían encargado de simplificárselo todo y evitarle cualquier esfuerzo.

De niño, jugaba al fútbol y siempre ganaba por tratarse de partidos ya ganados de antemano, que la mano generosa de sus padres se había encargado de pagar. También destacó académicamente pues aprobaba exámenes ya aprobados que aseguraban los dispendios familiares a su centro educativo (un nuevo pabellón, campos deportivos, donaciones a la biblioteca y un largo etcétera).

Estaba tan acostumbrado a ese género de vida que no se extrañó de conquistar mujeres ya conquistadas, que acudían al reclamo de su riqueza o por intervención directa de sus progenitores, que se encargaban de buscarle amantes ocasionales a las que aleccionaban previamente.

Su entrada al mundo laboral fue similar: cubrió puestos ya cubiertos, entregó informes ya entregados y tomó decisiones ya tomadas, mientras las figuras que dirigían su vida se encargaban de preparar el terreno para que su tránsito fuera sencillo, sin baches ni altibajos.

Esta simplificación de la realidad también alcanzaba al ámbito del ocio. Sólo leía libros ya leídos que conocía de memoria y que en su previsibilidad no le causaban ninguna alteración; veía películas ya vistas y escuchaba canciones ya escuchadas. También le gustaba la montería, y para ello se levantaba de madrugada en una de las fincas familiares para cazar venados ya cazados, que soltaban cerca de su puesto para que pudiera abatirlos sin posibilidad de error.

La aparente facilidad de este género de vida escondía una triste paradoja. Hasta tal punto había sido coartada la libertad del hombre, hasta tal punto se había limitado el alcance de su voluntad, que por las noches, al ir a dormir, sólo podía soñar sueños ya soñados, sueños de otros y por tanto inalcanzables para él, sueños que no comprendía, sueños que respondían a deseos y aspiraciones secretos que escapaban a su entendimiento porque esos sentimientos estaban en él completamente aletargados.  Y por las mañanas, al despertar, descubría un misterioso sabor a novedad en la boca, un leve rastro metálico que desaparecía dejando un poso de melancólico regusto cuando se bebía su café ya bebido.

jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo cerrado

Después de más de diez años, he terminado esta tarde una obra de teatro que he reescrito unas cuatro veces desde la primera versión que hice en 2001.
Ha costado, pero puedo decir por fin que es un capítulo cerrado. Aún quedan las revisiones, la lectura atenta, la opinión de algunos amigos que puedan aportar alguna modificación... Pero lo más difícil está hecho.
En parte por ese motivo el blog ha estado desatendido las últimas semanas. El poco tiempo libre que he tenido lo he dedicado a escribir, reescribir, sobrescribir, suscribir y todos sus compuestos. Aunque bulleran las ideas para nuevas entradas, han tenido que esperar.

Escribir a partir de varias versiones antiguas ha sido un verdadero suplicio de organización y logística, y la obra de teatro parecía más un puzzle que un texto coherente, pero poco a poco, las piezas han ido encajando, unas han sido desechadas, he tenido que crear otras nuevas, pero el resultado ha sido satisfactorio. O al menos, terapéutico. No es bueno dejar cosas a medias. Ya se sabe, cierre la puerta al salir y esas cosas.

Así que estoy feliz. Feliz y triste al mismo tiempo. Bastante triste. Supongo que esta ansiedad es normal, se me pasará en unos días.

Estaré a la escucha.

miércoles, 18 de enero de 2012

Canción invernal


Uno de los fenómenos recientes en internet es Lana del Rey, una cantante que hizo ella misma el vídeo de su primer single, Video games, lo colgó en youtube y dejó que los usuarios hicieran el resto.

Ni que decir que ya está grabando disco, que saldrá en breve. La canción y el video podrán gustar o no, pero la campaña ya está hecha. En mi caso, debo admitir que me ha conquistado porque es una canción invernal perfecta, de esas que escuchas una y otra vez, sin cansarte.  Se comenta si será todo un fiasco o una genialidad, habrá que estar atentos...

Escuchad y ved para crearos vuestra propia opinión.

jueves, 5 de enero de 2012

Entradas de cine


Cuando yo era niño, las entradas de cine eran de papel, de un papel poroso y áspero, parecido al de periódico, que se teñía de colores pastel: rosa, verde, amarillo... La entrada contenía información sobre el cine, no sobre la película que ibas a ver. Su nombre, a veces la fecha, y tenían una forma estrecha y alargada. Un agujero circular marcaba la separación entre entradas, y era también el lugar por donde se marcaba la separación entre entradas. Es decir, tu entrada presentaba un corte semicircular en su parte superior y otro idéntico en la inferior, y cuando pasabas a la sala de proyección, el acomodador te cortaba la entrada por la mitad, quedándote entonces sólo medio rectángulo. Ésa era la única prueba de que habías entrado.

Al empezar a proliferar las grandes salas multicines (Los Arcos fue la primera), el modelo de entrada cambió también con ellos. Esas viejas entradas de papel grueso fueron sustituidas por unas modernas entradas rectangulares que eran siempre dobles. Al entrar en la sala, el acomodador se quedaba con una de las dos entradas, y tú te quedabas con la otra. En esas nuevas entradas aparecía el nombre de la película, la fecha, la sesión, la sala, y si se trataba de un pase numerado, el número de tu butaca. Mi manía coleccionista me llevó a empezar a recolectarlas como verdaderas pruebas de vida, recordatorio de tantas mañanas de cine y sesiones golfas. Era un buen método para recordar el titulo de muchas películas que no siempre dejaban buen sabor de boca pero que era divertido recordar; además, te permitía individualizar las entradas y asociarlas a momentos especiales, compañías inolvidables o días memorables.

Poco a poco fui atesorando esas entradas en una funda de gafas antigua que ya no utilizaba. De vez en cuando, me gustaba repasar una a una las entradas y recordar cada una de las películas y las circunstancias que la acompañaron. Me gustaba contar con esa pequeña fuente de recuerdos. En cierto momento, no sé por qué, dejé de guardarlas. No sé si por desidia, porque empecé a ir menos al cine y ya no tenía tanto sentido guardarlas, porque el ceremonial perdió parte de su magia o porque me cansé de mi tendencia absurda a ordenar el mundo.

Hace poco, guardando trastos viejos en casa de mis padres, me encontré la funda, y entonces me acordé de mi hábito. Sonriendo, la abrí, y me llevé una enorme sorpresa cuando solo pude ver un montón de rectángulos de papel, de un tono celeste claro, en los que levemente se intuía la sombra de la tinta desaparecida. Eran simples recortes desnudos donde los títulos, las sesiones, las fechas, todo se había diluido como un papel escrito dejado al sol. Podrían haberse utilizado otra vez como entradas; habría bastado volverlos a meter en la máquina e imprimir sobre ellos los datos de la nueva sesión. No quedaban restos de Swoon, Reservoir dogs, Sliver, Gloria, Amor a quemarropa, ni de todas esas películas fantásticas, horribles, aburridas, maravillosas, olvidables y míticas que constituyeron mi adolescencia y cuyos títulos ya no recordaba.

Las únicas entradas que conservaban algo escrito eran las antiguas alargadas de colores pálidos, donde aún podía leerse: cine Rialto, cine Regina, cine Florida, cine Azul, sus diminutos sellos en forma de corona y los números con tinta roja en la parte superior.