martes, 26 de noviembre de 2013

"Naturaleza de la novela" de Luis Goytisolo


El último Premio Anagrama de Ensayo ha sido un suflé que poco a poco se deshincha a medida que pasa el tiempo desde que lo sacamos del horno. La concesión del premio antes del verano levantó cierta revuelta por las ideas que contenía, entre las que se encuentran la muerte de la novela, el cambio experimentado en el género y el futuro que le aguarda. Hemos tenido que esperar hasta septiembre para leerlo, y siento cierta decepción como es habitual en este tipo de casos: la polémica no es tal y los comentarios de Goytisolo se mueven en torno al tópico "cualquier tiempo pasado fue mejor".

El ensayo, de apenas 170 páginas, se compone de cinco capítulos y un epílogo. A lo largo del texto, el autor va desgranando la historia de la novela desde su fundación en el Renacimiento donde coinciden una serie de circunstancias propicias (invención de la imprenta, el desarrollo del Humanismo y la lectura privada de la Biblia), analizando su origen con respecto a la literatura grecolatina y el Texto Sagrado y va poco a poco explicando y justificando su evolución, valiéndose para ello de abundantes citas; la mitad del ensayo son extensos fragmentos que Goytisolo emplea para mostrar los cambios en el narrador, el estilo, el punto de vista, loa temas: Divina Comedia, Decamerón, Don Quijote, Pantagruel, Rojo y Negro, Madame Bovary, Guerra y Paz, En busca del tiempo perdido, El Gran Gatsby, Manhattan Transfer, y un largo etcétera componen la nómina de obras citadas.

El breve repaso de Goytisolo no por conocido resulta menos interesante. El escritor no puede negar que sabe de lo que habla, y el don de la síntesis y la claridad se agradecen en una obra que se plantea un objeto tan inabarcable como es la novela occidental. Abundan las citas lapidarias, de ésas que queda muy bien soltar en medio de una conversación ("Tal vez el país más regular a través de los siglos desde un punto de vista literario haya sido Inglaterra", "Es mucho más lo que la novela ha aportado al cine que viceversa"), pero uno termina ese rápido repaso por la historia del género con la sensación de ser una lección ya conocida que solo aporta la virtud de la brevedad y la ausencia de retórica hueca. 

Pero mi decepción llega por otros motivos: la tan cacareada crítica de Goytisolo, localizada en el ultimo capítulo y en el epílogo, se justifica por el actual dominio del best-seller en el consumo literario y la ausencia de un hábito lector que pueda asegurar la pervivencia del género como tal, donde lo importante para él es la calidad literaria, piedra de toque que explica la novela. Goytisolo en esto sigue la estela de los apocalípticos, como muy bien diagnosticara Umberto Eco, que ven en los nuevos tiempos la eterna sombra de la decadencia. El gran escritor olvida que, muchos de esos grandes escritores alcanzaron la posición que ocupan después de muertos (como Kafka) o que pasaron la vida luchando por alcanzar un éxito que consideraron mediocre por no cumplir sus expectativas (como Henry James). La evolución del género y sus grandes hitos nada tienen que ver con los hábitos de lectura, pues siendo sinceros, ¿quién ha leído Ulises en Europa (por no decir Finnegans Wake)? Ese gran hito de la novela fue un libro minoritario, por mucho que se haya convertido en un clásico, y tuvo que ser la dueña de la librería parisina Shakespeare & Co. quien la editara, ante la negativa de numerosas editoriales anglosajonas. Ahora forma parte del catálogo de todas las grandes editoriales, en ediciones anotadas, profusas en estudios introductorios y análisis textuales. Goytisolo admite que él mismo es un autor minoritario, y olvida que todos los grandes narradores españoles de los últimos cuarenta años lo son: Benet, los Goytisolo o Julián Ríos, por decir algunos. ¿Quién ha leído la maravillosa Larva, nuestro particular Ulises patrio?

Goytisolo olvida que a lo largo del siglo XX se han leído en España muchas novelas del Coyote, muchos folletines, muchos libros de Corín Tellado y de la editorial Harlequín. ¿Es literatura? Sí; ¿de poca calidad? También, pero literatura a fin de cuentas, como demostró Amorós en su Sociología de una novela rosa y en Subliteraturas. No debería llevarse las manos a la cabeza porque la gente lea best-sellers y novelas fantásticas de elfos y enanos, porque la gran literatura nunca ha contado con un público mayoritario salvo contadas excepciones, que generalmente corresponden a obras que en su momento no fueron tomadas como literatura sino como eso que Goytisolo desprecia (y el ejemplo más flagrante, nuestro Quijote). Los hábitos de lectura han cambiado, es cierto, pero también es verdad que los libros electrónicos están consiguiendo que una inmensa mayoría empiece a recuperar una costumbre olvidada. A ello se une que la mayor parte de los clásicos no cuentan con derechos de autor, lo que de manera indirecta está influyendo en su recuperación, especialmente la narrativa  decimonónica.

El gran novelista incurre en el error de ignorar un elemento fundamental a la hora de reconocer la valía de una obra: el paso del tiempo. Esas grandes novelas que él echa de menos en el panorama actual puede que ya hayan sido publicadas, pero en editoriales minoritarias, y que no hayan contado con la publicidad que otros autores disfrutan. Lo que deberíamos hacer (él y todos los lectores) es seguir leyendo para descubrir esas joyas ocultas que serán los clásicos de mañana y esperar que críticos perspicaces preocupados por la literatura y no por las modas estén atentos a las auténticas novedades. El tiempo se encargará de poner a cada cual en su lugar.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Tutoría

-¡Deje de enseñarle ideas subversivas a mi hija! ¿Igualdad de derechos?, ¿de qué está hablando?
-Viene en la Constitución.
-¡La Constitución dice muchas tonterías! ¡Me importa un rábano lo que escribieran en ella unos rojos hace treinta años! 
-Bueno, su hija está estudiando Derecho, es normal que lea la Constitución, el Código Civil, las Leyes...
-¡Debería estar leyendo Cásate y sé sumisa! ¡Se lo regalamos el mes pasado y aún no lo ha empezado con tanta Constitución y tantos derechos y deberes! 
-¿Por qué la han animado entonces a que vaya a la Universidad?  Me dijo el otro día que sus padres le habían insistido mucho.
-¡La Universidad es el sitio perfecto para encontrar marido! ¿Dónde cree que conocí a mi mujer? ¡En esta misma Facultad! Y en cuanto nos hicimos novios, ella anuló la matrícula. ¡Eso es lo que tiene que hacer mi hija, en lugar de pensar que tiene igualdad de oportunidades, un futuro por delante! ¡Me la está convirtiendo en una indignada! ¿Puede imaginar algo más vergonzoso? 
-Lo cierto es que sí.
-Su madre encontró el otro día un pañuelo palestino en su armario! ¡Lleva llorando desde entonces! 
-Como usted comprenderá, yo no tengo nada que ver en eso.
-¡Déjese de monsergas y de justicia! ¿Por qué no dedica sus clases a algo más útil? Enséñeles valores, que se están perdiendo. ¿Ha leído el Kempis?
-No he tenido el gusto.
-¡Pues debería! Voy a presentar quejas ante el rector de esta Facultad. Todos los hombres somos iguales ante la ley... ¡Qué demagogia! Menos manifestaciones y más civismo. El Manual de Buenas Costumbres, eso es lo que tendrían que enseñar. ¡Y Santas Pascuas!
-Ha sido un placer charlar con usted.

domingo, 3 de noviembre de 2013

"La Turista" de Sam Shepard


Sam Shepard escribió La Turista en 1967 y constituye una de las obras más complejas de su primera etapa. Fue su primer obra en dos actos y la primera también que Shepard decidió reescribir, pues en ella se encuentran algunos de los temas y obsesiones que reaparecerán en sus trabajos posteriores.

El argumento de la obra es sencillo; en el Primer Acto, que se desarrolla en México, un matrimonio americano (Salem y Kent) sufre las consecuencias de la exposición al sol en su habitación de hotel, donde también comienzan a sufrir "la turista" (diarrea del viajero). Kent parece mucho más afectado, y su mujer llama a un médico; en la habitación se cuela un niño mexicano que se apodera del lecho del enfermo, su ropa e incluso su identidad. Cuando el médico llega, acompañado de su hijo, resulta ser un brujo de ascendencia maya que realiza un ritual mágico para alejar a los malos espíritus. Simultáneamente, Salem pide al niño que se quede con ellos, pero el chico responde que va a salir en busca de su padre que lo espera en una carretera, y que no volverá.

En el Segundo Acto, Salem y Kent están ahora en un hotel de Estados Unidos el día previo a su marcha a México, a donde pretenden viajar para descansar de sus ajetreadas vidas. Pero una extraña enfermedad ha atacado a Kent que, postrado en el lecho, parece sumido en un sueño perpetuo. Se presentan un médico sureño y su hijo (interpretados por los mismos actores que el brujo maya y el chico del acto anterior), que con un lenguaje muy técnico y científico explican a Salem que su marido sufre una extraña enfermedad (encefalitis letárgica) cuyo único tratamiento en una fuerte medicación y mantener al paciente despierto para que no caiga en coma. Salem y el hijo del doctor se encargan de levantar a Kent y pasearlo por la habitación para reanimarlo, lo que provoca en él que recupere unos recuerdos perdidos de su infancia; el relato de esos acontecimientos pasados provoca además que Kent y Salem comiencen a sospechar que existen motivaciones ocultas por parte del doctor, que no ha acudido en su auxilio por convicción sino porque quiere realizar un experimento con Kent a la manera del doctor Frankenstein. El médico acaba enfrentándose con la pareja y los amenaza con un revólver. En la escena final, Kent y el doctor se encaran en unos parlamentos cruzados que acaban con la huida del hombre de la escena por medio de una cuerda por la que escala, poniéndose así a salvo y dando fin a la pieza.

La obra se estrenó en el teatro neoyorquino American Place Theater el 4 de marzo y la reacción del público y de la crítica fue muy desigual, como atestiguan las críticas aparecidas en el New York Review of Books. Algunos espectadores sagaces interpretaron que la obra era una simbólica representación de la situación de Estados Unidos en el mundo; así, México sería en realidad Vietnam, y ese niño que invade la habitación representaría al pueblo vietnamita. Los roles se van adaptando según avanza la acción, de manera que el final de ese acto supone el encuentro final entre el niño (Vietnam del Sur) con su padre (Vietnam del Norte), lo que significaría la unificación final del territorio. (Esta es la lectura que ofrece Helen Easton en el artículo del New York Review que hemos señalado), que se amplía con la lectura política del Segundo Acto). Sin embargo, la crítica de la publicación, Elizabeth Hardwick, aunque reconoce la ingeniosa teoría de la espectadora, le niega cualquier validez universal. Partiendo en este sentido de la tesis pregonada dos años antes por Susan Sontag en su famoso Contra la interpretación, Hardwick reconoce que la comprensión literal de una obra de arte no es el objetivo del autor, además de puntualizar que no se deben utilizar las mismas aproximaciones al teatro de Ibsen o Arthur Miller que al de un creador como Shepard. Pero la consecuencia de ello no se debe ignorar tampoco: el público tiende a buscar esta estructura coherente escondida detrás del aparente caos de la obra, y admite que el esfuerzo llevado a cabo por la compañía y el dramaturgo para alcanzar la perfecta expresión de la obra puede no ser reconocida por el espectador, que espera una explicación. Compara La Turista con el gran éxito de la temporada en Brodway, la obra You know I can't hear you when the water's running, compuesta por cuatro piezas independientes de carácter cómico que no posee ningún viso de modernidad pero que en cambio entretiene a la audiencia, y no parece hecha únicamente "para la gente de Brodway". Al igual que el "arte para artistas" o la "música para músicos" (como muchos llaman a la ambiguamente denominada "música contemporánea") el "teatro para dramaturgos o actores" no puede contar con el mismo reconocimiento que esas otras manifestaciones pues se basa en una economía de mercado que sostiene el público. 

De hecho, La Turista es una obra de las obras de Shepard más leídas y comentadas pero también es una de las menos representadas. ¿A qué se debe esto? ¿El público no estaba preparado para un teatro experimental? El éxito de las obras de Pinter, o de los clásicos Ionesco y Beckett señalan lo contrario.  ¿De qué manera resume el propio Shepard el argumento de su obra?

"Una crónica de las experiencias de dos desagradables americanos, encerrados en México con "la turista" (diarrea del viajero). Salem y Kent son don viajeros profundamente antipáticos, poseídos por una característica combinación de indefensión y arrogancia, que están hundiéndose más y más en un mundo sombrío e incoherente. A medida que la obra avanza y su desesperación crece, reciben la ayuda de unos desconocidos cada vez más raros para librarse de su enfermedad". 

Evidentemente, su descripción no profundiza en el sentido de la pieza, pero sí deja clara su posición con respecto a los personajes, a los que considera desagradables, antipáticos y arrogantes. Y en esto quizás resida parte de la dificultad de la obra. Ninguno de los personajes despierta la simpatía del público (y los protagonistas menos que ninguno), pero en el inevitable proceso de identificación tampoco podemos aceptar el papel de jueces que pueden ejercer el doctor y su hijo o el niño mejicano. No hay comprensión para ninguno de ellos porque el autor se sitúa muy por encima de ellos. Podemos pensar que Ionesco se ríe del señor y la señora Smith, o que Beckett actúa de forma condescendiente con su Winnie enterrada en arena, pero siempre hay un fondo de humanidad en ello, a pesar de la indiscutible perspectiva distanciadora. Shepard  no concede ni siquiera la muerte a su incómodo matrimonio, que podría entenderse como un justo castigo a su comportamiento (¿el colonialismo?, ¿la guerra de Vietnam?,  ¿el intervencionismo estadounidense?) lo que  daría cierta coherencia a los personajes antagonistas. Pero no hay nada de ello; incluso juega con la ruptura de la cuarta pared en esa huida final que cierra La Turista como si el autor se tratara de un Deus ex machina capaz de poner punto y final a la trama.

¿Es la interpretación el problema? En absoluto; el cine de los últimos cuarenta años se ha encargado de demostrarlo, empezando por Kubrick y siguiendo con Lynch, Haneke, Ki-duk o Carax. Al público no le preocupa tanto la comprensión (aunque puedan salir del cine preguntándose qué cuernos han visto) como que esa incomprensión haya conseguido transmitirle algo, algo que a pesar de los muchos aciertos de Shepard en La Turista no consigue hacer, algo que sí logra en su trilogía familiar, sus guiones cinematográficos o en piezas previas como La madre de Ícaro

No podemos por tanto ignorar que se trata de una obra de juventud con no pocos momentos brillantes (la conversación inicial sobre los tipos de quemaduras, el prejuicio inicial de Salem  que ignora que el niño entiende el inglés, la curación mágica del brujo, la parodia interna con el médico del segundo acto) pero que no alcanza la grandeza y fuerza que Shepard mostrará en obras posteriores y que le han ganado un puesto en el repertorio  dramático del siglo XX.