jueves, 3 de noviembre de 2011

El proceso creativo


La vida de Taikutsu era muy aburrida. Trabajaba en una oficina oscura donde rellenaba formularios monótonos sobre cuestiones triviales que a nadie importaban. Por las tardes, al salir del trabajo, tomaba su autobús de línea, se iba a su barrio residencial donde cenaba una insulsa cena precocinada que compraba en el supermercado decadente que estaba a la vuelta de la esquina.

Los fines de semana, limpiaba su diminuto apartamento, ponía la lavadora y hacía la compra para la semana. No le quedaba tiempo para mucho más. Su existencia era metódica, estaba calculada y resultaba extremadamente vacía, previsible y repetitiva.

Un día, Taikutsu decidió empezar a escribir un blog donde contar su vida aburrida, plana y soporífera. Como no tenía ningún sentido del ridículo (ni tampoco amor propio) comenzó a postear unas descripciones sarcásticas y corrosivas donde ofrecía una imagen deformada de sí mismo pero que no carecían de gracia. Aprovechaba los grandes huecos que su jornada de trabajo ofrecía para ir ampliando los elementos de su vida que poco a poco fueron poblando su blog de anécdotas, parodias y bocetos rápidos de su personalidad, su carácter y el género de vida que llevaba.

Nadie leía el blog de Taikutsu (algo comprensible, pues no tenía amigos y tampoco le había dado mucha publicidad entre sus compañeros de trabajo), pero eso a él le daba igual, ya que de alguna forma, el hecho de haber empezado a escribir se había convertido en un acicate, en un pequeño aliciente que mitigaba en parte el tedio de su día a día.

Poco a poco, y de forma inconsciente, Taikutsu le fue dando cada vez más importancia a su blog y a sus entradas, y cuando llegaba a casa por la noche, le dedicaba un rato más para relatar su vuelta a casa en autobús, las caras de los demás usuarios del transporte público, algún hecho curioso que hubiera sucedido, o simplemente dejar por escrito las absurdas asociaciones de ideas que se le pasaban por la cabeza mientras dormitaba con la cabeza apoyada en el cristal sucio del vehículo.

Muy pronto esos ratos se alargaron hasta reducir su descanso nocturno a un par de horas. En el trabajo, apenas se concentraba; no sólo porque estuviera cansado por no haber domido, sino porque no conseguía rellenar los malditos formularios. Tenía que dejarlos para escribir en su blog, y los papeles se fueron amontonando en su mesa.

Los fines de semana, las cosas tampoco mejoraron. En lugar de aprovechar los dos días para descansar y hacer todas las tareas de la casa, empezó a posponer todo eso para escribir más. En realidad, tenía poco que contar: se limitaba a decir que no estaba fregando, que no estaba limpiando el baño, que no se había cambiado de ropa...

Unas semanas después, en su trabajo se hizo muy evidente que no estaba haciendo nada, pues la montaña de formularios atrasados, como un imparable tsunami, había invadido la mesa del vecino y el suelo del pasillo. El estricto código de la empresa lo puso en la calle sin pedir explicaciones. En otras circunstancias, Taikutsu se habría angustiado por la pérdida de empleo, pero en esta ocasión, vio aquello como una liberación. Podría dedicarse en cuerpo y alma a las entradas de su blog.

Los acontecimientos se precipitaron. Sin las ataduras de la jornada laboral, Taikutsu perdió el último impedimento que le quedaba para no vivir delante del ordenador. Comenzó a escribir frenéticamente, a un ritmo endiablado. Escribía una entrada por hora, dos, cinco. Pero a medida que pasaban los días, el contenido se iba volviendo cada vez más y más abstracto. No tenía nada que contar, no había actualizaciones que ofrecer, no le había pasado nada que mereciera ser contado. Con lo cual, en lugar de hablar de lo que le pasaba y de su mediocre vida, cada vez escribía más sobre lo que pensaba, sobre sus misteriosas concatenaciones de flujo de pensamiento cuyas asociaciones sólo él entendía y que cada vez se fueron haciendo más crípticas y confusas. Llegó un momento que sus entradas eran ristras de palabras, interjecciones, signos de exclamación y misteriosos espacios en blanco.

Cuando ya todo hacía pensar que sólo se podía esperar lo peor, apareció una nueva entrada que únicamente contenía el link a otra página. A través de él, se podía acceder al nuevo blog de Taikutsu, llamado simplemente "Setsumei". En su primera entrada, Taikutsu explicaba de forma clara y detallada el contenido de la primera entrada de su blog primitivo, dando los motivos que lo habían llevado a escribir, analizando por qué razón ofrecía una imagen distorsionada de sí mismo en ella, señalando qué elementos eran reales y qué ficticios. En la siguiente entrada, hizo lo mismo con el segundo post de su antiguo blog, y poco a poco, fue comentando cada una de los apartados escritos anteriormente. Como era de esperar, a medida que avanzaba el contenido de este segundo blog, las entradas se fueron haciendo cada vez más extensas y complejas para desentrañar la creciente dificultad que las entradas previas ofrecían. Hasta tal punto eran ricas en significado, que algunas entradas hubo que comentarlas por capítulos de varias entregas, y se hacía dificil seguir la explicación que remitía a fragmentos anteriores, a obras de otros autores e incluso a referencias artísticas, musicales y culturales que muy pocas personas eran capaces de seguir.

Por ese motivo, Taikutsu tuvo que poner en marcha un tercer blog donde dar cuenta detallada de esos antecedentes que facilitaban la comprensión de las explicaciones del blog primigenio. Por aquel entonces, y sin saber muy bien cómo, sus blogs comenzaron a tener lectores, y una caterva de seguidores, fieles y admiradores empezó a desarrollar una titánica labor de paráfrasis que multiplicó por mil las lecturas, interpretaciones y exégesis de los tres blogs, activando la maquinaria de una incesante labor crítica que aún estamos lejos de poder considerar en su justa envergadura. 

domingo, 23 de octubre de 2011

Sobre la enfermiza necesidad de las imágenes

Vivimos en una sociedad visual que está llevando a sus extremos más funestos la necesidad de documentar con imágenes todo lo que ocurre. Hace ya muchos años, siendo aún un niño, recuerdo que unos amigos de mis padres vinieron a casa para enseñarnos las fotos del viaje que habían hecho a Egipto. Todos conocemos ese tipo de velada: te enseñan miles de fotografías, miles de instantáneas que immortalizan el desayuno, el mercado, el niño que los acompañó, el paseo en camello, las pirámides, los carteles, los detalles graciosos, las imágenes insólitas, el crucero por el Nilo, la puesta de sol en el desierto, los museos, el aire, la luz, el aeropuerto. Durante el proceso, no dejan de repetir "Pero en la foto no sale igual; era espectacular", o "El cielo no tenía ese color, era de un azul mucho más intenso", o "Esta foto no le hace justicia", excusas todas ellas que tratan de encubrir la falta de talento fotográfico que en general tenemos. Llegaba un momento en que uno se planteaba si habían ido al viaje para disfrutar de la experiencia o para tener fotografías que enseñar a sus amigos al volver a casa, como si el viaje sólo existiera si quedaban pruebas materiales del hecho. 

Hoy en día, (y más allá de la desafortunada revolución digital, que ha hecho que las cien fotografías del viaje a Egipto se conviertan en mil por obra y gracia de las tarjetas de memoria), esa tendencia se ha llevado a límites insospechados por culpa de las redes sociales. No salimos los viernes por la noche para pasarlo bien, ver a los amigos y tomarnos unas copas. No. Salimos para hacernos fotos y colgarlas en tuenti, facebook, en nuestros blogs, videoblogs, comentar las fotos de los demás, etiquetarnos en ellas o desetiquetarnos si no nos gusta cómo salimos  de perfil (o que la gente descubra el estado comatoso al que quedamos reducidos a las tres de la mañana). La diversión ha pasado a un discreto segundo plano. Lo único importante es dejar constancia gráfica, testimonio fehaciente de nuestra presencia allí, que somos reales y estamos vivos, que lo pasamos bien, que disfrutamos como enanos, que fuimos el alma de la fiesta, y para demostrarlo, tenemos pruebas tangibles: cuenta el número de fotos en las que salimos y el número de comentarios que nos han escrito.

El corolario de todo esto es trágico e irreversible. A tal punto ha llegado nuestra dependencia de la imagen, que ya sólo creemos en ella y a través de ella. Como Santo Tomás, no basta con saber que le han robado a Scarlett Johansson unas fotos del móvil: tenemos que verlas. Si un jugador de fútbol ha insultado a otro y le ha dado un puñetazo, buscamos el vídeo en internet porque no basta con la noticia, con el testimonio referido. Necesitamos verlo con nuestros propios ojos, porque nuestras vidas requieren ese pleonasmo de información, ese exceso de estímulo sin el cual parece que el hecho no se ha producido.

Los telediarios son ejemplo de ello. El jueves nos bombardearon con la noticia de la muerte de Gadafi. Y a pesar de la advertencia acerca de la brutalidad de las imágenes, a pesar de reconocer que podía impresionar a algunos televidentes, los presentadores alegaban que era parte de una noticia relevante y que debía ser mostrada. Alguno incluso esbozó una sonrisa antes de dar paso a la fotografía. Y todos vimos su cuerpo vapuleado, su cara hinchada y ensangrentada,su mal aspecto. Luego emitieron el vídeo, el paseo en volandas, el cuerpo tirado en el suelo, los orificios de bala en su cabeza cetrina, haciéndonos pensar estúpidamente que sólo viendo la herida podíamos creer que estaba muerto. Pero lo peor estaba aún por llegar. Al día siguiente, nos mostraron el triunfalismo de los testigos, que hacían cola para sacar fotos con sus móviles junto al cadáver, como si se tratara de un momumento o de un famoso en la alfombra roja, y no del cuerpo de una persona que, más allá de su papel como dictador, tirano o como quiera considerársele, también tiene derecho a la dignidad. Y esas fotos comenzaron a alimentar, de nuevo, la vorágine de subidas en las redes sociales, los comentarios, las etiquetas, los chistes, y los "Me gusta".

¿Era realmente necesario? 

sábado, 15 de octubre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (V)


Cuando digo que las citas culturales no son gratuitas, lo digo con conocimiento de causa. Del mismo modo que la embarazada sólo ve embarazadas por la calle, y el chico al que acaba de dejarle su novia cree encontrársela en cada rincón de la ciudad, cuando alguien se encuentra inmerso en un proceso creativo, todo lo que ve lo relaciona con su idea, descubre patrones que se repiten, modelos, referencias. Y cuanto más complejo sea el proyecto, más fácil será encontrar relaciones.

Cuando Almodóvar está preparando el guión de La piel que habito, casualmente ve una exposición de Louise Bourgeois en la Tate Modern: Vi una antológica en la Tate Modern, y detecté una conexión clarísima con lo que yo quería contar: me fijé en la escultura de una cabeza, en la que había un perfil masculino y otro femenino, con un niño en el interior. Son imágenes en las que se combinan los géneros, las edades... Evidentemente, si se integra esa referencia dentro de la historia, debe tener una función, como de hecho lo tiene: Es lo que permite sobrevivir al personaje de Vera. Imitando la obra de Bourgeois, ella consigue salir de su pozo: esculturas con dos genitales, esos muñecos que hacía con su propia ropa interior, en los que las costuras parecen puntos de sutura… El arte tiene una función salvadora.
Pero la utilización de Bourgeois no se limita a eso; Almodóvar es mucho más sutil cuando quiere (aunque muchos lo duden). En primer lugar, Bourgeois es famosa por la escultura Maman, que representa una enorme araña, de la que hay varias copias distribuidas por el mundo, incluido el Museo Guggenheim de Bilbao.

Y no olvidemos que la novela en que se basa (libremente) La piel que habito se llama Tarántula. ¿Pura casualidad? ¿Sirve de algo? No, realmente no aporta nada a la película, pero vayamos un poco más allá.

Del mismo modo que el músico que reconoce la influencia de tal disco o tal compositor a la hora de crear su último LP, o el pintor que se inspira en un clásico, u homenajea en un cuadro a otro, también la influencia de los artistas plásticos pueden hacerse notar en una película. Veamos por ejemplo algunas obras de Bourgeois.

¿Nos recuerda algo de la película? Y la siguiente escultura...


¿No remite a la primera aparición de Vera en pantalla?


Pensar que estos ejemplos son una coincidencia es ignorar todo el trabajo de integración de referencias que se esconden en La piel que habito. No se trata de citas gratuitas, como dijimos al principio, sino que la utilización de un artista, un pintor o un músico en el entresijo de una creación se debe a cuestiones mucho trascendentes que la simple pose cultureta. Almodóvar no ha dicho: uy, me gusta Louise Bourgeois, voy a ver cómo la meto en mi próxima película. No. El proceso es justamente al revés. Mientras está gestando su proyecto, el creador es receptivo a los estímulos, absorve como una esponja todo aquello que pueda relacionar con lo que está contando. Y de esa forma, "contamina" su obra, dejando marcas indudables de esa influencia.

Toda la obra de Almodóvar está llena de esas referencias culturales, incluso las películas que menos lo parecen. En Volver hay tragedia lorquiana, neorrealismo italiano, referencias a Hitchcock, a Qué he hecho yo para merecer esto!, y al valor simbólico del río, que ya aparecía en La mala educación (película con la que Volver guarda más relación de lo que parece). No podemos ignorar esta característica esencial de su cine, ese carácter onmívoro que asimila todas los referentes posibles para hacerlos propios y engarzarlos en la abigarrada estética de sus películas, en la que como decimos, nada es casual.

viernes, 14 de octubre de 2011

Lecturas de guerra


Cuando te da por algo, a veces te vuelves un poco repetitivo e insistente (qué os voy a decir...). Con mis últimas lecturas me ha ocurrido algo así. Me ha dado por la II Guerra Mundial, pero desde una perspectiva alejada de la habitual. Ni Francia, ni Alemania, ni Inglaterra, ni siquiera Rusia. Centroeuropa y los Balcanes son los protagonistas de estas dos breves novelas, no por eso menos interesantes.

Sin destino es una obra del Nobel húngaro Imre Kertész que cuenta la vida de un adolescente húngaro en varios campos de concentración alemanes. El autor utiliza su propia experiencia para construir una historia sencilla y directa donde la cotidianeidad del horror y la simplicidad con que se expone son lo más llamativo. Kertész no ofrece una visión reivindicativa ni melodramática, sino que a través de un relato realista y simple consigue transmitir el vacío de unas vidas sujetas al aburrimiento y a la espera.   

Noviembre de una capital es una novela de Ismail Kadare sobre la liberación de Tirana en 1944. Con la capital albanesa como verdadera protagonista, el enfrentamiento entre alemanes y guerrilleros comunistas sirve de fondo a un rápido repaso a la agitada historia del país, enclave de culturas que han dejado su huella en una cultura compleja donde las diferencias han sido en no pocas ocasiones motivo de conflictos internos. Kadare se vale de su característica visión legendaria para reflejar el fin de una época y el nacimiento de una nueva, tan terrorífica como la que le precedió.

Y como no podía ser de otro modo, una guerra lleva a otra guerra, y ahora estoy con Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939) de Andrés Trapiello, aunque en este caso se trata de un ensayo. Ya os contaré. 

jueves, 15 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (IV)

Para seguir con la defensa, debo hacer un inciso para dedicarme a dos aspectos de la película que no gustaron mucho a mis acompañantes el día del estreno.



-El primero es el asunto de los flash-backs y su inserción en la historia. Ya hemos comentado que La piel... se basa libremente en la novela de Jonquet, (como no podía ser de otro modo, el manchego lo adapta a sus necesidades y obsesiones), y que el interés de Almodóvar no se dirigía al giro argumental que supone conocer la verdadera identidad de Vera. La estructura de la novela, por otra parte, difícilmente se avenía a la adaptación cinematográfica, y su película no podía justificarse por un twist final inesperado como ocurre en Los otros. A un espectador cualquiera le quedan claras las pistas que se dan desde el principio (el maniquí del escaparate es muy elocuente) así que no se puede acusar a Almodóvar de no saber montar la intriga porque el secreto no es lo importante para él.

¿Por qué, entonces, jugar con unos flash-backs que no se saben si son sueños o no? alegarán algunos. Bueno, en esto volvemos a esa narración serpentinata a la que me referí en otra entrada. Los dos flas-backs se retuercen uno encima del otro, repitiendo parte de la narración pero alterando el punto de vista. ¿Y por qué esa referencia a "Seis años antes" confundida con el momento del sueño? Creo que el valor simbólico es claro: tanto el flash-back de Robert como el de Vera nos ponen en contacto con el origen del conflicto, con las dos pesadillas que ambos han sufrido, la pérdida que cada uno ha experimentado. De ahí que se introduzcan como sueños, situaciones extremas que han soportado ambos de distinta manera pero que aún están viviendo.


-El segundo asunto es el uso del monólogo en las películas de Almodóvar. El teatro es un elemento recurrente en la filmografía del manchego. Desde la representación de La voz humana en La ley del deseo, pasando por la función de Un tranvía llamado deseo en Todo sobre mi madre, o el montaje de danza de Pina Bausch con que arranca Hable con ella (que no olvidemos, se abre con el telón que cierra su anterior película), el teatro, la escena, la representación dentro de la realidad, son códigos repetidos en su universo de muy distinta manera (series de televisión, anuncios, estudios de doblaje, actuaciones de tranformistas, rodaje de películas...) que representan diversas formas de ficción, maneras distintas de reflejar el conflicto que viven los personajes sublimado a través del arte. 


El cine de Almodóvar se contamina de esas interferencias, y aunque a veces suene artificial o forzado, recurre al monólogo en muchas ocasiones: en la grandiosa escena de Manuela (Cecilia Roth) cuando cuenta a Marisa Paredes la muerte de su hijo (escena muy "teatral" que nos resulta falsa desde el punto de vista cinematográfico porque su lenguaje es un poco artificioso, poco creíble, pero que constituye una escena soberbia donde su superponen códigos distintos), la explicación final de Judit (Blanca Portillo) en la penumbra del bar orquestado todo con una coreografía muy cuidada de cámara, luces y gin-tonic, y la revelación nocturna de Marilia (Marisa Paredes) ante el fuego, lugar de confidencias y confesiones. La estilización es cada vez mayor en esta serie de ejemplos, pero los rasgos teatrales se perciben en el tono literario empleado y en la necesidad de aclarar los puntos oscuros de la trama, a la manera de la pièce bien faite decimonónica.

¿Se puede considerar esto un defecto? Bueno, según se mire. Quien busque realismo en el cine de Almodóvar podrá sentirse defraudado, pues no hay realismo en el sentido más literal del término en sus "arte-factos" minuciosamente ensamblados donde todo ocupa su lugar, y donde el barroquismo, las referencias literarias, cinematográficas, culturales y artísticas se confunden en un complejo collage visual. Y no me refiero a que Gautier diseñe un mono o que las sábanas estén bordadas a mano o que la alfombra se inspire en un cuadro constructivista ruso. La puesta en escena es importante pero sólo lo es en la medida que sirve de abrigo a lo demás. Las citas culturales no son gratuitas, como argumentaré en mi próxima entrada. 

martes, 13 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (III)


Todo comienza con un experimento genético; tras la conferencia de Robert Ledgard, vemos entrar al cirujano en su laboratorio-clínica, y preparar nuevas muestras de su piel artificial. Almodóvar se recrea en esas escenas donde vemos los detalles de su laborioso trabajo (una marca más de su estilo, pues le gusta recoger de manera sistemática las prácticas profesionales de sus protagonistas, a veces con enfermizo detalle). Pero lo más interesante en este caso, es la disposición de la cámara. Como es lógico, al tratarse de una escena de laboratorio, se trata de un plano cenital horizontal, como corresponde a la forma del portaobjetos donde deposita la muestra.


Esta perspectiva se repetirá de forma sistemática a lo largo de la película. Cuando el cirujano prepara la piel artificial, de nuevo tenemos un plano cenital horizontal del maniquí de Vera, sobre el que Robert va cortando los trozos que constituirán la nueva piel de la mujer (plano además que recuerda a uno similar con un cadáver en El huevo de la serpiente de Bergman).



Pero el plano no se limitará únicamente a las escenas del laboratorio. Cuando Vicente despierta en la cueva, atado con una cadena, en medio de la oscuridad, también se recurre a la misma toma.


Y de forma mucho más elocuente, en la primera escena de sexo entre Vera y Robert, vemos el mismo plano cenital horizontal de la cama y ellos dos. Todo es parte de la investigación de Robert, muestras en el microscopio que son alteradas, observadas y analizadas. Si él forma parte de la toma es porque también él está implicado en el experimento. Él es el científico que controla la situación y a las personas en la casa, mirándolas desde arriba con su microscopio. La escena de lucha entre Vera y Robert no es gratuita tampoco en su composición, pues él permanece en la primera planta mientras ella corre por la planta baja. Y él la vigila desde arriba.


Esta visión de arriba a abajo se repite en muchas ocasiones en el personaje de Robert. Cuando entra armado en el dormitorio, apunta de nuevo desde su posición elevada, que simbólicamente marca su posición con respecto a los demás personajes:

Y de una manera mucho más evidente, cuando recibe la visita de su colega médico, también lo apunta desde la misma posición a pesar de estar los dos sentados a la misma altura:


Valle-Inclán, de nuevo, al hablar del punto de vista que se puede adoptar al observar a los personajes, determina que se pueden mirar de rodillas, en pie o levantado en el aire. De rodillas, los personajes se ven colosales, mayores de lo que son, lo que determina el carácter heroico de los protagonistas de las tragedias y la épica; en pie, frente a frente, contemplamos las pasiones y los defectos de los demás, así como sus virtudes: el teatro de Shakespeare sería el mayor exponente. La última opción, visto desde arriba, todo se ve pequeño e insignificante, como ve Dios a sus criaturas, como el cirujano todopoderoso contempla el mundo que le rodea que sólo le sirve como lugar para su experimento y su venganza.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (II)

Los comienzos de las películas nunca son gratuitos. El viento y las mujeres en el cementerio marcan el tono de Volver, (la tradición rural, la locura que provoca el viento y el mundo femenino), y la prueba de cámara sin sonido en Los abrazos rotos, que dan paso a un primer plano de un ojo en el que se refleja Harry Caine, el director ciego, nos hablan de cine, de observar a nuestro objeto de deseo a través del objetivo, y de la ceguera como símbolo del fin de ese amor visual. ¿Qué nos dice el inicio de La piel que habito?

 


En primer lugar, una panorámica de Toledo, que se ha entendido de muchas maneras: desde interpretaciones puramente mercantilistas (una imagen de la ciudad al comienzo de una película de la que se espera tanta difusión mundial supone exportar la ciudad al extranjero y mejorar su visibilidad como destino turístico internacional) hasta absurdas lecturas esotéricas (Toledo es una ciudad romántica, con leyendas de fantasmas, aparecidos y misteriosos sucesos, cruce de culturas y con una larga historia que se remonta a la antigüedad, y por eso es un marco incomparable para contar la historia de un oscuro doctor Frankestein). 

Para mí fue algo mucho más sencillo. Esa vista de Toledo, a modo de postal, bella, luminosa, pero extrañamente artificial, me recordó todas las vistas de Toledo pintadas por El Greco (Vista de Toledo, Vista y plano de Toledo, la imagen lejana de la ciudad en el fondo de Laocoonte). El Greco, que no olvidemos, es el pintor manierista de la distorsión, al que se considera antinaturalista y que estiliza las figuras con su visión subjetiva de la realidad. Será por tanto una película serpentinata, como los cuerpos del pintor cretense, una historia que se retuerce sobre sí misma de una forma imposible.




La siguiente toma parte del azulejo en la puerta de la finca para, con un travelling lateral, mostrar el camino a la vivienda. Los cigarrales son a Toledo lo que las masías son a Cataluña o los cortijos a Andalucía, fincas señoriales que se localizan a orilla del Tajo. Y la referencia, inevitablemente hace pensar en Los cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina, donde una serie de nobles se reúnen en unos cigarrales para contarse historias a la manera del Decamerón, insertando historias, narraciones y anécdotas. De nuevo una clave para la interpretación de La piel que habito, donde no se cuenta una sola historia, sino varias, y donde desde el comienzo se nos está avisando del carácter ficcional de lo que vemos.  

A continuación, un primer plano de un objeto colgado o pegado a una pared que no podemos reconocer en un primer momento, y que sólo más adelante conoceremos; se trata de la cámara de vigilancia que impertérrita vigila a Vera todo el día.



La imagen es inquietante, porque la sombra oblicua que proyecta, afilada, fálica, puede recordar a una bala o a algo más, como intuiremos a medida que avance la película. No creo que la elección sea gratuita, y cuando la cámara se vaya alejando y se abra el campo para situar el objeto en perspectiva (una técnica que ya empleó Almodóvar al comienzo de Átame! cuando poco a poco vamos viendo las estampas del Sagrado Corazón que conforman el cabecero de la cama de Victoria Abril) contemplaremos quién es la persona que está siendo vigilada, o mejor dicho, el cuerpo, que en tensión sobre un sofá, intenta acallar su lucha interior por medio del yoga.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (I)


Carlos Boyero, como es natural, publicó el viernes un artículo en El País donde destrozaba La piel que habito, que por supuesto no le ha gustado nada. El crítico realiza su labor recurriendo únicamente a la memoria y al recuerdo del pase visto en Cannes hace unos meses (chulo él), ya que no requiere de nuevos visionados para ejercer una labor por la que es remunerado (quién pudiera escribir la reseña de un libro leído hace seis meses basándose sólo en el recuerdo impresionista y subjetivo).

Pero no voy a atacar las formas de Boyero (sencillamente se podrá imaginar uno, con la misma facilidad con la que él recuerda la película de Almodóvar, lo que puedo pensar yo de alguien con esa obsesiva manía por el hombre, que es incapaz de centrarse un poco más en la obra). De modo que me limitaré a analizar algunas de sus afirmaciones y las contrastaré con declaraciones del propio Almodóvar en relación a su película; ahí va, en primer lugar, un comentario sobre la reacción del público ante la proyección:

En el estreno de esta película en el festival de Cannes, se escuchaban risas en esos momentos doloridos supuestamente trascendentes. Posteriormente, esos admiradores tan intuitivos atribuían esas risas a la mezcla de surrealismo, comicidad y drama que constituye el fascinante universo de Almodóvar. Yo me atrevería a jurar que en esta ocasión el asunto pretende exclusivamente ir en serio, desprender horror, claustrofobia y suspense, pero involuntariamente eso se transforma en comedia bufa.

Mal que le pese a Boyero, ese contraste entre lo cómico y lo trágico sí es intencionado; Almodóvar se ha cansado de repetirlo: "no me impongo nunca el respeto a las reglas de ningún género. La mezcla de géneros me sale de un modo natural". ¿Es necesario insistir en lo que esto significa? Valle-Inclán ya habló en su momento de ese contraste, y de lo que conlleva. Es muy fácil filmar una escena de violación que resulte inquietante y desagradable; el tema ya lo es de por sí. Lo que resulta difícil es que un personaje esperpéntico, vestido de tigre, viole a una mujer y que provoque risa, al mismo tiempo que la acción se muestra sin humor, y que de forma inconsciente, nos desagrade la imagen. La piel que habito es una mezcla de géneros, y en palabras del director "La película transita entre el drama, el cine de anticipación científica, el thriller, el terror y el melodrama. Sin renunciar del todo al humor, que también lo hay y siempre lo habrá. Eso es marca de la casa". Almodóvar es ese humor surrealista, soez y bestia, es Elena Anaya pidiendo a Antonio Banderas que dejen la penetración para otro día porque está destrozada después de la violación, es reírse de las miserias humanas en medio del escenario más inadecuado. Es el mismo humor que utilizaba en sus primeras películas, pero que parece que cuanto más madura su estilo, más arty se vuelve, más molesta a los críticos que un personaje diga una vulgaridad, especialmente si de fondo hay cuadros de Tiziano. Cierto que la metáfora del disfraz de tigre es evidente, cierto que el personaje de Antonio Álamo es patético, que su actuación resulta por momentos aberrante, pero precisamente, eso es lo que debe asustar, esa mezcla de animalidad, simpleza y vulgaridad que comparte con un precedente claro en la obra del director, el Paul Basso de Kika. Lo que da miedo es que alguien tan torpe, tan cutre, puede perpetar una acción tan horrible con tanta facilidad. Estamos acostumbrados a que los "malos" sean inteligentes, calculadores, y que tengan un plan muy bien dispuesto. Pero no siempre es así. La mayoría de las veces, los crímenes son perpetrados por tipos como Zeca, que triunfan porque cuentan con la ayuda de alguien. Y en la película, de nuevo es otro personaje femenino el que actúa como mediador precipitando la catástrofe: en Kika era Rossy de Palma ("Soy autentica, señora"), hermana del violador; en La piel que habito, es Marilia, madre del fugitivo y del médico. Toda la intervención del personaje es absurda: desde la anagnórisis por medio de un antojo en el culo, (verdadero golpe de Almodóvar a toda una tradición de novelas decimonónicas donde el reconocimiento final se hacía por medio de una marca de nacimiento) hasta el lametón a la pantalla de televisión que animaliza al personaje reduciéndolo a sus impulsos más viscerales. 

Pero sigamos con el artículo de Boyero; al hablar de los personajes malvados de las películas recientes del manchego, dice:

Los personajes tenebrosos, a los que ha pillado tanta afición últimamente el cine de Almodóvar, no me resultan particularmente estimulantes. Recuerdo con más desidia que temblores al retorcido transexual que seduce a todo cristo y transmisor del sida a una monjita que interpreta el nada creíble Toni Cantó en Todo sobre mi madre; también al artero millonario (encarnado sin aparente esfuerzo por José Luis Gómez) de Los abrazos rotos, y a los curas violadores y brutales y el travesti asesino de La mala educación. Pero en La piel que habito la inmersión en la sicopatía es absoluta.

Estoy de acuerdo con el crítico sólo en lo primero: el papel de Toni Cantó me pareció una mala elección de casting; más que un transexual, Lola parecía una drag queen después de una noche de juerga. Pero ya lo hemos dicho antes, el mal no siempre es atractivo, no siempre adopta la apariencia de una seductora Mata-Hari, y a veces es más atrayente un enfermo indefenso que un triunfador impecable. La monjita fue víctima del síndrome de Florence Nightingale, como tantos otros. Y en el resto de los casos, creo que tanto José Luis Gómez como Daniel Giménez Cacho bordan sus personajes; con el primero, se llega a tener la sensación de que el poder omnímodo del empresario lo vuelve también omnipresente, y que vaya a donde vaya la pareja formada por Lena y Harry Caine serán observados y no conseguirán ser felices (como acaba resultando). El segundo, que además no olvidemos, es un personaje de ficción dentro de la película (el cura del relato que escribe Ignacio relatando su infancia en el internado) es también una representación del poder dentro del espacio cerrado del colegio donde los niños están prisioneros. ¿Desidia? Me parece un adjetivo poco adecuado. Puedes odiar sus películas o puedes adorarlas, pero creo que no dejan indiferentes. 

Y finalmente, el párrafo que cierra el artículo:

El artista internacional debe de estar convencido de que la comedia ya no le sirve para demostrar su inabarcable genio, la profundidad de su pensamiento, la belleza de su estilo, la complejidad de su universo. Qué pesados los que se han propuesto ejercer todo el rato de creadores, empeñados en que se note en cada plano y en cada diálogo, vender sin tregua una imagen impostada.

Si algo hay que admirar en Almodóvar es que nunca se haya plegado a los dictados del público, la industria o la crítica. Ha hecho en todo momento lo que ha querido, y eso es admirable."Yo he llegado a La piel que habito de un modo natural, día a día. Película a película. Para mí es un cambio tan natural como el biológico. Me alegro de que mi cine haya cambiado. Reconozco que las historias que ahora cuento son más graves que las de hace 30 años. Es lo que me sale, pero hay cosas que no han cambiado, quiero ser entendido, que mis películas se entiendan, a pesar de sus complejidades, y quiero ser ante todo y sobre todo entretenido. Desde Pepi... hasta La piel... Es cierto que además no hago ninguna concesión, que hago lo que quiero hacer y como quiero hacerlo. Y a veces eso es un reto para mí y para el espectador. Necesito un espectador vivo, despierto, sin prejuicios y dispuesto a sorprenderse con alegría ante los giros imprevistos". Almodóvar tiene ya 61 años, y es lógico que refleje ese cambio en sus películas. Boyero considera que Volver "alcanza el valor de un irrecuperable oasis" entre Hable con ella, La mala educación, Los abrazos rotos y La piel que habito. Y es cierto que mucha gente disfrutó sobre todo con la historia de Raimunda, mucho más liviana, más humorística, más "humana". Y Almodóvar, visto el éxito que cosechó, podría haber seguido ese camino, pero "no le sale", como él mismo confiesa. De hecho, desde mi punto de vista, una de las cosas más tristes de Los abrazos rotos es su homenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios. Chicas y maletas es su revisión pop de la comedia que le dio fama internacional, un guiño a su pasado y una bocanada de aire fresco en medio del asfixiaste clima de Los abrazos... Pero en el fondo, ese estilo ya no le corresponde: eso sí que está impostado, utilizando palabras de Boyero. Aunque nos gustaran mucho Mujeres..., Entre tinieblas¿Qué hecho yo para merecer esto?, el estilo de Almodóvar ya no es el mismo; Chicas y maletas me entristeció, a pesar de la cantidad de comentarios positivos que leí. "Es como Mujeres...", "Qué gracia tiene", "Carmen Machi tiene todo el arte". Tal y como declaró cuando la película se estrenó, Chicas y maletas es "un regalo, un capricho, una posibilidad de volver atrás y, como no creo que vuelva a hacer una película pop entera, echar una cana al aire". La afirmación no puede ser más clara. Me recordaba a esas viejas estrellas que vuelven para repetir el número que les dio la fama, y que lo repiten, a trancas y barrancas, sin que muestre el brillo de antaño.  Era más la necesidad del público de recordar lo que le divirtieron las comedias de Almodóvar de hace veinte años que la calidad real del homenaje. Era un modo de olvidar que todos los que vieron Mujeres... en  1988 tienen 23 años más (y que conste que yo la vi en el año 90, cuando la estrenaron en televisión un sábado por la noche en TVE 1 a bombo y platillo). Y el tiempo no pasa en balde para nadie.
Quizás la próxima película de Almodóvar sea una comedia; quizás dé un giro sorprendente y su estado de ánimo cambie, pero creo que es una persona triste y melancólica, solitaria y difícil de tratar. Y si continúa su línea de libertad creativa, hará lo que sienta en ese momento, sin concesiones de ningún tipo, aunque su película esté basada en una novela, aunque la destroce, aunque la reinvente. Por algo es Almodóvar.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Lecturas en "Turistario"

Turistario es un blog de la periodista Patricia Gosálvez alojado en El País Semanal. Según la definición de la autora, "Turistario es una colección de curiosidades viajeras donde cabe la recomendación de una azafata, un chiringuito de película o el hotel con el mejor papel higiénico del mundo. Destinos, tendencias, souvenirs, muchas pistas y una sola recomendación en firme: Vayas donde vayas, usa protector solar".

Me he leído todas las entradas de un tirón, porque desde los especiales "Arqueología playera" (las cangrejeras, el balón de Nivea) a los reportajes sobre fiestas populares peculiares, el blog merece la pena.

Sin duda alguna, ha habido una entrada que ha llamado mi atención (y la de los demás internautas, viendo el número de comentarios). Se trata de la "edición especial" de papel higiénico realizada por la marca Renova con motivo de la visita del Papa al Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud. Es un paquete de dos rollos, uno amarillo y otro blanco, los colores de la bandera vaticana, con el logo "I love el Papa". La idea de la marca es usar el papel como serpentina al paso del Pontífice para fomentar el "buen rollo". Ved aquí el link porque la entrada y los comentarios no tienen desperdicios.


Porque yo me pregunto... ¿para qué sirve el papel higiénico? Y hacer una edición especial de papel higiénico dedicada al Papa, ¿no es un arma de doble capa?

Gertrude, Alice y Stretched


En su salón parisino, GERTRUDE STEIN está leyendo un libro; el perro STRETCHED dormita a los pies de su ama.

GERTRUDE.- (para sí) Tengo que llamar al callista. Estos juanetes me están matando...

(Se quita los inmensos zapatos que lleva puestos utilizando para ello el talón del pie contrario, sin dejar en ningún momento de leer. Cuando los zapatos caen al suelo, el hedor que desprenden despierta al pobre perro, que aúlla lastimero

STRETCHED.- ¡Auuuuuu, auuuuuuuu! ¡Verlorene Generation!¡Auuuuuuuuuuuu! (huye del salón con el rabo entre las piernas)
GERTRUDE.- Este perro está cada día peor. ¿Qué está farfullando ahora? (cierra el libro y escucha el lamento del perro en la lejanía)
STRETCHED.- (fuera) ¡Auuuuuuuuu! ¡Auuuuuuuu! ¡Verlorene Generation!
GERTRUDE.- ¡Qué Verlorene Generation ni qué niño muerto! Este perro me preocupa. Tanto pelo le está recalentando el cerebro. Verlorene Generation... Habráse visto semejante insensatez. (pausa) Sigamos pues.

Vuelve a abrir el libro y sigue leyendo.

GERTRUDE.- (murmura para sí, sin dejar de leer) Verlorene Generation... (se chupa un dedo y pasa la página). Verlorene Generation...  (Se detiene de repente, como iluminada por el rayo de la inspiración o del furor báquico. Cierra el libro de golpe y toma un cuaderno que tiene en la pequeña mesa auxiliar de art déco que hay a su lado. Escribe) Ver-lo-re-ne  Ge-ne-ra-tion. Eso es. ¡Generación perdida! ¡Pero qué listos son los perros alemanes!

Entra en ese momento ALICE. Lleva un delantal blanco con dibujos de animalitos y florecitas y corazoncitos. En la mano izquierda, una manopla de cocina a juego con el delantal, aunque un poco churruscada. Trae una bandeja con brownies recién hechos.

ALICE.- Cari, acabo de preparar mis brownies especiales, ya tú sabes... ¿Quieres uno? (al acercarse a GERTRUDE, le da un vahído provocado por el olor). ¡Ay, cari! ¡Ya te has vuelto a olvidar del Peusek! ¡Que tienes un olor corporal muy penetrante!
GERTRUDE.- ¡Cállate, que acabo de tener una idea genial, brillante, portentosa, extraordinaria!
ALICE.- ¿De qué se trata? ¿Un nuevo follerín? ¿Un poema? ¿Un poema épico? ¿Una receta de chucrut?
GERTRUDE.- ¡No! ¡Un nombre!
ALICE.- ¿Un nombre? ¡Qué tontería! (se sienta en el sofá, aburrida. Comienza a comerse uno de los brownies)
GERTRUDE.- ¡Soy una visionaria, un faro de la avant-garde! ¡Este nombre traerá cola! ¡Lo sé!
ALICE.- (sin mostrar mucho interés) ¿Y qué nombre es?
GERTRUDE.- (solemne) ¡La generación perdida!
ALICE.- ¿La generación perdida? ¡Pero si eso es lo que dice Stretched cuando al pobrecito lo narcotizas con tus pies!
GERTRUDE.- ¡Déjate de tonterías! El término es de mi autoría, soy su creadora absoluta, no admito discusiones sobre eso.
ALICE.- (sin mucho interés, da otro mordisco al brownie) Como tú digas, cari.
GERTRUDE.- Exacto. Como yo diga.
ALICE.- (sin dejar de comer, pregunta con pocas ganas) ¿Y a qué se supone que se refiere el término, oh autora, oh creadora absoluta?

GERTRUDE se queda en blanco, y presa de la agitación, arrebata la bandeja con los brownies a ALICE y la tira al suelo. Los bollos ruedan por el suelo.

GERTRUDE.- ¡Siempre tan impertinente! ¡Me tienes harta! ¿No te das cuenta de lo ridículas que son tus preguntas? ¡Déjame tranquila! Debo meditar... 

ALICE se termina el brownie sin inmutarse. Cuando lo acaba, se levanta, se tambalea, se vuelve a sentar y se vuelve a levantar.

ALICE.- (drogada) Me... me voy a la cocina. Tengo que abrillantar los peroles de cobre. Cuando se te pase el ataque de divismo, me avisas. 

Sale. GERTRUDE se queda sola. Mira el cuaderno, mira hacia la puerta por la que ha salido ALICE y murmura para sí.

GERTRUDE.- ¿Y qué cuernos será la generación perdida?

Fundido en negro.

lunes, 8 de agosto de 2011

"Anonymous", lo nuevo de Ronald Emmerich


Roland Emmerich es un genio del blockbuster. ¿Que sus películas son previsibles? Puede ser. ¿Que están llenas de clichés y de diálogos olvidables? Lo admito. ¿Que sus películas presentan inconsistencias históricas, científicas y que algunas de sus escenas son irreales e imposibles? No digo que no. Pero si lo que quieres es sentarte delante de la pantalla del cine (porque eso sí, nada de verlas en casa; las películas de Emmerich son espectáculo puro y requieren pantallazas), hincharte de palomitas y disfrutar como un enano, no puedes dejar escapar ninguna de sus obras maestras: Independence Day, Godzilla, El día de mañana, 10.000 a.C. o 2012 son monumentos al exceso, al entretenimiento y al "más difícil todavía".

De vez en cuando, Emmerich se ha atrevido con alguna incusión en el cine histórico, como fue El Patriota (protagonizada por mi odiado Mel Gibson), que precisamente ha sido una de sus películas con mejores críticas aunque no por eso carecía de acción y espectacularidad en sus escenas.

Este año vuelve con otro salto al pasado, y en esta ocasión, muy british. La película, un proyecto congelado de Emmerich desde que leyera el guión a mediados de la década pasada y que ya había sido retrasado por la inoportuna y cursi Shakespeare in love, se centra en una de las mayores polémicas literarias de la historia: ¿existió William Shakespeare? ¿Una sola persona escribió toda su obra? ¿Se trataba de una identidad falsa para ocultar al verdadero autor? El guión, firmado por John Orloff (autor de los guiones de Un corazón invencible y de algunos episodios de Band of brothers) es la obra de una vida, y se ha pasado varias décadas pasando de estudio en estudio hasta que Emmerich se topó con él.

El director alemán se reinventa a sí mismo en una superproducción que antes de su estreno ya está creando polémica y que seguro no nos dejará indiferente. Algo me dice que incluso le caerán algunas nominaciones... ¿Apuestas?

lunes, 18 de julio de 2011

"Purga" de Sofi Oksanen


Y seguimos con las lecturas; el sábado empecé esta novela y la terminé anoche. En esta ocasión no mentían los reclamos de la contraportada: es una lectura que atrapa desde las primeras páginas y que no puedes abandonar. Premio Europeo de Novela 2010, Premio Femina de Literatura Extranjera, ganadora de los premios más importantes de novela en su Finlandia natal, su autora ha escrito una obra trepidante, por momentos angustiosa, sobre el amor, la mentira y la condición de la mujer.

En 1992, en la recién independizada Estonia, una anciana está preparando conservas de tomate en su casa campestre. Pero la calma del día se ve interrumpida cuando descubre en el exterior a una joven domida en el suelo, con la ropa sucia, las medias rotas y el maquillaje corrido. Sin estar muy segura de sus intenciones, le da agua y la invita a pasar a su casa. Comienza así una historia repleta de interrogantes, traiciones y secretos que recupera una parte desconocida de nuestro pasado europeo, de los estragos del nazismo en las repúblicas bálticas y de la posterior dominación comunista.

La obra, originariamente una obra de teatro estrenada en Helsinki con gran éxito en 2007, ha sido adaptada por su autora, pero aún se aprecian huellas de su anterior condición. Las dos protagonistas, la anciana y la joven, mantienen un pulso muy teatral a lo largo de la narración, mientras se va conociendo, en breves pinceladas, el pasado dramático de las dos.

Inevitablemente, la lectura me ha hecho pensar en la trilogía Millennium, con la que guarda algunas similitudes: ambas reivindan el papel de la mujer y denuncian su opresión, ambas pueden adscribirse a la corriente de novela negra nórdica tan en boga hoy en día, y en ambas hay una revisión del pasado. Mucho menos ambiciosa que la saga del sueco Larsson y más intimista, Purga es en cambio mucho más intensa, pues no ralentiza tanto la historia y concentra el conflicto en un espacio único al que se superpone otra línea temporal que por medio de flashbacks nos cuenta la vida anterior de las dos mujeres. Más fría, más dura, Purga es un cristal muy bien tallado que se clava con maliciosa saña a medida que describrimos la terrible verdad que esconde toda la trágica historia.

domingo, 17 de julio de 2011

"Mozart camino de Praga", de Eduard Mörike


El verano es tiempo de reflexión, y como llevo dos semanas perdido entre lecturas de tesis, lecturas atrasadas y lecturas imprevistas, creo que lo mejor es hablar de ellas.

La primera es esta novela corta de Mörike que se lee en un abrir y cerrar de ojos. El poeta alemán (1804 - 1875), conocido especialmente por los poemas que Hugo Wolf musicó, creando así los Mörike Lieder, (una de las colecciones más importantes del músico austríaco), también escribió dos obras en prosa destacables: La novela El pintor Nolten, y esta pequeña joya, Mozart camino de Praga.

La historia es sencilla: Mozart va de viaje a Praga, donde piensa estrenar su ópera Don Giovanni. Por el camino, se detiene en un pueblo y paseando por los jardines de un palacio, coge una naranja de un árbol, ignorando que las naranjas están siendo reservadas para la boda de la hija de los dueños. Cuando el jardinero descubre lo que Mozart ha hecho, lo lleva ante su señor; al conocerse quién es el intruso, Mozart y su esposa son invitados a permanecer en el palacio y acompañar a los anfitriones en el almuerzo.

En realidad, el relato es una excusa para plantear la posición del artista frente al mundo, reflexionar sobre el proceso creativo y dejar un sutil poso de tristeza, como el que deja el artista cuando marcha: "Cuando una persona buena y admirable ha animado provisionalmente nuestra casa con su presencia y, con su fresco aliento intelectual, ha dado un nuevo y rápido impulso a nuestro ser, haciéndonos sentir con toda su plenitud la bendición de la hospitalidad, la despedida siempre deja en nosotros un bloqueo desagradable, al menos durante lo que resta del día, en la medida en que volvemos a depender exclusivamente de nosotros mismos".

Mörike, a través de una historia bella y concisa, deja entrever su visión del artista y de su papel en la sociedad, al tiempo que juega con el lector en una graciosa estructura de cajas chinas de narraciones que encierran otras narraciones a la manera cervantina. A pesar de su brevedad, se trata de un texto rico en sugerencias, y que constituye un homenaje al genio de Mozart y a su ópera más importante.

miércoles, 29 de junio de 2011

El tronco (VII)


Pero muy pronto surgen los roces cuando uno lleva mucho tiempo acostumbrado a vivir en soledad. Y no fue algo de lo que se me pudiera culpar a mí únicamente; también Pinocho tuvo parte de culpa. No sé si se debió a su incapacidad, a la frustración de verse impedido, o a que, al ser yo la persona que estaba a su lado, era con quien pagaba su mal genio o sus malos días.
Un día llegaba a casa y me lo encontraba chillando encima del sofá, echándome en cara que no le había dejado un vaso de agua con una pajita en la mesa auxiliar; otras veces, era yo quien lo ignoraba porque llegaba cansado del trabajo y no quería hablar con nadie, y me encerraba en mi dormitorio sin dar ni las buenas tardes.

Pero sin lugar a dudas, lo que más me molestaba era su insistencia por saber por qué dos habitaciones estaban cerradas en la casa. Por mucho que yo le dijera que estaban selladas porque no las utilizaba, él insistía:

-Pero, ¿por qué están cerradas con llave? ¿Por qué no se dejan simplemente con la puerta cerrada, como las otras que no se usan?
-Porque sí - era mi única respuesta.

Muy pronto eso se convirtió en su gran obsesión. Como había empezado el mal tiempo, ya no salíamos a pasear por las tardes. Aparte, aunque hubiera hecho sol, tampoco me habría apetecido salir con él. Así que nos quedábamos en casa, sentados cada uno en un sofá, con la televisión encendida para no tener que conversar. Yo me evadía a través de aburridos programas de cotilleo que me hacían olvidar la tensión y el malestar que teníamos en casa, y dejaba mi mente en blanco. Pinocho no tardaba en interrumpir mi paz con alguna pregunta impertinente:

-¿Y qué tienes ahí escondido bajo llave con tanto misterio? ¿No ves que yo no puedo moverme, que no puedo abrirlas?
-No tengo escondido nada.
-Eso es mentira; si no, quitarías los cerrojos.

Yo ignoraba sus comentarios, y me reprimía para no contestarle con alguna vulgaridad. Toda esa represión se trasnformaba en ira, que yo canalizaba en su cena, que siempre le servía quemada, seca o pasada, dependiendo lo que hubiera cocinado.

-El filete está como una suela de zapato.
-El próximo día vas tú al supermercado y haces la compra.
-Ojalá pudiera.
-Pues si no puedes, deja de quejarte.

Y comenzábamos una discusión llena de reproches, malas caras y cansancio que siempre acababa con Pinocho concluyendo:
-La culpa de todo la tienes tú. Esta casa llena de secretos te está agriando el carácter.  Deberías abrir todas las habitaciones selladas.

Yo no le respondía y me iba a la cama, a dormir un sueño lleno de sobresaltos, pesadillas y malestar.

lunes, 27 de junio de 2011

El tronco (VI)


Los primeros días fueron muy intensos. Conseguí una silla de ruedas para Pinocho, aunque la verdad es que tampoco podía hacer mucho uso de ella porque no tenía brazos para poder moverla. Aun así, le daba cierta sensación de autonomía que le venía muy bien.

Volver a casa y encontrar en ella una presencia amiga fue una nueva sensación para mí. Al llegar del trabajo, Pinocho me saludaba con efusividad, y lo sentaba en el mostrador de la cocina para conversar mientras preparaba el almuerzo. Luego comíamos entre risas y comentarios y dormíamos una siesta reparadora.

Por las tardes salíamos a pasear, y yo empujaba su silla mientras Pinocho me contaba su vida y las múltiples aventuras que había protagonizado. Nos gustaba mucho ir al embarcadero, donde nos sentábamos en silencio mirando el mar y dejábamos pasar las horas. Yo me fumaba un par de cigarros ante la mirada suspicaz de Pinocho, que desconfiaba del fuego, y me aconsejaba con su vocecilla aguda que dejara el vicio. Yo lo tumbaba sobre una toalla a mi lado, para que disfrutara del calorcito del sol de la tarde, tan placentero y benigno. Así llegaba el atardecer y volvíamos a casa.

Por la noche, ante un té caliente, dábamos paso a las confidencias. Yo le hablaba de mi mujer, de su forma de ser, de sus detalles, de su atractivo. Él hablaba de su padre, de su pueblo, de sus antiguos amigos... La oscuridad es siempre momento para la melancolía, y solíamos acabar callados, con un poso de tristeza sobre nuestro ánimo. Pero la compañía mutua nos hacía salir del marasmo. ¿De qué nos quejábamos? Éramos unos afortunados por tenernos el uno al otro; así que con una sonrisa en la cara (esa antigua inquilina que tanto tiempo había estado ausente de mi casa), metía a Pinocho en su cama, lo remetía bien, y me acostaba satisfecho de mí mismo y de la vida que estaba viviendo. 

jueves, 31 de marzo de 2011

El tronco (V)


Me dio mucha lástima de Pinocho, y no sabía de qué manera animarlo. Si tal y como decía, no había forma de recuperar sus brazos ni sus piernas, era evidente que su problema era de envergadura. Sólo se me ocurría una solución, pero preferí saber qué pensaba él:

-¿Y qué vas a hacer ahora?
-No lo sé. No tiene sentido que vuelva a mi casa. Sin Geppetto, no puedo valerme por mí mismo.
-¿No tienes familia ni amigos?
-No. Tenía un amigo, pero se convirtió en burro. Estoy solo en el mundo.

Miré a Pinocho, y contemplé por unos instantes mi casa vacía. Desde que mi mujer murió, la casa se había quedado muy grande para mí. Había varias habitaciones sin usar, incluyendo aquellas selladas. En la casa podían vivir cinco o seis personas perfectamente; había tres cuartos de baño, un aseo y una amplia cocina. Sabía que se trataba de una gran responsabilidad, pero no me importó plantearlo, porque veía que Pinocho necesitaba un amigo.

-Pinocho, ¿te gustaría quedarte a vivir conmigo?

Los ojillos diminutos de Pinocho se abrieron todo lo que los dos pequeños agujeros negros daban de sí, y su voz, alegre y risueña, exclamó llena de entusiasmo:

-¡Me encantaría quedarme a vivir en esta casa! Es preciosa, y muy luminosa... Además, y eso es lo más importante, tú eres una persona muy amable y atenta. ¡Sería genial vivir aquí en tu compañía!

La energía de Pinocho me contagió. Daba gusto compartir la mañana con alguien que hablaba, opinaba y se exaltaba con tanta facilidad. Hacía tanto tiempo que nadie me hacía sentir bien que me sorprendí al notar como poco a poco mis labios se curvaban, mis mejillas se levantaban y sentía una pequeña tensión en los músculos de la cara: estaba sonriendo. 

En ese momento Pinocho me preguntó algo que mi falta de habilidades sociales había pasado por alto:
-Por cierto, ¿cómo te llamas?

Se notaba que llevaba solo mucho tiempo, porque hasta había olvidado presentarme adecuadamente. Remedié el despiste respondiendo al instante:

-Me llamo Barba Azul. Barba Azul Kekszakallu.

lunes, 28 de marzo de 2011

El tronco (IV)

Pinocho me contó que era hijo de un carpintero llamado Geppetto, aunque más exacto sería decir que había sido obra suya, pues el buen hombre lo había tallado a partir de un tronco de pino. Habían vivido muchas cosas juntos: desapariciones, raptos, perscuciones y mil travesuras de Pinocho, que en muchos casos habían acabado mal.

-Cuando desaparecí la última vez, mi padre se hizo a la mar para buscarme. Se lo comió un tiburón, y estuvo encerrado en su panza durante dos años. Por casualidad, a mí me comió el mismo tiburón y nos reencontramos allí dentro. Pero tras salir de su barriga, nos comió una ballena por error.  Y ya sabes el resto. Mi padre no sobrevivió.

Pinocho se había portado muy mal con su padre y se sentía culpable. Encogido en la toalla, empezó a llorar. Pequeñas bolitas de madera comenzaron a salir de sus ojos y rodaron por el suelo. Era lo más parecido a las lágrimas que podía producir.

-Además, me he quedado lisiado... Sin piernas ni brazos, ¿cómo voy a poder valerme por mí mismo?
-¿Qué le pasó a tus brazos y a tus piernas?
-Cuando pude huir de la ballena, la tormenta y el mar me arrastraron contra las costas de Levante. Las rocas astillaron mis brazos y arrancaron mis piernas. Se quedaron aprisionadas en varias calas perdidas mientras las mareas me llevaban a mí en otra dirección.
-¿Y no hay forma de conseguir unas extremidades nuevas?
-No creo... Si estoy vivo es porque me tallaron en un tronco mágico, y mis piernas y mis brazos también salieron del mismo tronco. Los he perdido y no podré recuperarlos nunca...
Y tras decirlo, volvieron a salir bolitas de madera rodando por su cara.

domingo, 27 de marzo de 2011

El tronco (III)

-Es un detalle por tu parte - respondió el tronco - Estoy un poco mojado, me gustaría alejarme del agua y secarme. Estoy destrozado.

No supe si esta última afirmación debía tomarla como algo literal o simbólico, porque a primera vista el tronco estaba bastante deteriorado por efecto del agua, pero me limité a ofrecerle mi modesta ayuda.

-Vivo aquí al lado; si quieres, puedo dejarte una toalla o encenderte el radiador. Sería la forma más rápida de secarse.
-¡Muchísimas gracias! Te estaría muy agradecido si lo hicieras. Sólo te pido una cosa: no me acerques mucho al radiador, porque tampoco me apetece salir ardiendo.

Así que con mucho cuidado levanté el tronco, lo cogí en brazos y volví a casa. Una vez allí, lo envolví en una toalla y lo dejé en una silla al lado del radiador, a una distancia prudente. Al tenerlo tan cerca, pude ver que en el tronco había otros agujeros aparte de la boca; había dos pequeños orificios negros que identifiqué con los ojos, y también encontré en los laterales otros, un poco más grandes y con forma cuadrada, que daba la imprensión que habían servido para introducir algo que faltaba, como un asa o una agarradera. Pero no me detuve mucho en mi observación porque me dio apuro. 

-¿Necesitas algo más?
-No, gracias, estoy muy bien. Menos mal que me has encontrado tú. Quién sabe lo que me habría podido pasar sin tu ayuda. A lo mejor el mar habría vuelto a atraparme.
-¿De dónde vienes?
-De muy lejos... He pasado meses en el vientre de una ballena. He estado allí prisionero sin poder salir.
-¿Y cómo has conseguido escapar?
-Mi padre también estaba conmigo, y aprovechó un descuido de la ballena para clavarle un remo en el paladar y pude escapar. Pero la ballena lo destrozó cuando intentó salir él. Vi su cuerpo despedazado flotando en el mar.
-¡Qué horror!
-Sí... No quiero pensar en ello... Por cierto, me llamo Pinocho.

jueves, 24 de marzo de 2011

El tronco (II)


Aparté el pie de forma instintiva, como si hubiese pisado un charco o una caca de perro. ¿De dónde venía ese grito? Me agaché y miré el tronco muy despacio. Escuché entonces un quejido muy tenue, una vocecilla que se quejaba sin hacer mucho ruido.

Me armé de valor y agarré el tronco con una mano y mucha precaución. Lo levanté despacio, y miré debajo. No había nada; sólo el surco que el tronco había dejado al avanzar. 

Miré entonces el tronco muy despacio, y cuando estaba buscando algún rastro en las grietas de la madera, un agujero oscuro que se encontraba en medio se abrió y pude escuchar una voz que decía:
-Por favor, me me muevas más que me estoy mareando.

Me quedé paralizado. ¡Aquel agujero oscuro era una boca! Pero lo más sorprendente de todo no era que fuese una boca, sino que el tronco hubiera hablado.¿Cómo era posible? Pero antes de que pudiera plantearme una explicación racional, la boca volvió a moverse:


-Por favor, ¿podrías dejarme en el suelo? Estoy intentando alejarme del agua.

Me pareció tan convincente que dejé el tronco en el suelo, y al instante empezó a arrastrarse. El tronco estaba además muy bien educado, porque al tiempo que se alejaba, me soltó un "gracias" muy sincero.

Como el suceso me parecía tan extraordinario, no quise dejar pasar la oportunidad de saber qué hacía un tronco parlante arrastrándose por la playa en una mañana de domingo, así que di unos pasos adelante y me situé a su lado.

-¿Necesitas ayuda? - pregunté - ¿Puedo ayudarte de alguna manera?

miércoles, 23 de marzo de 2011

El tronco (I)


Anoche hubo tormenta, y esta mañana, mientras fumaba en el balcón de mi casa, vi los tesoros que la marea había traído a la playa. Cañas, bolsas de plástico, botellas, y un tronco de madera de unos cuarenta centímetros con los extremos gastados.

El cielo empezaba a despejarse, y la luz de sol comenzaba a dispersar las nubes grisáceas; una brisa suave las arrastraba más allá de la bahía. Se estaba muy bien en el balcón a pesar de la humedad.

En ese momento algo llamó mi atención, pero al principio pensé que mis sentidos me traicionaban: el tronco varado se movía. Fijé la vista con cuidado, y comprobé que no me equivocaba. El tronco temblaba, y su movimiento no tenía nada que ver con la brisa, pues estaba avanzando poco a poco, dejando una huella ancha sobre la arena.

Apagué el cigarro y bajé a la playa atraído por el fenómeno. No me había engañado la vista. Efectivamente, el tronco se estaba moviendo, lento como un caracol, pero con un bamboleo firme y seguro que poco a poco lo alejaba de la orilla. No podía creer lo que estaba pasando. Miré con precaución por si algún animal escondido se estaba cubriendo con el tronco y lo aprovechaba para avanzar sin ser visto, pero no vi nada. Para asegurarme, decidí pisar un extremo del tronco para levantarlo y comprobar si algún bicho se ocultaba debajo.

Cual no sería mi sorpresa cuando, al posar mi pie sobre el trozo de madera, escuché un grito agudo que provenía del tronco:
-¡Ay! 

sábado, 5 de marzo de 2011

Get me to the church!

La gata se está limpiando, sentada en el sofá. Escucho música - Richard Strauss de fondo - mientras ordeno el ordenador (qué paradoja) y comienzo a corregir exámenes. En media hora me vestiré para ir a una boda. Es uno de esos momentos.

Como en la canción, hoy voy a pasármelo bien (aunque sin huevos en mi sartén). Y eso que no me gustan las bodas. Pero estoy in the mood.  No sé por qué. Será el café, será levantarse temprano y mirar la calle desierta por la ventana. Será la tranquilidad. Me embutiré en el chaqué, me disfrazaré de persona decente y sonreiré a todos los que me encuentre. Porque también es un día de encuentros. Hay que dejar que las fichas se muevan por el tablero y ver cómo avanzan los peones. Va a ser un día largo. Y muy productivo. Uno de esos días que hay que guardar en la nevera - en cuarentena - antes de escribir sobre ellos. Porque habrá mucho que escribir, aunque sólo sea para uso personal. Uno también posee su intimidad aunque tenga blog. O quizás lo tiene precisamente por eso.

La novela avanza. Magritte está dormido y Ernst comienza a despertar. Duelo en el OK Corral. Me gustan los puntos muertos. Y disculpen que me levanten. Me tengo que vestir. Get me to the church on time!

martes, 15 de febrero de 2011

Casa de alquiler


Mi casa está enferma. Desde hace unas semanas, le están saliendo pequeñas manchas verdosas en las paredes, especialmente en el pasillo y en uno de los dormitorios. También se está desconchando. Cuando llego por las tardes, tengo que recoger las pequeñas escamas que cubren el suelo y algunos muebles del salón.

Yo sé lo que le pasa: mi casa está triste. Está triste porque sabe que no la quiero, que lo nuestro es una relación pasajera y que no busco ningún tipo de compromiso con ella. Sólo nos vemos de lunes a viernes. El fin de semana desaparezco y la dejo sola. Ni siquiera la llamo para ver cómo está. Y de hecho, cuando vuelvo, se da cuenta de que no me apetece estar en ella. Hay cosas que no se pueden fingir.

Todo comenzó después de las vacaciones de Navidad. Estuve ausente por más de quince días, y eso debió dolerle. No me pasé a darle una vuelta, ni a abrirle las ventanas y comprobar que todo estaba bien. Pasó sola la Nochebuena, Fin de Año y el Día de Reyes. Entonces debió comenzar su dolencia. No me percaté el día 10, estaba demasiado centrado en mí mismo y en la reincorporación como para pensar en ella. Pero a lo largo de los siguientes días, las manchas empezaron a extenderse.

Sé que de nada serviría llamar al médico, porque el único tratamiento posible es inviable. Yo no tengo la culpa de que ella sienta algo por mí y que ese sentimiento no sea correspondido. Lo dejé muy claro en septiembre: yo estaría con ella hasta junio. Fue mi única promesa. A ella le pareció bien, porque la iban a dejar cerrada hasta el verano y un inquilino podía darle compañía y hacer más llevadero el curso. Lo que no imaginó fue que de nuestra unión de conveniencia pudiera surgir algo más.

Me da mucho pena de mi casa de alquiler, pero no está en mi mano complacerla. La pobre no sospecha que hay otra, una que no es de alquiler y a la que legalmente estoy unido. Los viernes me voy a ella y en su interior me siento en casa, satisfecho, en paz. En ella están mis cosas, mis recuerdos, mi vida al completo. Y cuando la dejo para volver a la de alquiler, sólo pienso en ella.

No me gusta tener que mentirle, pero viendo su estado, creo que es la mejor opción. Si lo supiera, es muy probable que los muros empezaran a llorar, que el papel de las paredes se despegara, que los cristales se quebraran. Por eso me limito a barrer los restos, a poner cara de circunstancias y a acostarme en su cama todas las noches.  

martes, 1 de febrero de 2011

Un perro andaluz (1929)


Poco más se puede decir de Un perro andaluz. Que hay que verla por lo menos una vez al año (vamos, son sólo 17 minutos. ¿Quién no tiene tiempo?). Que es necesario aceptarla sin cuestionamientos (¿Qué significa? ¿Por qué hay una mano de la que salen hormigas? ¿Por qué un hombre empuja un dos pianos con cadáveres de burros encima?). Que nos hará recordar muchas películas contemporáneas (la mano cortada es la oreja cortada del Blue velvet de Lynch). Que es una delicia y que la primera escena sigue siendo una de las más conocidas e impactantes del cine, y es clave para librarse de los prejuicios del espectador convencional. Como dijo el propio Buñuel:

"Para sumergir al espectador en un estado que permitiese la libre asociación de ideas era necesario producirle un choque traumático en el mismo comienzo del filme; por eso lo empezamos con el plano del ojo seccionado, muy eficaz".

Que no tiene significado y no hay que buscárselo. Que es un disfrute para la mente, la imaginación y la inspiración. Y por eso, y porque he retomado mi ciclo de Buñuel, dejo el link para que la veáis en youtube. Es la versión con audio que Buñuel montó en los sesenta, con Tristán e Isolda de fondo (algo que repetirá en La edad de oro y en Abismos de pasión) y tangos argentinos. Mezcla explosiva y surrealista. Como debe ser.

Aquí tenéis el link: Un perro andaluz

lunes, 31 de enero de 2011

Puzzle


En una fiesta nocturna, ÉL y ELLA han salido al balcón a tomarse la copa de vino. Al fondo, tras la cristalera, la agitación continúa, amortiguada por la distancia.

ÉL.- (deja la copa en la baranda del balcón) Me gustan los puzzles.

ELLA.- ¿Por qué?
ÉL.- Me gusta sentarme frente a las piezas y llegar al orden. Ir poco a poco colocando las piezas y que lentamente surja la imagen. Pasar del caos al más perfecto equilibrio. Me parece maravilloso.
ELLA.- (apurando su vaso de vino) A mí no me gustan los puzzles.
ÉL.- ¿Por qué?
ELLA.- Porque son mentira, no existen. La vida no es así. Las piezas nunca encajan, no cuadra todo a la perfección. Hay huecos que se quedan sin rellenar, los límites no están definidos. No hay un orden establecido donde todo encuentre su lugar. Por eso no me gustan. Porque dan falsas esperanzas.

ELLA recoge su vaso vacío y entra a la fiesta. ÉL se queda en el balcón. Bebe de nuevo y enciende un cigarro.

jueves, 20 de enero de 2011

Defensa de "Villa Amalia"


El lunes por la noche fuimos varios compañeros del instituto a ver la película francesa Villa Amalia, que tuvo en general muy mala acogida. No gustó demasiado al grupo. A mí, en cambio, me pareció muy sugestiva. Y he prometido explicar por qué.
 
Cualquier persona, en algún momento de su vida, ha sentido el impulso de dejarlo todo atrás y marcharse lejos, donde nadie le conozca, a vivir una vida distinta de la que se ha ido construyendo o en la que irremediablemente ha caído a consecuencia de sus decisiones. Una gran ciudad, el extranjero, una experiencia laboral diferente, esos estudios postergados y siempre soñados, un mundo exótico. Pero tras el momento de ensoñación, todos recordamos a nuestras familias, mujeres, maridos, hijos, responsabilidades, hipotecas, deudas, planes de pensiones, contratos fijos, proyectos de vida, cuenta vivienda, trampas. Y en ese momento, parpadeamos varias veces, queriendo disipar esa posibilidad, ese espejismo. “No es posible, qué más quisiera yo… No puedo por…” Razones lógicas, justificables, racionales. Y nos olvidamos de huir.


Conozco el caso de alguien que huyó. Estuvo desaparecido durante un tiempo; su familia pensó que había muerto. Hasta que un día llamó por teléfono. Estaba en el extranjero, se encontraba bien. Sólo que no le gustaba su vida. Y todas las mañanas, al montarse en el coche camino del trabajo, le habían estado dando ganas de acelerar y desaparecer para siempre. Hasta que un día lo hizo.

De eso trata Villa Amalia. De las fugas y de la libertad. Una mujer descubre una infidelidad de su pareja, y esa circunstancia desencadena su decisión de abandonarlo todo y desaparecer. No se trata de que la protagonista (una soberbia Isabelle Huppert) no sea capaz de perdonarlo, sino que se percata de que en realidad ha estado manteniendo una vida que no le satisface y que si ha mantenido la situación era porque pensaba que él la quería.


Desaparecer no es fácil. Y lleva tiempo. Por eso Benoît Jacquot utiliza un ritmo lento para contar el progresivo abandono de Ann. Vende su piso, vende su coche, deja su prometedora carrera, cancela sus cuentas bancarias, da de baja su teléfono. Y al asistir a su liberación, nos damos cuenta de hasta qué punto estamos atrapados por los convencionalismos sociales. Estamos localizados en todo momento, fichados, listados, registrados. Hacerse invisible es complicado, y para ello, hay que renunciar a muchas cosas en el camino.


Ann inicia un largo viaje de búsqueda, y como en una película policíaca, va borrando su rastro. Se corta el pelo, cambia su modo de vestir, va eliminando las pruebas para que no quede forma de encontrarla. Y sigue avanzando, caminando entre cañaverales, árboles y montañas. Siempre de espaldas porque es una mujer sin rostro, sin identidad, que aún no sabe quién es.

La aventura con la pareja italiana tiene en ese sentido una lectura simbólica. Cuando Ann se encuentra con ambos, se destaca en seguida el personaje de Gulia. Carlo, en cambio, se desdibuja, aparece de espaldas: no se personaliza. Ella, radiante, joven, vital, atrae toda la atención del espectador y de Ann. Y cuando los tres parten a conocer la casa de Ann, Carlo sabe retirarse a tiempo porque sabe que sobra en el plano.

Ese repentino cambio de orientación sexual es una muestra más de la libertad que busca Ann, evitando los convencionalismos y las imposiciones culturales. Más que definirse heterosexual u homosexual, Ann se decanta por aceptar que en un momento determinado se pueda sentir atraída por una mujer, sin oponer ningún prejuicio a ese hecho. Sin familia, sin ataduras y no está de vacaciones, está en el estado perfecto (en palabras de Gulia). Y entramos así en el segundo debate: ¿libertad o egoísmo? ¿Libertad o soledad?


Ser completamente libre implica estar solo; y esta tesis, que ya aparecía en la mítica Azul de Kieslowski, se repite en Villa Amalia. De hecho, hay algunos guiños a la primera película de la trilogía Tres Colores: la música es importante en ambas películas, (Ann es músico y el marido de Julie era compositor), ambos personajes comparten el hábito de la natación, (que es un ejercicio muy introspectivo y solitario, que se realiza de forma individual), y ambas películas reflexionan sobre el valor de la libertad personal. En Villa Amalia, además, el papel del padre desaparecido sirve como reflejo de la propia Ann: optar por la libertad obliga a dejar cosas atrás, que se sacrifican irremediablemente. Su padre se marchó, dejando a su familia abandonada. Desde la perspectiva de Ann, fue un acto egoísta; para el padre, por el contrario, fue una necesidad. Su libertad estaba por encima de las obligaciones familiares, y así lo explica en un diálogo sobrio, cruel y breve donde destroza el ideal de familia. Ann lo escucha, y aunque le hace daño oír sus razones, tiene un último arrebato de ternura al acariciar la cara de su padre mientras el ascensor se cierra. La expresión del anciano es de una tristeza infinita: la sorpresa de un cariño inesperado.

Ann, al final de la película, vuelve a su Villa Amalia. ¿Se quedará allí para siempre? ¿Volverá a su pequeña cabaña en Bretaña? Es la incógnita que nos queda. ¿Optará por la libertad absoluta y seguirá en soledad? ¿O regresará al lado de su amigo, enfermo y falto de cariño? En la mirada del espectador está la respuesta.