miércoles, 1 de febrero de 2012

"El misterio de la creación artística" de Stefan Zweig

Un hombre enamorado sólo ve por la calle caras en las que reconoce los rasgos de la mujer amada, y del mismo modo, uno encuentra donde menos se lo espera referencias a un autor muy querido sobre el que en ese momento está trabajando. No sólo en las primeras páginas de Yo confieso de Jaume Cabré (que acabo de empezar a leer y me tiene entusiasmado) aparece un referencia a un manuscrito de Stefan Zweig y a su trágico final; también el otro día me encontré un libro suyo en la biblioteca que desconocia, El misterio de la creación artística.

Stefan Zweig es siempre una lectura recomendable. En los años 20 y 30 fue uno de los escritores más famosos del mundo, pero durante mucho tiempo ha permanecido olvidado. Desde mediados de los años 90 se ha empezado a reivindicar su figura, tanto en el extranjero como en España. En ese sentido, la editorial El Acantilado está realizando una loable labor al incluir en su catálogo la mayoría de su obra.

Tanto sus novelas (La impaciencia del corazón), como sus nouvelles (Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Carta de una desconocida), sus ensayos (Momentos estelares de la humanidad, La lucha contra el demonio) o sus memorias (El mundo de ayer), son entretenidas, interesantes, amenas y fundamentales dentro de la literatura en lengua alemana.

Como decía, recientemente encontré un volumen que no había leído, editado por la editorial sequitur, titulado El misterio de la creación artística. Se trata de una recopilación de tres textos de distinta procedencia aunque tienen como referente común el arte. El primero de ellos, que da título a la publicación, en una conferencia leída por Zweig en Buenos Aires en el año 1940, viviendo ya el exilio americano. En ella, intenta desentrañar el origen de la creación artística, esa unión de inspiración y trabajo (aquí sus opiniones coinciden con la clásica cita de García Lorca) y nos ilumina con algunas apreciaciones muy interesantes. El segundo texto, que se remonta a 1929, es un elogio fúnebre dedicado a Hugo von Hofmannsthal, en que se destacan su talento y su importancia como poeta fundamental austríaco. Finalmente, la recopilación se cierra con el prólogo que escribió en 1936 a la biografía de Arturo Toscanini escrita por Paul Stefan .

Más allá de la lectura, la reflexión que provoca en mí este libro está subjetivamente asociada a la relación entre Stefan Zweig y Richard Strauss que fructificó en la ópera La mujer silenciosa. Hugo von Hofmannsthal había sido el colaborador de Strauss hasta entonces, y había escrito para él los libretos de El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos, La mujer sin sombra y Arabella, algunas de las óperas más importantes del repertorio dentro de la tradición alemana. A su muerte, Zweig lo sucederá, entablando una estrecha relación con el músico. Pero la ascensión del nazismo acabará con una amistad que podría haberse prolongado por muchos años más. Quién sabe qué habría sido de los dos y de su trabajo conjunto de no haber existido Hitler.

Toscanini también juega un papel en esa historia; cuando comenzaron las medidas anti-judías en Alemania, el director italiano se negó a dirigir Parsifal en Bayreuth como protesta, y fue Strauss quien se ofreció a sustituirlo. Zweig, como judío, vio en ello un gesto que, añadido a la condición de cargo público que Strauss ostentaba en los primeros años del regimen,  lo decidieron a acabar de una vez la relación con el músico, que estaba políticamente señalado del lado de los nazis. O al menos, eso parecía...

Tras pasar por Inglaterra y Argentina (donde firma la conferencia que hemos comentado), Zweig se asentará en Brasil, su último hogar. El 23 de febrero de 1942 puso fin a su vida en Petrópolis, incapaz de soportar el horror en que se había convertido Europa, el mundo donde había crecido y vivido y que se había trasnformado en "el mundo de ayer", desencatado título de sus memorias. En las primera páginas del volumen publicado por sequitur se reproducen algunas cartas privadas de Zweig fechadas por la misma fecha (1940) donde comenta el suicidio de Ernst Weiss, triste suceso que anuncia el fin del escritor austríaco.

De tal modo, los tres textos se pueden leer como un compendio suscinto y concentrado de los últimos quince años de la vida de Zweig, donde se documenta el antes, el durante y el después de su amistad con Strauss, relación artística única, pues consiguieron estrenar la ópera en Alemania, a pesar de la condición de judío de Zweig. Ningún otro judío consiguió ver representado en los escenarios un texto propio, convirtiéndolo en un caso insólito dentro de la trágica historia del III Reich.
   

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