domingo, 22 de enero de 2012

"Shadows" (1959) de John Cassavetes


El año que Ben-Hur se llevaba 11 Oscars, Con faldas y a lo loco ganaba los Globos de Oro a mejor comedia, mejor actriz de comedia y mejor actor de comedia, se estrenaba en Estados Unidos la primera película de Cassavetes, considerada uno de los principales exponentes del cine independiente americano. La comparación con las grandes películas de ese año (a las que se añaden De repente, el último verano, El diario de Ana Frank  y Confidencias a medianoche) ayuda a situarla en perspectiva y comprender la audacia cinematográfica de un experimento rodado con un presupuesto mínimo y un equipo técnico aún menor. 

Habitualmente, se ha comparado Shadows con Al final de la escapada (a Cassavetes se le ha llamado "el Godard americano"). Ambas se estrenaron con un año de diferencia, ambas son la primera película en la filmografía de dos nuevos directores, ambas suponen una ruptura con el estilo de hacer cine que se estaba haciendo por aquel entonces: el uso de la improvisación, el rodaje en escenarios naturales, la utilización de la cámara en mano, la novedad en el montaje son algunas de las características que comparten. Pero las comparaciones no pueden ir más allá. Al final de la escapada tiene un argumento desarrollado, mientras que Shadows es una película compuesta de varias anécdotas, de varias escenas enlazadas que sirven más para ofrecer un fresco sobre la vida de tres hermanos afroamericanos que para contarnos una historia. La película francesa es superior a la americana en cuanto a influencias posteriores, repercusión mediática, producción, lecturas simbólicas, y desde un punto de vista subjetivo, los personajes de Al final de la escapada están tan arraigados en mi conciencia que los protagonistas de Shadows no pueden desbancarlos.  

Pero lo más interesante de Shadows, más allá de algunas escenas memorables (la conversación entre Lelia y Tony en la cama, la oposición de las dos fiestas, donde se subrayan las diferencias socio-culturales entre los dos grupos, la actuación de Hugh) es el peso dado a la improvisación en el film y el origen de los personajes.   

Cassavetes había organizado un taller de teatro en Nueva York que comenzó a funcionar en 1956. Lelia Goldoni, que venía de Los Ángeles, se sorprendió mucho de los métodos que utilizaba y del peso que la improvisación tenía dentro de la formación. Poco a poco, los miembros del taller se fueron familiarizando con las técnicas de Cassavetes hasta que un día, el director se presentó con una serie de personajes: Lelia, Hugh, Ben, Tony, Dennis... Los repartió entre los asistentes y dio unas breves indicaciones sobre cada uno. Y después, en el set que habían montado y que sería el futuro escenario de la película (el dormitorio, el salón, la entrada), los dejó improvisar durante cuatro horas y media. Durante cuatro horas y media, cada uno de los actores desarrolló su personaje, creó su carácter y estableció vínculos con los otros. Cassavetes, al fondo, lo observaba todo en silencio. La máquina se había puesto en marcha. Una improvisación puede durar quince, veinte minutos. Pero alargar el experimento cuatro y horas y media obliga a hacer evolucionar cada identidad, a creerse esa vida impostada que se nos ha impuesto desde fuera, y a ponerla en contacto con otras. No se puede decir en un momento dado: Ya no sé qué más decir. No. Ese personaje eres tú, y no puedes decir que te has cansado de ser tú. Debes seguir adelante.

El ejercicio fue impresionante, y de aquella sesión salió a grandes rasgos el esqueleto de Shadows. Sólo hubo que perfilarlo, montar un set más convincente y rodarlo, aparte de añadir algunas escenas (ya que Cassavetes rodó dos versiones, una en 1957 y otra en el 59, la que consideró definitiva).

Mi mente calenturienta rápidamente estableció un paralelismo entre la génesis de Shadows y Synecdoche, New York, esa apabullante parábola sobre la creación. No pude menos que imaginar qué hubiera pasado si Cassavetes no hubiese detenido el ejercicio y los actores hubieran seguido interpretando sus roles para siempre, convirtiendo sus vidas en ejercicios de interpretación. Aunque si lo pensamos, hay más de uno que ha convertido su vida en eso: la interiorización de un personaje que en realidad no es.

Pero más allá de mis neuras mentales, recomiendo el visionado de Shadows: no ha perdido su frescura, y es una experiencia altamente recomendable, como la mayor parte de la filmografía de Cassavetes.

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