sábado, 11 de julio de 2015

La tesis (I)


Escribir una tesis tiene mucho de novela negra. Uno tiene que investigar, encontrar referencias, hallar pistas e indicios de otros autores, leer mucha bibliografía, seguir rastros que llevan a un callejón sin salida, volver al camino recorrido y observar de nuevo lo que tienes ante los ojos con una perspectiva distinta que te permita descubrir algo que en una primera lectura había pasado desapercibido. Y en muchos casos se consigue, tras mucho indagar, descubrir al asesino.

Una parte importante del proceso (una de las que más, precisaría yo), es la búsqueda de una bibliografía adecuada. Para encontrarla, se puede recurrir a tres métodos:

a) La recomendación de un entendido en la materia, que suele ser la más canónica y con la que habitualmente se comienza cualquier investigación. El director (o directora, que ya sabemos que el masculino es el género no marcado), sugiere una bibliografía básica para comenzar el trabajo ("toma, léete todo esto") y uno corre a la biblioteca a sacar todos los títulos listados, que suelen ser más de veinte.

b) Las citas que aparecen en la bibliografía con la que trabajamos, que nos permite ir ampliando la red de referencias que se urde a partir de las primeras que tuvimos (la lista inicial) a modo de esquema arbóreo, pues de cada volumen salen bastantes referencias útiles y libros y artículos que se pueden consultar. Sin embargo, este esquema se va complicando a medida que avanza nuestra investigación y se convierte en un diagrama de flujo complejo donde en algunos acasos las citas se cruzan, las llamadas se repiten y el entramado de vuelve confuso con tanto ir y venir de líneas; además, llega un momento en que es difícil abrir nuevas ramas en un sistema tan centrado en sí mismo que se retroalimenta de sus propias partes (i.e., el mundo académico). Es por ello que se hace necesario volver a la recomendación de un entendido que permita un injerto en nuestro esquema que le aporte savia nueva o bien pasar al tercer método.

c) La búsqueda aleatoria, libre, aterradoramente amplia. Escribir "Lope de Vega" en el catálogo de la universidad e ir revisando uno a uno todos los volúmenes, todos los artículos indexados, todas las actas de congresos que aparecen, y luego repetir el proceso en buscadores de publicaciones especializados, en otras bibliotecas, en bases de datos digitales, en repositorios universitarios, en la Biblioteca Nacional, en google, y cómo no, la última opción, la búsqueda de campo en las librerías.

Ir a las librerías en busca de bibliografía se parece a ir de rebajas. No se puede ir con una idea preconcebida ni con la firme determinación de comprarse un pantalón de vestir azul marino sin pinzas (por poner un ejemplo); solo con una mente abierta, dispuesta a aceptar que podemos encontrar cualquier cosa, permite salir airoso de una situación semejante. El concepto es "a ver qué me encuentro". Y así se encuentran tesoros inesperados.

Hay librerías donde por definición no se entra cuando se está inmerso en estas exploraciones de campo porque en ellas no se puede encontrar nada útil para nuestra investigación. Son las típicas librerías bien iluminadas, funcionales y modernas, adecuadas para adquirir el último éxito del verano, la novela histórica de moda, libros de cocina surgidos de un programa de televisión o autobiografías de famosos [sic]. En estas librerías difícilmente se encuentra algo que nos sirva para descubrir nuevas pistas. 

Son en cambio un filón las pequeñas librerías especializadas, las atestadas de libros, con poca ventilación, en calles poco transitadas y con un ingente depósito en un almacén escondido al fondo, que se estira y amplía como el estómago de Gargantúa. Encontrar por casualidad uno de estos establecimientos alegra el corazón: es una joya oculta que invita a la exploración.

Una de estas librerías ha sido fundamental para la finalización de mi tesis, pero ya hablaré de ella en la próxima entrada.


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