jueves, 11 de marzo de 2010

Síndrome del lector empático



Cuando leí Opiniones de un payaso, me di un golpe en la rodilla y tuve una lesión que me duró varias semanas. No le di demasiada importancia, a pesar de que al protagonista de la novela le ocurría lo mismo.

Algo similar me pasó con Adiós a Berlín. A medida que me sumergía en la lectura, no sé cómo ni por qué, me vi metido en una relación afectiva a tres bandas con un hombre y una mujer, y vivimos los tres juntos durante varios meses en un viejo apartamento.

Me empecé a preocupar con La montaña mágica, pues al avanzar la lectura me fui sintiendo muy enfermo, y acudí al médico tras sufrir algunas molestias respiratorias. El médico se quedó tan sorprendido como yo al descubrir que tenía tuberculosis, y me mandó a un sanatorio en la sierra.

A consecuencia de mi enfermedad, tuve que darme de baja en el trabajo, con tan mala suerte que lo hice mientras leía El coronel no tiene quien le escriba, con lo cual nunca recibí una compensación por mis años de baja.

Extrañado ante circunstancias tan misteriosas, fui de nuevo al médico a exponerle mi caso. Tras muchas pruebas e investigaciones, fui diagnosticado de una rara dolencia: el síndrome del lector empático.
Por desgracia, no existe cura para mi mal, pero el médico, muy previsor, me ha entregado una larga lista de lecturas no recomendadas para evitar que me tire de un tren como Anna Karenina o asesine a mi actual esposa como Otelo.

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