viernes, 10 de mayo de 2013

"En la casa" (Dans la maison), de François Ozon



Por fin he visto la nueva película de Ozon, que se me escapó en el cine, y el tema no ha podido parecerme más interesante; un profesor de literatura (Fabrice Luchini) descubre a un alumno en su clase (Ernst Umhauer) con dotes para la escritura y lo anima para que desarrolle su talento. Se establece así un juego de realidades entre la familia de un compañero del chico, que sirve de asunto para la elaboración de una novela, y la manera que tiene el chico de reflejarlos en la ficción. La casa a la que hace referencia el título es precisamente el hogar de esa familia donde el protagonista pretende penetrar y buscar su lugar. La película juega con el espíritu voyeur de los espectadores (y de los lectores), al tiempo que es una reflexión sobre los mecanismos narrativos que deben articular cualquier relato (escrito o cinematográfico), una meditación sobre el poder transformador de la ficción, la interrelación de ambos mundos y nuestra capacidad para transformarnos en otros. 

Muchos de estos temas son recurrentes en la filmografía de Ozon, que desde Los amantes criminales o Sitcom hasta la magnífica Swimming Pool (con la que guarda muchas concomitancias) ha desarrollado una carrera excepcional dentro de la llamada corriente del cinéma du corps que le ha valido numerosos premios y el reconocimiento de la industria francesa. De hecho, cada nueva película del director es para mí una cita ineludible que no cuestiono, como ocurre como Woody Allen, Almodóvar o Christopher Nolan; no me gusta saber de antemano de qué tratan. Simplemente voy al cine a verlas. O, si se me escapan, como ha ocurrido con esta, la veo en casa (Y nunca mejor dicho).

Para el escritor (y por extensión, para todos los que se dedican a la creación), la vida diaria es un continuo acicate a su labor. Recientemente, leí en el Diario florentino de R.M. Rilke (que inició mientras vivía en la ciudad italiana en 1898), un pasaje que ejemplifica hasta qué punto el carácter caníbal del autor se alimenta de todo cuanto le rodea. Una anécdota surgida de la observación a través de la ventana de su habitación servirá a Rilke unos meses después para escribir su relato La princesa blanca. Sin remitirnos al naif consejo que se da a la protagonista de Mujercitas ("Escribe sobre lo que conoces"), lo cierto es que la realidad es fuente inagotable de inspiración, y más que su reflejo, la creación funciona como su "transformación". La película muestra muy bien este aspecto. A medida que el joven estudiante se va adentrando en la familia, va escribiendo una versión de ella, como si estuviéramos viviendo en un universo alternativo con diferentes elencos, sucesos y finales posibles (algo que también está de fondo en la emotiva Rabbit hole de John Cameron Mitchell, que pasó un poco desapercibida). Eses furor creativo empuja al chico a revisar lo escrito, a corregir, a reinventar la ficción una y otra vez a medida que el profesor, (figura divinizada por obra y gracia de su conomiento literario), va guiando sus pasos hacia la consecución del relato perfecto.

Más allá de todos los temas que transitan por la obra (el escritor sin talento que se convierte en profesor-crítico ante la imposibilidad de crear, la necesidad de público del autor, el deseo de trascendencia, el espejismo de realidad que se esconde en la literatura) me ha llegado la sutil tristeza que destila la historia a pesar de su aparente comicidad. Una escena lo resume a la perfección: la despedida del chico, Germain, de la madre de su amigo. La escena tiene lugar en un escenario que hasta entonces no había aparecido en la película: la parte de atrás de la casa, donde están los tendederos y la ropa secándose al sol. Allí se dicen adiós y el joven se da cuenta de que la despedida es para siempre. La parte de atrás de la casa simboliza el ámbito de lo privado, de las labores del hogar, de la intimidad de la colada que no se comparte con nadie ajeno a la casa. Ese mundo está vedado para Germain, que lo observa desde lejos y que es rechazado cuando intenta entrar en él. El escritor está condenado al exilio, debe vivir fuera para poder escribir. Si Germain viviera en la casa, no habría nada sobre lo que escribir, no habría vidas que inventar ni ficciones que soñar.

Y no debe entenderse como un destino trágico, sino como una opción vital. Aun en el caso de que el creador esté dentro del cuadro, se sale de él para pintar. Aunque se pinte a sí mismo en el lienzo, lo hace desde fuera. Él no es la fgura retratada (Ceci n'est pas une pipe). Y eso nos llevaría a hablar sobre el marco, sobre el parergon y el ergon. Pero es otra historia de la que hablaremos en otra ocasión.

1 comentario:

maison de la literie dijo...

Un bon livre, sans doute.