lunes, 26 de agosto de 2013

"Los tres usos del cuchillo" de David Mamet



Decíamos ayer que en Le mépris el número tres adquiría una importancia capital y lo mismo habría que decir en este ensayo de Mamet. El dramaturgo, director de cine y escritor vertebra su ensayo en tres partes que identifica con los tres actos de una obra teatral. La obra, muy fácil de leer y con un estilo ameno y directo, disecciona con mucho acierto la estructura, el ritmo y la organización de una pieza dramática.

Y cuando hablamos de una pieza dramática, no sólo nos referimos a una obra teatral. Una película también lo es, al igual que una campaña política, un relato o una afirmación con la que intentamos "dramatizar" la realidad.  La primera parte del ensayo explica este concepto y de qué manera el ser humano subjetiviza los sucesos de su quehacer diario para hacerse protagonista de la obra dramática que es su vida: "Hoy he estado esperando el autobús más de treinta minutos, ¿te lo puedes creer?" (este es uno de los ejemplos con que ilustra Mamet su explicación).

A partir de esta introducción, el escritor determina el contenido y sentido de cada uno de los actos de una obra teatral, que se analizan en las tres partes del ensayo. Utilizando casos, citas y justificaciones   accesibles, Mamet nos hace reflexionar de una manera inteligente sobre la significación de cada una de las secciones, mostrando múltiples ejemplos (en muchos casos de ámbitos que nada tienen que ver con el teatro), pero que ilustran a la perfección la exposición.

En mi caso, llevo más de diez años escribiendo una obra de teatro que no termina de cuajar. Me asaltaban dudas sobre la perspectiva, sobre la forma de planificar y presentar la situación dramática. Tal y como Mamet explica muy bien, en el teatro todo ese trabajo previo, "montar" la obra en la cabeza (o en bocetos, anotaciones, cuadernos de ideas), construirla, determinar su estructura interna, es el verdadero trabajo del dramaturgo. Luego solo hay que ponerlo por escrito.  Hace un par de años decidí que había llegado el momento de terminarla: me senté y en tres semanas estaba lista. Evidentemente, la obra necesitaba retoques, y unos cinco meses después, tras una relectura detenida, modifiqué de manera sustancial el último tercio de la obra. La leyeron algunos amigos, escuché sugerencias y críticas, y llegué a la conclusión de que seguía incompleta. Había cosas que fallaban, pero me costaba reconocer dónde estaba el elemento desestabilizador. Y ha sido el ensayo de Mamet el que ha encontrado la raíz del problema.

Lo bueno de Los tres usos del cuchillo es que no se trata de un ensayo farragoso, denso, dirigido a especialistas. Al contrario, su tono divulgativo (pero no por ello exento de contenido), hace del libro una lectura recomendada para cualquiera: los aficionados al teatro descubrirán algunas cosas, los escritores otras, el simple curioso encontrará varias anécdotas jugosas.

Así que mientras algunos se sumergen en el libro de Mamet (cuyo título no pienso explicar pues para ello es necesario leerlo), yo me pondré a revisar la obra de teatro, eterno work in progress que más parece un poema (porque los poemas no se acaban, se abandonan, como decía Valéry) que una pieza sujeta a los inconvenientes de la temporalidad (la espada de Damocles de toda obra teatral).

Disfruten de la lectura.


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