viernes, 27 de agosto de 2010

Los beneficios de viajar en autobús (y II)


Bueno, parece que la siesta ha surtido su efecto. Se podría decir que he sufrido cierto tipo de hibernación, pues ya comentamos que el frío produce esta clase de reacciones. Perterchado bajo mi abrigo, mi manta eléctrica de viaje y mi gorro peruano, puedo decir adiós al frío para seguir con mi crónica.

Porque llegamos a la segunda entrega de este pequeño compendio, centrado ahora en otro elemento fundamental de los viajes en autobús: la compañía. Ya hemos hablado largo y tendido de los asientos, los reposa-cabezas y el aire acondicionado, pero ¿qué sería de nuestros viajes sin esos inolvidables momentos vividos en compañía de absolutos desconocidos que ponen la sal a nuestro insípido tránsito entre ciudades? Nuestros viajes serían recuerdos difusos de malestar, mareos y angustia, superpuestos unos sobre otros, sin nada que los identificara e hiciera únicos. Y es precisamente la presencia humana, los recuerdos asociados a cada una de esas experiencias inolvidables, lo que hace que no olvidemos mientras vivamos cada uno de nuestros viajes.
La tipología permite establecer categorías (me encantan las listas) y se puede establecer la siguiente distinción:
a) El viajero testimonial-trascendente: de mediana edad, generalmente de sexo femenino, aprovecha el viaje para proyectar en ti sus desengaños. Entabla una amistosa conversación, te cuenta su vida en un tono de voz lento y apasionado y te pide que vivas la vida al máximo (Carpe diem!) y que saques jugo a lo poco que te queda de juventud. Dependiendo de tu estado de ánimo, puede ser como una patada en la espinilla, como una revelación, o si te coge en uno de esos días, te puede amargar lo que te queda de viaje o incluso de semana.
b) El viajero dormilón: como su nombre indica, se pasa la mayor parte del viaje dormido, lo cual es de agradecer y lo convierte en uno de los compañeros de viaje ideales si no cae en la desagradable manía de apoyarse en ti para dormir. Con él no valen las sutilezas; por mucho que escurras el hombro, por mucho que lo empujes levemente hacia su asiento, como no optes por ser desagradable y lo estampes contra la ventana, no te dejará en paz.
c) El viajero cotilla: una de las maldiciones de viajar, sea en el medio de transporte que sea. Son personas de ambos sexos que han olvidado comprar una revista antes de subir al autobús o que siempre encuentran más verde la hierba del vecino, como dicen los ingleses. Tienen el cuello superdesarrollado, lo que les permite articularlo como si de un periscopio se tratara para leer lo que lees, ver los mensajes que escribes en el móvil, e incluso olisquear la comida que sacas de tu mochila. No entables nunca conversación con ellos, pues son muy peligrosos; son capaces hasta de sacarte el pin de tu tarjeta de crédito por medio de preguntas inquisitivas. Lo mejor es no mirarlos a los ojos e ignorar su presencia.
d) El viajero con niño: otra joyita de los viajes. Por lo general son madres, aunque es igual el sexo del acompañante, pues lo molesto es la carga: bebés y niños de hasta dos años, que van encima de sus progenitores durante el trayecto. Al parecer, muchas personas no han comprendido que los viajes nocturnos no han sido diseñados para los bebés, y que los berreos que el resto de los viajeros deben soportar todo el viaje habrían sido más llevaderos de día. Si son un poco más mayores, entonces la molestia es otra: te tocan con manos manchadas de comida y/o babas, te dicen impertinencias, saltan, te golpean, y a todo ello debes poner buena cara en lugar de maldecir al padre/madre por no haber pagado otro billete para su vástago hiperactivo al que tú no tienes por qué soportar.
e) El viajero poco higiénico: compuesto por mochileros, perroflautas o simplemente individuos que desconocen los beneficios del desodorante; está muy bien la naturalidad y los tejidos orgánicos, pero también existe la piedra de alumbre, que quita la peste y además es muy alternativo. Son peor que los cotillas, porque tu pituitaria no puede evitar sentirse atrapada por sus efluvios. Se recomienda llevar un bote de Vick VapoRub para untarte el labio superior como los forenses cuando realizan una autopsia.
f) El viajero musical: preadolescente, adolescente o postadolescente (o que se cree serlo con treinta años), viaja con unos auriculares que sobrepasan el límite de gálibo permitido en cabezas, y que en ocasiones puede invadir tu espacio vital. Por si fuera poco, el problema es que quiere compartir contigo sus gustos musicales, imponiéndotelos por encima de la película que a duras penas consigues oír o del libro que intentas leer. Solución: tapones para los oídos o llevar tus propios auriculares espaciales para una batalla de decibelios.
g) El viajero telefónico: uno de los grandes mostruos de la sociedad actual. Al democratizar el acceso a los móviles, hemos creado criaturas enganchadas al telefóno como a la teta materna que necesitan hacer uso de él en todo momento: "Estamos pasando por La Carlota", "Acabamos de parar en Despeñaperros", "Me estoy comiendo un Phoskito manido y me estoy rascando la pierna al mismo tiempo". Para más inri, estos sujetos tienen acceso a internet y están además enganchados a quinientas redes sociales, tienen twitter,flickr y blog (o lo que es peor, videoblog), y deben actualizarlos cada quince segundos para evitar los ataques de ansiedad, por lo que escucharás sus comentarios en voz alta, sus respuestas, las llamadas de teléfono en las que comentan lo que acaban de colgar, y los comentarios que Pepita y Antoñito le acaban de hacer, si no eres objeto de una foto que ilustre tu identidad como "El compañero raro de al lado" del que está hablando sin pudor con uno de sus ochenta mejores amigos. Además, este especimen puede combinarse con el "Viajero musical" cuando decide mostrarnos a todos los presentes que su móvil tiene radio y que puede ponerlo a todo trapo para que el autobús entero disfrute del reaggeton o de lo último de Bustamante. Apabullante. Solución: comprarse un inhibidor de móviles y viajar en paz junto a un enemigo desarmado.
h) El viajero perfecto: esa mujer u hombre, (según preferencias) que desde el segundo que descubres su presencia en la estación te hizo sentir cosquillas en el estómago y que acabó sentándose a tu lado, ("Increíble, esto no me está pasando a mí"), y que tras unas tímidas miradas que sólo te atreves a lanzar tras una o dos horas de viaje, descubres que sienten el mismo nerviosismo que tú y que también te miran cuando creen que no estás atento, y que se apartan al sentir el roce de tus muslos, pero que al poco vuelven a establecer contacto y tocan su piel con la tuya; ese viajero o viajera cuyo libro de lectura resulta ser una de tus novelas favoritas y que está escuchando el último disco de tu grupo, y que huele tan bien, y que parece tan interesante, que todo aquello no puede ser más que un sueño, como efectivamente se atestigua al abrir los ojos y descubrir que a tu lado el asiento está vacío, única alternativa posible a toda la tipología anterior.
Y otro día ya hablaremos de lo que ocurre con el asiento de delante y el asiento de atrás (el que quiere dormir la siesta y se reclina, el que te clava las rodillas en la espalda, el niño que tira de tu asiento, etc...)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

BINGOUUUUUU, que ganas de un viajecito en bus!!
(rocyo)

Anónimo dijo...

http://lacomunidad.elpais.com/paco-nadal/2010/10/5/-que-incomodo-es-dormir-un-autobus-