miércoles, 11 de agosto de 2010

"Mi vecino Totoro", un caso especial de Doppelgänger (I)


Cuando era niño y veraneaba en un pueblo de la costa, había un entretenimiento que me encantaba: ir al cine de mi calle a ver la cartelera. Por aquel entonces, como no existía internet, uno iba a la puerta del cine, echaba un vistazo al cartel de la película y a los fotogramas de promoción que colgaban en las vitrinas y se hacía una idea aproximada del contenido (idea muchas veces equivocada). Si la película era para todos los públicos, le pedías a tus padres que te dejaran dinero para ir a la sesión de las seis; y si era para mayores de trece, y dependiendo del criterio familiar, podías ir acompañado de un adulto o quedarte en casa jugando.
Independientemente de que te dejaran ver la película, el placer der ver los carteles y los fotogramas era de por sí suficiente para despertar tu imaginación (de casta le viene al galgo). Enseguida me imaginaba el argumento a partir de cuatro fotografías inconexas que se suponía reflejaban su espíritu. Persecuciones, raptos, aventuras fantásticas, seres monstruosos, viajes al centro de la tierra. En un momento había montado toda una saga nórdica. Un verdadero ejercicio creativo.

En ocasiones, ver la película constituía un baño de decepción, porque tan grandes habían sido mis expectativas, y tan magnífica había resultado mi historia alternativa, que la realidad me golpeaba con sus limitaciones. Y de manera especial, cuando faltaba en la película uno de los fotogramas que había visto previamente en la puerta.
Mientras veía la película, me complacía reconocer las instantáneas que ya me había aprendido de memoria y que había contextualizado de forma diferente a como de hecho aparecían en la proyección. A veces, me agradaba el cambio; otras, pensaba que mi previsión era más acertada. Pero en cualquier caso, me pasaba toda la película esperando a que saliera ese beso entre los protagonistas, ese bicho misterioso o el viaje en barco. La extrañeza se producía, y el temor, cuando uno de los fotogramas no aparecía ni por asomo. ¿Dónde estaba esa mujer vestida de blanco, cuándo había sido perseguido el héroe por un tanque? ¿Me había quedado dormido? ¿Se habrían saltado un trozo? ¿Qué había ocurrido? A la salida de la sesión, me pegaba al cristal de la vitrina y volvía a mirar la foto, buscando una respuesta que no llegaba. La imagen estaba ahí, delante de mis narices, pero en la película se había volatizado. Esa sensación aún me produce escalofríos. Comenzaba a intuir la certeza de que nuestras más firmes convicciones pueden ser erróneas, y que la percepción humana es engañosa. No sabía entonces que existen las llamadas "fotos de promoción", ni las "escenas eliminadas", ni los "finales alternativos" a los que el mundo del DVD ya nos ha acostumbrado.
Precisamente ayer sentí uno de esos escalofríos con una imagen de "Mi vecino Totoro", de Miyazaki. Comparen ustedes los dos fotogramas que aparecen aquí arriba. Niña con el pelo corto a la izquierda sosteniendo a su hermana a la espalda; niña sola con dos coletas a la derecha. Los que hayan visto la película sentirán que una de las dos imágenes chirría. ¿Por qué?


1 comentario:

Unknown dijo...

¡Vaya! ahora tendré que verla ...