Todo comienza con una imagen nítida, un chispazo luminoso que te inunda. Una mujer viaja en un taxi. Está llorando mientras en el exterior la lluvia dibuja raíces de agua en los cristales. El vaho empaña las ventanillas, y el taxista la mira llorar desde su retrovisor curioso. Así comienza todo, con una reflexión sobre la privacidad de los espacios cerrados, sobre la complicidad de aquellos que en momentos puntuales han acompañado nuestros momentos de claudicación: un taxista, una camarera, aquel reponedor de Carrefour. Son testigos mudos que a veces reconfortan más que los conocidos. Son figuras secundarias que tendemos a ignorar. Son las pocas personas que nos han visto llorar.
Esta imagen aislada desaparece, se borra de repente. Pero ya tenemos el germen. No sabemos por qué, pero su historia nos atrapa. Queremos saber más. Por qué va en un taxi. Por qué llora. A dónde va. De dónde viene. Quién es. Y comenzamos a soñar.
Al día siguiente, comprando macarrones en el supermercado, después de haber repetido mentalmente la escena varias veces, un elemento nuevo aparece, por generación espontánea. Una pistola. Una pistola dentro de su bolso. Sí, es claro y evidente, tiene que llevar una pistola en el bolso. ¿Cómo nos nos habíamos dado cuenta? Es como el violín de Sherlock, como el cigarro de Bogard. La mujer lleva una pistola. ¿Para qué? Esa es otra pregunta...
Nos pasamos un par de días un poco distraídos. Participamos en conversaciones pero no estamos en ellas; seguimos pensando en esa pistola, en su razón de ser, en el coche y su humedad, en los ojos inquisitivos del taxista en el espejo. Una mañana, al levantarnos, mientras removemos el café con los ojos pegados, lo vemos. Ella va a matar a alguien. A su marido. No, no es su marido. Es su amante. La ha dejado por otra. No, eso es demasiado vulgar. Lo va a matar por otro motivo. Hay una venganza, pero no es pasional. ¿Por qué?
Vemos la televisión, leemos el periódico, vamos al cine. Seguimos dándole vueltas al asunto. En el centro comercial, una madre pasea con su hijo de cinco años. El niño se suelta y sale corriendo, y la madre corre tras él. Un coche desprevenido frena y deja sus marcas en la calzada. La madre alcanza al niño y lo agarra por los hombros. Reprimenda, azote, y abrazo. Podría haber sido una tragedia, pero por fortuna sólo ha quedado en aviso: ha escapado por los pelos. El drama está siempre a la vuelta de la esquina... Eso es. Se nos ilumina la escena. Su amante había matado a su hijo en un accidente. Por eso lleva la pistola. Porque quiere tomarse la justicia por su cuenta. Ha descubierto que él fue el desconocido que se dio a la fuga, dejando el cuerpo inerte de su hijo en la calzada, y debe pagar por ello. Aunque esté enamorada de él.
Todos los elementos han ido encajando. Los hemos dejado madurar, los hemos dejado contaminarse de distintas influencias, el cine, la literatura, la experiencia, las historias cotidianas, una instantánea en una esquina, una fotografía en una revista, un recuerdo, una sensación... Con piezas de distinta procedencia hemos creado el collage de nuestra escritura, que ya tenemos construido en nuestra cabeza.
Ya sólo nos queda dejarlo fluir, empezar a escribir... y soñar.
Vemos la televisión, leemos el periódico, vamos al cine. Seguimos dándole vueltas al asunto. En el centro comercial, una madre pasea con su hijo de cinco años. El niño se suelta y sale corriendo, y la madre corre tras él. Un coche desprevenido frena y deja sus marcas en la calzada. La madre alcanza al niño y lo agarra por los hombros. Reprimenda, azote, y abrazo. Podría haber sido una tragedia, pero por fortuna sólo ha quedado en aviso: ha escapado por los pelos. El drama está siempre a la vuelta de la esquina... Eso es. Se nos ilumina la escena. Su amante había matado a su hijo en un accidente. Por eso lleva la pistola. Porque quiere tomarse la justicia por su cuenta. Ha descubierto que él fue el desconocido que se dio a la fuga, dejando el cuerpo inerte de su hijo en la calzada, y debe pagar por ello. Aunque esté enamorada de él.
Todos los elementos han ido encajando. Los hemos dejado madurar, los hemos dejado contaminarse de distintas influencias, el cine, la literatura, la experiencia, las historias cotidianas, una instantánea en una esquina, una fotografía en una revista, un recuerdo, una sensación... Con piezas de distinta procedencia hemos creado el collage de nuestra escritura, que ya tenemos construido en nuestra cabeza.
Ya sólo nos queda dejarlo fluir, empezar a escribir... y soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario