miércoles, 12 de enero de 2011

"Les Troyens", otro ejemplo más de obra maestra ignorada

Kafka sólo publicó algunos relatos en vida, Van Gogh fue reconocido sólo después de su muerte, el teatro de Valle-Inclán tardó años en considerarse una de las aportaciones fundamentales de nuestra literatura. Son algunos ejemplos tópicos de la dificultad que los artistas han tenido a lo largo de los siglos para ser considerados y aclamados. Y la ópera Les Troyens es un ejemplo más que añadir a la larga lista. 

Hector Berlioz fue un compositor francés del siglo XIX que ha pasado a la historia por su Sinfonía fantástica, que causó una gran conmoción por su orquestación, como se puede ver en la caricatura. (De hecho, las críticas a las orquestaciones sorprendentes y novedosas se han seguido repitiendo a lo largo de la historia: piénsese en Mahler o Strauss). Pero como suele ocurrir con la música clásica, su mejor obra no es la más conocida (Mozart compuso algo más que la Pequeña serenata nocturna y Beethoven no es sólo el autor de Para Elisa). De hecho, su obra más ambiciosa y en la que puso mayor empeño fue la ópera Les Troyens.  

Berlioz siempre fue un músico con grandes inquietudes literarias, y la lectura de la Eneida le impresionó siendo niño. Siempre imaginó una ópera grandiosa que contara la caída de Troya, la historia de Eneas, sus amores con Dido y la fundación del imperio romano. Y ese proyecto constituyó el germen de su obra maestra, a la que dedicó dos años de su vida. Él mismo escribió el libreto, y quedó muy satisfecho con el resultado. Las dificultades vendrían luego, cuando quiso ponerla en escena.

Berlioz luchó durante años por conseguir que el Teatro de la Ópera de París montara Les Troyens, pero sólo consiguió que el  Théâtre Lyrique, un teatro mucho más modesto, montara los actos III, IV y V. Nunca vio la representación completa de su trabajo, que sólo subió a los escenarios veintiún años después de su muerte. Hubo que esperar a 1957 para que la ópera se representara siguiendo los planes originales del compositor, sin cortes y en una sola jornada.

Lógicamente, el silencio al que fue condenada impidió que la ópera ocupara el puesto que merece dentro del repertorio, aunque las últimas décadas han servido para devolverle su lugar como una de las obras fundamentales del siglo XIX, que combina pasajes liricos e intimistas con otros épicos y corales de gran envergadura. Dejo como muestra el comienzo del acto II y el dúo de amor Nuit d'ivresse, una verdadera joya.

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