lunes, 12 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (II)

Los comienzos de las películas nunca son gratuitos. El viento y las mujeres en el cementerio marcan el tono de Volver, (la tradición rural, la locura que provoca el viento y el mundo femenino), y la prueba de cámara sin sonido en Los abrazos rotos, que dan paso a un primer plano de un ojo en el que se refleja Harry Caine, el director ciego, nos hablan de cine, de observar a nuestro objeto de deseo a través del objetivo, y de la ceguera como símbolo del fin de ese amor visual. ¿Qué nos dice el inicio de La piel que habito?

 


En primer lugar, una panorámica de Toledo, que se ha entendido de muchas maneras: desde interpretaciones puramente mercantilistas (una imagen de la ciudad al comienzo de una película de la que se espera tanta difusión mundial supone exportar la ciudad al extranjero y mejorar su visibilidad como destino turístico internacional) hasta absurdas lecturas esotéricas (Toledo es una ciudad romántica, con leyendas de fantasmas, aparecidos y misteriosos sucesos, cruce de culturas y con una larga historia que se remonta a la antigüedad, y por eso es un marco incomparable para contar la historia de un oscuro doctor Frankestein). 

Para mí fue algo mucho más sencillo. Esa vista de Toledo, a modo de postal, bella, luminosa, pero extrañamente artificial, me recordó todas las vistas de Toledo pintadas por El Greco (Vista de Toledo, Vista y plano de Toledo, la imagen lejana de la ciudad en el fondo de Laocoonte). El Greco, que no olvidemos, es el pintor manierista de la distorsión, al que se considera antinaturalista y que estiliza las figuras con su visión subjetiva de la realidad. Será por tanto una película serpentinata, como los cuerpos del pintor cretense, una historia que se retuerce sobre sí misma de una forma imposible.




La siguiente toma parte del azulejo en la puerta de la finca para, con un travelling lateral, mostrar el camino a la vivienda. Los cigarrales son a Toledo lo que las masías son a Cataluña o los cortijos a Andalucía, fincas señoriales que se localizan a orilla del Tajo. Y la referencia, inevitablemente hace pensar en Los cigarrales de Toledo, de Tirso de Molina, donde una serie de nobles se reúnen en unos cigarrales para contarse historias a la manera del Decamerón, insertando historias, narraciones y anécdotas. De nuevo una clave para la interpretación de La piel que habito, donde no se cuenta una sola historia, sino varias, y donde desde el comienzo se nos está avisando del carácter ficcional de lo que vemos.  

A continuación, un primer plano de un objeto colgado o pegado a una pared que no podemos reconocer en un primer momento, y que sólo más adelante conoceremos; se trata de la cámara de vigilancia que impertérrita vigila a Vera todo el día.



La imagen es inquietante, porque la sombra oblicua que proyecta, afilada, fálica, puede recordar a una bala o a algo más, como intuiremos a medida que avance la película. No creo que la elección sea gratuita, y cuando la cámara se vaya alejando y se abra el campo para situar el objeto en perspectiva (una técnica que ya empleó Almodóvar al comienzo de Átame! cuando poco a poco vamos viendo las estampas del Sagrado Corazón que conforman el cabecero de la cama de Victoria Abril) contemplaremos quién es la persona que está siendo vigilada, o mejor dicho, el cuerpo, que en tensión sobre un sofá, intenta acallar su lucha interior por medio del yoga.

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