miércoles, 7 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (I)


Carlos Boyero, como es natural, publicó el viernes un artículo en El País donde destrozaba La piel que habito, que por supuesto no le ha gustado nada. El crítico realiza su labor recurriendo únicamente a la memoria y al recuerdo del pase visto en Cannes hace unos meses (chulo él), ya que no requiere de nuevos visionados para ejercer una labor por la que es remunerado (quién pudiera escribir la reseña de un libro leído hace seis meses basándose sólo en el recuerdo impresionista y subjetivo).

Pero no voy a atacar las formas de Boyero (sencillamente se podrá imaginar uno, con la misma facilidad con la que él recuerda la película de Almodóvar, lo que puedo pensar yo de alguien con esa obsesiva manía por el hombre, que es incapaz de centrarse un poco más en la obra). De modo que me limitaré a analizar algunas de sus afirmaciones y las contrastaré con declaraciones del propio Almodóvar en relación a su película; ahí va, en primer lugar, un comentario sobre la reacción del público ante la proyección:

En el estreno de esta película en el festival de Cannes, se escuchaban risas en esos momentos doloridos supuestamente trascendentes. Posteriormente, esos admiradores tan intuitivos atribuían esas risas a la mezcla de surrealismo, comicidad y drama que constituye el fascinante universo de Almodóvar. Yo me atrevería a jurar que en esta ocasión el asunto pretende exclusivamente ir en serio, desprender horror, claustrofobia y suspense, pero involuntariamente eso se transforma en comedia bufa.

Mal que le pese a Boyero, ese contraste entre lo cómico y lo trágico sí es intencionado; Almodóvar se ha cansado de repetirlo: "no me impongo nunca el respeto a las reglas de ningún género. La mezcla de géneros me sale de un modo natural". ¿Es necesario insistir en lo que esto significa? Valle-Inclán ya habló en su momento de ese contraste, y de lo que conlleva. Es muy fácil filmar una escena de violación que resulte inquietante y desagradable; el tema ya lo es de por sí. Lo que resulta difícil es que un personaje esperpéntico, vestido de tigre, viole a una mujer y que provoque risa, al mismo tiempo que la acción se muestra sin humor, y que de forma inconsciente, nos desagrade la imagen. La piel que habito es una mezcla de géneros, y en palabras del director "La película transita entre el drama, el cine de anticipación científica, el thriller, el terror y el melodrama. Sin renunciar del todo al humor, que también lo hay y siempre lo habrá. Eso es marca de la casa". Almodóvar es ese humor surrealista, soez y bestia, es Elena Anaya pidiendo a Antonio Banderas que dejen la penetración para otro día porque está destrozada después de la violación, es reírse de las miserias humanas en medio del escenario más inadecuado. Es el mismo humor que utilizaba en sus primeras películas, pero que parece que cuanto más madura su estilo, más arty se vuelve, más molesta a los críticos que un personaje diga una vulgaridad, especialmente si de fondo hay cuadros de Tiziano. Cierto que la metáfora del disfraz de tigre es evidente, cierto que el personaje de Antonio Álamo es patético, que su actuación resulta por momentos aberrante, pero precisamente, eso es lo que debe asustar, esa mezcla de animalidad, simpleza y vulgaridad que comparte con un precedente claro en la obra del director, el Paul Basso de Kika. Lo que da miedo es que alguien tan torpe, tan cutre, puede perpetar una acción tan horrible con tanta facilidad. Estamos acostumbrados a que los "malos" sean inteligentes, calculadores, y que tengan un plan muy bien dispuesto. Pero no siempre es así. La mayoría de las veces, los crímenes son perpetrados por tipos como Zeca, que triunfan porque cuentan con la ayuda de alguien. Y en la película, de nuevo es otro personaje femenino el que actúa como mediador precipitando la catástrofe: en Kika era Rossy de Palma ("Soy autentica, señora"), hermana del violador; en La piel que habito, es Marilia, madre del fugitivo y del médico. Toda la intervención del personaje es absurda: desde la anagnórisis por medio de un antojo en el culo, (verdadero golpe de Almodóvar a toda una tradición de novelas decimonónicas donde el reconocimiento final se hacía por medio de una marca de nacimiento) hasta el lametón a la pantalla de televisión que animaliza al personaje reduciéndolo a sus impulsos más viscerales. 

Pero sigamos con el artículo de Boyero; al hablar de los personajes malvados de las películas recientes del manchego, dice:

Los personajes tenebrosos, a los que ha pillado tanta afición últimamente el cine de Almodóvar, no me resultan particularmente estimulantes. Recuerdo con más desidia que temblores al retorcido transexual que seduce a todo cristo y transmisor del sida a una monjita que interpreta el nada creíble Toni Cantó en Todo sobre mi madre; también al artero millonario (encarnado sin aparente esfuerzo por José Luis Gómez) de Los abrazos rotos, y a los curas violadores y brutales y el travesti asesino de La mala educación. Pero en La piel que habito la inmersión en la sicopatía es absoluta.

Estoy de acuerdo con el crítico sólo en lo primero: el papel de Toni Cantó me pareció una mala elección de casting; más que un transexual, Lola parecía una drag queen después de una noche de juerga. Pero ya lo hemos dicho antes, el mal no siempre es atractivo, no siempre adopta la apariencia de una seductora Mata-Hari, y a veces es más atrayente un enfermo indefenso que un triunfador impecable. La monjita fue víctima del síndrome de Florence Nightingale, como tantos otros. Y en el resto de los casos, creo que tanto José Luis Gómez como Daniel Giménez Cacho bordan sus personajes; con el primero, se llega a tener la sensación de que el poder omnímodo del empresario lo vuelve también omnipresente, y que vaya a donde vaya la pareja formada por Lena y Harry Caine serán observados y no conseguirán ser felices (como acaba resultando). El segundo, que además no olvidemos, es un personaje de ficción dentro de la película (el cura del relato que escribe Ignacio relatando su infancia en el internado) es también una representación del poder dentro del espacio cerrado del colegio donde los niños están prisioneros. ¿Desidia? Me parece un adjetivo poco adecuado. Puedes odiar sus películas o puedes adorarlas, pero creo que no dejan indiferentes. 

Y finalmente, el párrafo que cierra el artículo:

El artista internacional debe de estar convencido de que la comedia ya no le sirve para demostrar su inabarcable genio, la profundidad de su pensamiento, la belleza de su estilo, la complejidad de su universo. Qué pesados los que se han propuesto ejercer todo el rato de creadores, empeñados en que se note en cada plano y en cada diálogo, vender sin tregua una imagen impostada.

Si algo hay que admirar en Almodóvar es que nunca se haya plegado a los dictados del público, la industria o la crítica. Ha hecho en todo momento lo que ha querido, y eso es admirable."Yo he llegado a La piel que habito de un modo natural, día a día. Película a película. Para mí es un cambio tan natural como el biológico. Me alegro de que mi cine haya cambiado. Reconozco que las historias que ahora cuento son más graves que las de hace 30 años. Es lo que me sale, pero hay cosas que no han cambiado, quiero ser entendido, que mis películas se entiendan, a pesar de sus complejidades, y quiero ser ante todo y sobre todo entretenido. Desde Pepi... hasta La piel... Es cierto que además no hago ninguna concesión, que hago lo que quiero hacer y como quiero hacerlo. Y a veces eso es un reto para mí y para el espectador. Necesito un espectador vivo, despierto, sin prejuicios y dispuesto a sorprenderse con alegría ante los giros imprevistos". Almodóvar tiene ya 61 años, y es lógico que refleje ese cambio en sus películas. Boyero considera que Volver "alcanza el valor de un irrecuperable oasis" entre Hable con ella, La mala educación, Los abrazos rotos y La piel que habito. Y es cierto que mucha gente disfrutó sobre todo con la historia de Raimunda, mucho más liviana, más humorística, más "humana". Y Almodóvar, visto el éxito que cosechó, podría haber seguido ese camino, pero "no le sale", como él mismo confiesa. De hecho, desde mi punto de vista, una de las cosas más tristes de Los abrazos rotos es su homenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios. Chicas y maletas es su revisión pop de la comedia que le dio fama internacional, un guiño a su pasado y una bocanada de aire fresco en medio del asfixiaste clima de Los abrazos... Pero en el fondo, ese estilo ya no le corresponde: eso sí que está impostado, utilizando palabras de Boyero. Aunque nos gustaran mucho Mujeres..., Entre tinieblas¿Qué hecho yo para merecer esto?, el estilo de Almodóvar ya no es el mismo; Chicas y maletas me entristeció, a pesar de la cantidad de comentarios positivos que leí. "Es como Mujeres...", "Qué gracia tiene", "Carmen Machi tiene todo el arte". Tal y como declaró cuando la película se estrenó, Chicas y maletas es "un regalo, un capricho, una posibilidad de volver atrás y, como no creo que vuelva a hacer una película pop entera, echar una cana al aire". La afirmación no puede ser más clara. Me recordaba a esas viejas estrellas que vuelven para repetir el número que les dio la fama, y que lo repiten, a trancas y barrancas, sin que muestre el brillo de antaño.  Era más la necesidad del público de recordar lo que le divirtieron las comedias de Almodóvar de hace veinte años que la calidad real del homenaje. Era un modo de olvidar que todos los que vieron Mujeres... en  1988 tienen 23 años más (y que conste que yo la vi en el año 90, cuando la estrenaron en televisión un sábado por la noche en TVE 1 a bombo y platillo). Y el tiempo no pasa en balde para nadie.
Quizás la próxima película de Almodóvar sea una comedia; quizás dé un giro sorprendente y su estado de ánimo cambie, pero creo que es una persona triste y melancólica, solitaria y difícil de tratar. Y si continúa su línea de libertad creativa, hará lo que sienta en ese momento, sin concesiones de ningún tipo, aunque su película esté basada en una novela, aunque la destroce, aunque la reinvente. Por algo es Almodóvar.

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