jueves, 15 de septiembre de 2011

Defensa de "La piel que habito" (IV)

Para seguir con la defensa, debo hacer un inciso para dedicarme a dos aspectos de la película que no gustaron mucho a mis acompañantes el día del estreno.



-El primero es el asunto de los flash-backs y su inserción en la historia. Ya hemos comentado que La piel... se basa libremente en la novela de Jonquet, (como no podía ser de otro modo, el manchego lo adapta a sus necesidades y obsesiones), y que el interés de Almodóvar no se dirigía al giro argumental que supone conocer la verdadera identidad de Vera. La estructura de la novela, por otra parte, difícilmente se avenía a la adaptación cinematográfica, y su película no podía justificarse por un twist final inesperado como ocurre en Los otros. A un espectador cualquiera le quedan claras las pistas que se dan desde el principio (el maniquí del escaparate es muy elocuente) así que no se puede acusar a Almodóvar de no saber montar la intriga porque el secreto no es lo importante para él.

¿Por qué, entonces, jugar con unos flash-backs que no se saben si son sueños o no? alegarán algunos. Bueno, en esto volvemos a esa narración serpentinata a la que me referí en otra entrada. Los dos flas-backs se retuercen uno encima del otro, repitiendo parte de la narración pero alterando el punto de vista. ¿Y por qué esa referencia a "Seis años antes" confundida con el momento del sueño? Creo que el valor simbólico es claro: tanto el flash-back de Robert como el de Vera nos ponen en contacto con el origen del conflicto, con las dos pesadillas que ambos han sufrido, la pérdida que cada uno ha experimentado. De ahí que se introduzcan como sueños, situaciones extremas que han soportado ambos de distinta manera pero que aún están viviendo.


-El segundo asunto es el uso del monólogo en las películas de Almodóvar. El teatro es un elemento recurrente en la filmografía del manchego. Desde la representación de La voz humana en La ley del deseo, pasando por la función de Un tranvía llamado deseo en Todo sobre mi madre, o el montaje de danza de Pina Bausch con que arranca Hable con ella (que no olvidemos, se abre con el telón que cierra su anterior película), el teatro, la escena, la representación dentro de la realidad, son códigos repetidos en su universo de muy distinta manera (series de televisión, anuncios, estudios de doblaje, actuaciones de tranformistas, rodaje de películas...) que representan diversas formas de ficción, maneras distintas de reflejar el conflicto que viven los personajes sublimado a través del arte. 


El cine de Almodóvar se contamina de esas interferencias, y aunque a veces suene artificial o forzado, recurre al monólogo en muchas ocasiones: en la grandiosa escena de Manuela (Cecilia Roth) cuando cuenta a Marisa Paredes la muerte de su hijo (escena muy "teatral" que nos resulta falsa desde el punto de vista cinematográfico porque su lenguaje es un poco artificioso, poco creíble, pero que constituye una escena soberbia donde su superponen códigos distintos), la explicación final de Judit (Blanca Portillo) en la penumbra del bar orquestado todo con una coreografía muy cuidada de cámara, luces y gin-tonic, y la revelación nocturna de Marilia (Marisa Paredes) ante el fuego, lugar de confidencias y confesiones. La estilización es cada vez mayor en esta serie de ejemplos, pero los rasgos teatrales se perciben en el tono literario empleado y en la necesidad de aclarar los puntos oscuros de la trama, a la manera de la pièce bien faite decimonónica.

¿Se puede considerar esto un defecto? Bueno, según se mire. Quien busque realismo en el cine de Almodóvar podrá sentirse defraudado, pues no hay realismo en el sentido más literal del término en sus "arte-factos" minuciosamente ensamblados donde todo ocupa su lugar, y donde el barroquismo, las referencias literarias, cinematográficas, culturales y artísticas se confunden en un complejo collage visual. Y no me refiero a que Gautier diseñe un mono o que las sábanas estén bordadas a mano o que la alfombra se inspire en un cuadro constructivista ruso. La puesta en escena es importante pero sólo lo es en la medida que sirve de abrigo a lo demás. Las citas culturales no son gratuitas, como argumentaré en mi próxima entrada. 

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