viernes, 20 de enero de 2012

Cazar venados ya cazados


Siempre había vivido entre algodones. Procedía de una acaudalada saga de empresarios dedicados a las altas finanzas. Su existencia era sencilla y llevadera porque todos a su alrededor se habían encargado de simplificárselo todo y evitarle cualquier esfuerzo.

De niño, jugaba al fútbol y siempre ganaba por tratarse de partidos ya ganados de antemano, que la mano generosa de sus padres se había encargado de pagar. También destacó académicamente pues aprobaba exámenes ya aprobados que aseguraban los dispendios familiares a su centro educativo (un nuevo pabellón, campos deportivos, donaciones a la biblioteca y un largo etcétera).

Estaba tan acostumbrado a ese género de vida que no se extrañó de conquistar mujeres ya conquistadas, que acudían al reclamo de su riqueza o por intervención directa de sus progenitores, que se encargaban de buscarle amantes ocasionales a las que aleccionaban previamente.

Su entrada al mundo laboral fue similar: cubrió puestos ya cubiertos, entregó informes ya entregados y tomó decisiones ya tomadas, mientras las figuras que dirigían su vida se encargaban de preparar el terreno para que su tránsito fuera sencillo, sin baches ni altibajos.

Esta simplificación de la realidad también alcanzaba al ámbito del ocio. Sólo leía libros ya leídos que conocía de memoria y que en su previsibilidad no le causaban ninguna alteración; veía películas ya vistas y escuchaba canciones ya escuchadas. También le gustaba la montería, y para ello se levantaba de madrugada en una de las fincas familiares para cazar venados ya cazados, que soltaban cerca de su puesto para que pudiera abatirlos sin posibilidad de error.

La aparente facilidad de este género de vida escondía una triste paradoja. Hasta tal punto había sido coartada la libertad del hombre, hasta tal punto se había limitado el alcance de su voluntad, que por las noches, al ir a dormir, sólo podía soñar sueños ya soñados, sueños de otros y por tanto inalcanzables para él, sueños que no comprendía, sueños que respondían a deseos y aspiraciones secretos que escapaban a su entendimiento porque esos sentimientos estaban en él completamente aletargados.  Y por las mañanas, al despertar, descubría un misterioso sabor a novedad en la boca, un leve rastro metálico que desaparecía dejando un poso de melancólico regusto cuando se bebía su café ya bebido.

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