jueves, 15 de noviembre de 2007

Círculo Mercantil e Industrial

A las siete de la mañana, la limpiadora entra en el salón del Círculo Mercantil e Industrial. Como todos los días, con ayuda de una gamuza húmeda, limpia los ventanales que se asoman a la calle Sierpes, borrando huellas de dedos grasientos, de alientos húmedos y de frentes apoyadas contra el cristal a lo largo de la tarde. El hechizo de la ventana, del hueco transparente, desaparece en esas últimas marcas, sucias pruebas del esfuerzo supremo por escapar, por salir al otro lado.

Como todos los días, barre el suelo, pisadas, colillas muertas, pelusas grises que se amontonan en los rincones, cenizas de cuerpos en descomposición, y limpia el polvo, levantándolo de una butaca para soltarlo en otra, cambiando la basura de sitio, respirando el mismo aire viciado de todos los días, en ese salón donde los ventanales no pueden abrirse. Lejos queda aún el sábado, con su limpieza a fondo, sacudidor, cera, amoníaco y cepillos. Hoy basta con una pasada, mantener ese equilibrio de aparente higiene justo al borde de lo salubre.

Un reloj de pared, fuera, en la primera planta, en algún lugar del edificio, da las siete y media con un carrillón pegadizo. Ordena los periódicos, friega un pomo pringoso, recoge un vaso olvidado. Casi ha terminado, sólo le queda un pequeño detalle, el último toque antes de salir del salón y seguir en las demás habitaciones.

El escalofrío, como todas las mañanas, le recorre la espalda, y se acerca a los sillones y a las butacas que están junto a los ventanales. Y con una bayeta nueva que una vez usada tira a la basura cada día, limpia los cadáveres de los viejos. Despacio, sin apretar demasiado para que no se descompongan como decrépitos papiros marchitos: la carne gris se exfolia si se sacude con brusquedad. Limpia los dedos rígidos, las uñas largas y moradas, la supuración de alguna llaga blanquecina. El olor se vuelve denso y agrio con la cercanía. Quizás alguno de ellos no deba seguir allí por más tiempo, pero la limpiadora decide callar por si tuviera que ser ella la que sacara el cadáver muerto del salón. Prefiere pensar que los cadáveres aún están vivos. Arregla los cuellos almidonados, las corbatas negras, cambia la postura de los brazos e intercambia los sombreros, peina los cuatro pelos hirsutos y blancos mojándolos con el limpia-cristales. Acerca algunas butacas a los ventanales, otras las aleja, cambia la disposición de los cadáveres para que la coreografía no se repita y cada mañana aparezcan de un modo distinto, ahuyentando así a los gusanos y la podredumbre. Un cadáver se ha aferrado a una de las sillas, ha clavado las uñas en la madera y es imposible desasirlo. La limpiadora consigue romper las uñas quebradizas, que estallan en mil astillas, y coloca las manos de forma que no se vean los dedos deformados. Levanta cabezas, gira cuellos, encoge piernas, luchando contra la rigidez de la carne y los tendones atrofiados. Echa un último vistazo al tiempo que aprieta el gatillo del ambientador, pulverizando una nube húmeda y dulce sobre los cadáveres rancios para enmascarar los síntomas de la descomposición. Se da la vuelta y sale deprisa, convencida de que ese calor en su nuca, ese aire frío, es una respiración a su espalda, un cadáver que no está muerto, un prisionero que pretende escapar agarrado a su cuello. Cierra la puerta sin mirar atrás, dando un portazo.
En ese momento dan las ocho, y poco a poco, la calle se va llenando de gente para los silenciosos espectadores, que miran a través de los ventanales con ojos vidriosos.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Comentario de una mente inquieta:
¿Quién paga a la limpiadora?

Bilbaoshirer dijo...

Tengo parami que el aliento en la nuca de la limpiadora es el chiste matutino que se permite un cadaver jugueton. Sacanos de dudas!!!!!!!

Unknown dijo...

La verdad que es algo que leí en su día y del cual ya hubo su comentario en vivo. Solo darte la bienvenida a la vida pública, la cual tiene una parte buena y otra no tanto, pero me alegro que des este paso, colgando la primera de una serie que espero sea larga e interesante.
Ciao.

Daviz dijo...

En cuanto he leido tu relato, muy bueno por cierto, he salido corriendo directo a la calle Sierpes, pues es tan real lo que contabas que pensaba ,no se porque tonteria, que quizás fuera verdad. Cuando he llegado a los ventanales del Círculo Mercantil, es cierto!!, habia dos señores, con pinta de cadaveres!!, y más sorpresa la mia cuando se levanta uno de los viejos y haciendome un dedo impudico me dice: "eres el cuarto que pasa por aqui esta tarde, ¿cabrón!, dile a tu amigo gonzalo que ya le vale". Muchos besos, ¡lo pase muy bien el sabado!

Unknown dijo...

¡Qué linda!, una historia muy bonita para irse a la cama. Welcome to the future!

Jesus Herrera dijo...

mi próxima perra se llamará Gracita