domingo, 25 de noviembre de 2007

La trágica verdad de Gracita Morales (III)


Vuelve para seguir contando su historia.

GRACITA.- Y allá que me fui y dejé el plató, y ni Pedro ni yo caímos en la cuenta de que teníamos rodaje. ¡Daba igual! Lo importante eran nuestros planes, nuestra idea magistral que nos iba a sacar del encasillamiento. Ni corta ni perezosa, me planté en casa de Mariano Ozores, íntimo amigo mío, y le dije: “Mariano, Pedro y yo queremos hacer esta película”, y le enseñé el guión. El pobrecito mío se estaba bebiendo una cerveza con unas aceitunas y cuando vio el título, se le atragantaron y empezó a toser como un poseso. Su mujer, que estaba en su salita escuchando su radio novela, se vino corriendo al escuchar los ruidos, y como es tan despistada, y me vio a mí con el uniforme y el delantalito, que con las prisas ni me los había quitado, me preguntó alarmada: “¿Qué le pasa al señor?”. “Nada, Luisa, que se le ha ido la cerveza por otro lado”. Luisa se volvió hacia mí con cara de pocos amigos. “¿Cómo que Luisa? A mí me llamas «Señora», chica. ¡«Señora»!” Hasta ese momento no me di cuenta de que llevaba puesto el trajecito de Humberto Cornejo, y me empecé a reír. “¡Luisa, que soy yo, Gracita!” Se le cambió la cara. Se puso como la grana. “Ay, hija, es que te veo así vestida, ¿y qué quieres que piense? Como aquí cada día tenemos una chica diferente, porque no nos duran nada, ya ni controlo quién es una u otra. ¡Cómo está el servicio!”. “Ya lo sé, Luisa, qué me vas a contar a mí…” Y nosotras, de cháchara, y mientras, Mariano tosiendo y tosiendo, que se nos ahogaba. Pero nosotras a lo nuestro. “Y los niños, ¿cómo están?” “En el colegio. Por las mañanas estoy tranquila, porque no te imaginas la guerra que dan. Y tú, ¿qué tal? ¿Qué haces por aquí?”. “Pues nada, que le he traído a Mariano un guión, a ver qué le parece, que Pedro y yo queremos hacerlo juntos.” “¿Ah, sí? ¿Y de qué va la comedia?” Ya empezábamos con los prejuicios. “No es una comedia, es la vida de Juana la Loca. Y el guión es de Pemán”. Luisa empezó a reír y a reír, y no se podía parar. “¡Qué graciosa eres! ¡Juana la Loca! No, en serio, ¿de qué va?”. Me puse muy seria y me crucé de brazos. “Es sobre Juana la Loca, de verdad. Es un dramón de aúpa”. Fue entonces cuando Luisa se dio cuenta de por qué tosía Mariano, y empezó a darle palmaditas en la espalda. “¡Que se nos muere, que se nos muere!” Por fin Mariano reaccionó, y se quedó unos minutos cogiendo aire. Luisa estaba tan nerviosa que se bebió la cerveza y el plato de aceitunas. “¡Pero esto no puede ser, Gracita! ¿Cómo vas a hacer de Juana la Loca? ¡Si eres Gracita Morales! ¡Eres la criada de España!” La pobre Luisa no sabía dónde se estaba metiendo. ¡Con lo que me molesta a mí que me digan lo que tengo que hacer! Di un puntapié y me senté en uno de los sillones. “¡Pues se acabó el serlo! Ya no volveré a limpiarle la casa a nadie! ¡Se terminó tener a José Luis López Vázquez diciéndome a cada momento que limpie esto, que ordene aquello, que guarde lo demás allá! ¡Voy a ser la Reina de España!” Luisa sacó una campanilla y llamó a la doncella. (GRACITA hace como si tocara la campanilla) Cuando llegó la chica, se quedó muy sorprendida al verme allí, las dos vestidas de doncella, como si yo supusiera un peligro para ella. Luisa estaba tan afectada que le pidió dos copas de brandy, y ni cayó en la cuenta de preguntarnos ni a Mariano ni a mí qué queríamos tomar. La chica le trajo las dos copas, y se las bebió de un lingotazo. Y no os podéis ni imaginar de qué forma me miró la chica al salir. “¡Laura!” – le dije – “¿Has visto cómo me ha mirado tu doncella? ¡Se cree que le voy a quitar el puesto!” Miré a Mariano y luego a Luisa por si comprendían lo que yo quería decir. ¿No percibían hasta qué punto había llegado la falsa percepción? “¿No os habéis dado cuenta? ¿Eh? ¿No? ¿Comprendéis por qué necesito hacer esta película? ¡Tengo que salir de esta cárcel!” (GRACITA señala el vestidito de doncella) Laura terminaba de saborear el brandy, con cara de ida, así que fue Mariano quien me contestó. “Gracita, ¿qué pretendes? ¿No ves que eso que dices es una locura? Tú, haciendo de Juana la Loca… ¿Y quién hará de Felipe el Hermoso, Tony Leblanc? ¿Y de tu padre, Fernando el Católico? ¿Pepe Isbert? ¡Por favor, repórtate! ¿No ves que es absurdo?” Imaginé a Tony Leblanc con una peluca rubia y unas mallas ajustadas, y me descorazoné un poco. Luego hice igual con Pepe Isbert, que lo quiero muchísimo, pero con corona y cetro, la verdad, la verdad, tampoco me lo veía como Rey. Me entraron ganas de reír ante la ocurrencia de Mariano. Pero justo cuando empezaba a coger aire para partirme la caja a carcajadas, me di cuenta de lo horrible que eran sus palabras. Yo estaba teniendo con Pepe y Tony el mismo prejuicio que todo el mundo tenía contra un cambio en mi carrera. Me deprimí muchísimo, y las ganas de reír se convirtieron en ganas de llorar. Pero como yo soy una actoraza, y eso es algo que nadie me puede negar, hice de tripas corazón y asentí. “Precisamente había pensado en ellos. Ya es hora de que en este país se produzca una revolución”. Luisa, a pesar de que las dos copas empezaban a ponerla turumba, se llevó aterrada las manos a la cabeza. “¡Virgen Santísima! ¡Revolución!” Mariano se levantó y cerró la puerta del salón. “¡Por favor, Gracita! Ojalá que nadie del servicio haya escuchado esa palabra!” Laura se abanicaba con el ABC, a punto del sofoco. “¡Hija, Gracita, eso suena a conjura masónica! ¡Ese vocabulario está pro-hi-bi-di-sí-mo! ¿Quieres que nos metan a todos en la cárcel de Carabanchel?” Mariano, que estaba conmocionado, se sentó a mi lado y me cogió una mano afectuosamente. “Gracita, escúchame. Tienes un buen trabajo. Eres famosa, una actriz soberbia. Todo el mundo te quiere. Para todos los hogares españoles eres una figura entrañable. Cuestas con la consideración de tus colegas y el respeto de los medios. ¿Por qué quieres meterte en algo oscuro? Esto puede ser tu perdición. Te echarán. Pueden juzgarte. No te creas que estamos tan aperturistas como para que puedas librarte del garrote. ¿Te das cuenta? La muerte. Punto final. Telón. C’est fini. (Todo esto me lo decía muy nervioso, mesándose los cabellos y rascándose la cara, porque cuando Mariano se ponía nervioso, se atoraba y no hacía más que decir tonterías). Siguió hablando, cada vez más exaltado. “Nadie podrá ayudarte. Somos tus amigos, pero no queremos morir. El orden es el orden. No se puede ir contra el sistema. La revolución, sea del tipo que sea, es impensable. Aunque sea la revolución del Concilio Vaticano, que no pocos disgustos ha costado a este país. Tema zanjado. Tú mantente dentro de la normalidad, y ya está”. Laura seguía abanicándose. Mariano se levantó, tocó la campanilla y susurró: “Lo siento, Gracita. No podemos ayudarte. Esta conversación no ha tenido lugar”. Cuando entró la criada, Mariano le dijo: “Marcelina, acompañe a esta chica. No necesitamos su servicio en esta casa”. Ni me despedí. Puse una de mis mejores caras de desprecio, que aprendí de la gran Margarita Xirgu, y salí de aquella casa de cobardes y conformistas. Pero por supuesto, antes le dije a la doncella dónde guardaba Laura sus joyas, y le dejé caer que la señora había dicho de ella que era muy vulgar… Se imponían medidas extremas para tiempos extremos.

GRACITA se coloca en el centro del escenario, en pose marcial

GRACITA.- Aquello era la guerra. Habría que buscar productores en un lugar donde no existiera el miedo, donde vieran con buenos ojos mis ideas renovadoras y nadie se negara a ayudar. Un lugar donde el orden establecido no fuera el modelo a seguir, sino todo lo contrario. Era necesario ponerse en contacto con la clandestinidad.

Fin de la 1ª Parte

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