martes, 27 de noviembre de 2007

La historia del señor N


Esta historia ocurrió en realidad, y me fue contada por un amigo que conoció de primera mano el asunto. El señor N. (de quien prefiero omitir el nombre, por ser un personaje conocido y por respeto al amigo común de ambos que me refirió el caso), vivía por aquel entonces en la ciudad de T. Si no recuerdo mal, fue hacia el año 19.. , un verano de calor extremo y de sequía que tenía sumida a la ciudad en el sopor más insoportable. Al parecer, el señor N. mantenía tratos con una mujer casada, la señora D., esposa de un importante cargo de la ciudad, el señor S., que al mismo tiempo era íntimo amigo del señor N. Al parecer, (y según me refiere mi amigo), esos amores ilícitos no eran tan secretos, pues un periódico local, "x" había dejado entrever, en las columnas de ecos de sociedad, el romance entre ambos, que más que un cotilleo que se comentara en las fiestas y reuniones sociales entre los más íntimos, era un secreto a voces. El señor N. era directivo en "q", empresa dedicada a la importación de z, que producía notables beneficios y constituía la fuente de ingresos principal de la ciudad.
Aquel verano, el señor S. se vio apartado de la ciudad por motivos profesionales, y fijó su residencia en F., con lo cual sólo acudía los fines de semana a la ciudad. De ese modo, los días de diario, los habitantes de T. podían asistir al trasiego que entre la calle V., donde vivía la señora D., y la avenida G., en la que por su parte lo hacía el señor N., se establecía, y los curiosos y aburridos barajaban posibilidades para saber si aquella vez pasarían la noche en la calle V., o en la avenida G., si el invitado abandonaría la casa en mitad de la noche, a una hora intempestiva, o si por el contrario aguardarían a la mañana, si saldría primero él y luego ella, o viceversa, o si en un alarde de atrevimiento lo harían al mismo tiempo, ignorantes del interés que provocaban en una población adormecida, aburrida y muy amiga de inmiscuirse en vidas ajenas.
Cierto día, el hijo de la señora Z., vecina de la señora D., vio cómo le era entregado a ésta una caja de dimensiones considerables de c, y rápidamente, se lo comunicó a su madre. La señora Z., que pertenecía al club F“, llamó a su amiga Ñ. y le contó lo que su hijo le había dicho. La conmoción hizo presa de Ñ., que al momento activó su red de amistades y en menos de media hora, la ciudad entera conocía el caso. El señor R., (que se ocultaba tras el pseudónimo de “Ph”, y que era el autor de la columna acusatoria publicada en "x"), al conocer el hecho, salió de su casa, acudió a C., compró un 0 y se personó en casa de la señora D. Ésta, epatada por la visita inesperada, no pudo ocultar los g y las k que se encontraban sobre la mesa de su salón, y tuvo que soportar la mirada reprobatoria del señor R. Éste, que veía en la situación muchas posibilidades, pidió a la señora D. un n a cambio de su silencio. La señora D. se sintió insultada, y lo expulsó de su casa. Pero esa misma noche, asaltada por las dudas, y consciente de la 7 del señor R., le envió un 2 a su casa. El señor R. respondió con una w y la señora D. fijó un 8. Se cumplió el trámite y a cambio, entregó al señor R. una m. Esa misma noche, el señor N., que estaba en J., recibió la noticia de boca de Y., una ö que conocía desde hacía años. Sin dar crédito a lo que oía, el señor N. fue a “'” y recogió allí un ae de su amigo el señor S. Inmediatamente, tomó un q y se presentó en casa de la señora D. Tras una acalorada discusión, que acabó en 6, en compañía de la señora D. fueron a casa del señor R., no sin antes hacer w con los g y las k, así como con varias s que guardaban en j. El señor N., preso de un profundo a, no tardó en hacer c al señor R., y la señora D., un poco más sh, le dio lj y 2, y a continuación, ambos .. Pero los vecinos, que habían estado r a todo, llamaron a W. y se + el ´. Y así fue como ocurrió todo, y tal y como yo lo he contado, estuvo a punto de ser publicado al día siguiente en "x"de no haber sido por la prudente intervención de mi amigo, íntimo del director, al que recomendó que corriera un tupido velo sobre el asunto, y así se hizo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Gonzalo
Ere un genio, chico. Yo no sé de dónde sacas esas ideas tan geniales.
Un abrazo de oso de Lola y Joaquin de Martorell.