martes, 20 de noviembre de 2007

La trágica verdad de Gracita Morales (II)


Se contonea con energía, conteniendo el genio

GRACITA.- “¡Esto es inadmisible, Pedro! ¡Una tiene dignidad! Yo soy Gracita Morales, actriz, un pedazo de actriz, y nada de sirvienta, ni chacha, ni doncella. ¿Que me han encasillado un poco? Vale, pero también he hecho otras cosas. Hice Sor Citröen el año pasado, y hace cuatro, una película de época. Y ya te demostraré yo que soy capaz de hacer otro tipo de papeles”. Pedro me miraba muy serio, pero al mismo tiempo un poco triste. “Gracita, tienes la batalla perdida”. Yo me encaré con él. “¿Por qué? ¿Tan poca confianza tienes en mi talento?”. “Al contrario, Gracita, son muchos años de trabajo en común y sé perfectamente de lo que eres capaz y de lo mucho que puedes dar de ti, pero… Hay cosas contra las que no se puede luchar. ¿Qué dijeron cuando se estrenó Sor Citröen?” Yo no sabía a qué se refería. “No sé, Pedro, no te entiendo”. Me miró fijamente con esos ojos que a veces daban miedo, y me puso una mano en el hombro. (En el hombro, ¿eh? No os penséis otra cosa, que las actrices de entonces no eran como las de ahora…) Y me dijo: “Gracita, la gente salía del cine confundida”. “¿Y por qué?” pregunté yo, que no sabía por dónde iban los tiros. “Pues porque al verte en la película, todo el mundo decía: ¿pero qué hace la criada vestida de monja? ¿Ha dejado el servicio y se ha metido a monja? ¿O es sólo que se ha tomado unas vacaciones y las está pasando ayudando a los huerfanitos? Los descolocaste a todos, los desconcertaste y les creaste una inseguridad enrome. ¡Hasta el caudillo llamó para saber que pasaba! Imagínate, llevaban años viéndote con la cofia y el delantalito, y ahora, de repente, un hábito azul marino que además no te favorecía nada, y que sólo te dejaba al aire la carita. ¿Tú no ves que la gente necesita que a su alrededor las cosas se mantengan igual, que sean inmutables? Los cambios producen miedo, y se prefiere conservar las cosas como están, sin alterar nada, ese bache en medio de la calle, esas sillas cojas en el bar, tú haciendo de sirvienta y yo dirigiendo comedias, ¿no lo comprendes? Tus intentos por salir del personaje serán inútiles, porque el mundo te ha asignado tu papel, y por mucho que intentes huir de él, te perseguirá allá donde vayas. La gente quiere orden, y para ello hace falta tener un sistema de referencia fijo, que no se altere ni se mueva, que posea realidades eternas. ¿No lo has oído a veces? La gente se lamenta: ¿por qué las cosas tienen que cambiar? ¿Por qué? Lo has oído, ¿verdad?”. Yo asentí, asustada, porque empezaba a comprender y me estaba quedando muerta. Pero Pedro siguió hablando. “Y tú ya has entrado a formar parte de esas coordenadas estables, y como tal te quedarás. Consuélate que no eres la única… ¿No te has preguntado nunca por qué yo sólo dirijo comedias y más comedias y más comedias? ¿No te has planteado que yo también e canso? Pues porque me han asignado este puesto, este casillero predeterminado, y no puedo escapar de él. Aunque el sueño de mi vida ser hacer un drama… Pero así son las cosas. Y hagamos lo que hagamos, nada va a cambiar”.

GRACITA calla y guarda silencio, para que la audiencia asimile sus palabras. Se quita la cofia, y la deja caer al suelo, desganada

GRACITA.-. ¿Qué podía yo añadir, después de aquella arenga? Pedro me había sumido en la más profunda desesperación. (De repente, se endereza, levanta un puño y grita enérgica) ¡Pero yo no me callé! ¡Vaya que no! ¡Con el genio que gasto! ¡Y más entonces, que era joven! Me planté muy seria en su cara, y le dije: “Pedro, tú no te preocupes, que yo voy a buscar un productor para que tú y yo hagamos un drama. Dame un guión, que yo me encargo de todo, ya lo verás. Con tu talento y el mío, podemos hacer una obra de arte, un Casablanca, un Lo que el viento se llevó, un Rashomon, ¡y darle a todos en los morros y que se caigan de espaldas!” Y lo dije con tanto convencimiento, con tanto entusiasmo, que Pedro se emocionó y empezó a dar saltos por su despacho. “¡Qué buena idea, qué buena idea!” Empezó a rebuscar entre los papeles de su mesa, y me dio una copia de Juana la Loca. Sonrió y me dijo: “Además, el guión es de Pemán, con lo cual contamos con el apoyo del Gobierno… ¡A la mayor gloria de España!” Y me guiñó un ojo cómplice. ¡Pues claro que sí! ¡Íbamos a triunfar, por supuesto! Yo cogí el guión, lo ojeé un poco, le di un abrazo a Pedro, le planté un beso enorme (pero en la cara, ¡eh!) y me coloqué en medio del despacho con una pose de regia autoridad (se coloca tal y como describe en medio del escenario, como si estuviese interpretando el papel de Juana la Loca. La luz se vuelve cenital, y se localiza sobre ella) y dije, con donaire de teatro clásico: “Ahí te quedas, Felipe el Hermoso”. (Silencio. GRACITA se frota la manos emocionada, y la luz vuelve a la normalidad) ¡Y lo hice tan bien, que Pedro empezó a aplaudir como un loco! Yo me recogí la faldita de sirvienta como si fuera un manto de reina y salí muy digna de allí, con el guión debajo del brazo. Así comenzó la odisea de Juana la Loca.


Inicia el mutis, y al hacerlo, pisotea la cofia que está en el suelo
Continuará...

2 comentarios:

Unknown dijo...

¿Todos tus relatos van a ser de terror?. Un beso gordo como Falete.

Anónimo dijo...

Not at all, Beleni...